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Hay declaraciones que pretenden ser serias pero que deberían ser publicadas en la sección de chistes de los diarios. Por ejemplo, la afirmación de Nicholas Negroponte de que en 20 años Uruguay tendrá las personas más creativas del mundo. ¿De dónde las van a traer?
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Otro caso de comicidad lo presenta La Nación, de Argentina, en una reciente entrevista a Carlos Slim, mexicano y uno de los tres o cuatro hombres más ricos del mundo. Slim se explaya sobre temas de actualidad económica y al final de la nota el periodista le pregunta cómo ve a Argentina y al resto de la región en el campo de lo económico.
La respuesta de Slim es un clásico de la historia latinoamericana: “Para que se concreten inversiones, lo importante es pensar en el largo plazo. (…) Después, son importantes la seguridad jurídica y la previsibilidad”.
O sea, lo que Carlos Slim señala como condiciones para el despegue económico del subcontinente son tres elementos inencontrables e irreparablemente ausentes pues nunca existieron en esta parte del mundo, no existen y, si alguien quiere saber lo que creo, nunca existirán.
Sus declaraciones me hicieron acordar a un dicho que mi abuela materna repetía varias veces por día. Es decir, cada vez que cuadraba. Lo decía en dialecto de montaña (mis abuelos vinieron de Italia adultos y la nonna nunca abandonó del todo su lengua materna), así que yo lo reproduzco en castellano.
Resulta que en el pueblo había un hombre que se llamaba Nicola. De pronto, Nicola no podía mover el vientre. Pasó un día, pasaron dos, pasaron un par de semanas y el vientre de Nicola seguía inamovible. Hasta que Nicola murió. La sentencia final (es decir la frase que siempre repetía la nonna) era: Si Nicola hubiese cagado no se habría muerto.
Don Slim: si en América Latina fuese posible pensar en el largo plazo, garantizar la seguridad jurídica y la previsibilidad, entonces esta parte del mundo no hubiese estado como está. Por lo tanto, hacer las previsiones que hace usted es directamente perder el tiempo.
Alguien dijo, o por lo menos dicen muchos que alguien dijo, que una vez que se entra en el plano del ridículo ya no hay posibilidades de dar marcha atrás: se sigue para adelante, metiendo la pata cada vez con más entusiasmo. Acorde a esta ley natural, Carlos Slim continuó con sus explicaciones y consejos.
“En la región”, dijo, “veo que los países son muy diferentes en cuanto a su dimensión y sus situaciones, pero creo que América Latina, hoy más que nunca, tiene la gran oportunidad de salir del subdesarrollo”. O sea, y para apelar esta vez al refranero local: ¡otra vez la pelota en lo de Doña María!
Voy a ser repetitivo: hace 500 años que se viene asegurando que América Latina “tiene la gran oportunidad de salir del subdesarrollo” pero sigue estancada en la miseria. ¿No es hora de cambiar de discurso?
En ese punto de la entrevista, el periodista le preguntó al billonario qué haría falta para que Aladino saliese de la lámpara e hiciese milagros (aunque en realidad usó otras palabras).
Carlos Slim respondió: “Hay que hacer grandes esfuerzos en educación moderna y de calidad usando tecnología moderna. A través de la tecnología se le pueden dar a toda la población las mismas oportunidades que puede tener el que va a estudiar a las grandes universidades norteamericanas o inglesas. Hay que aprovechar esas herramientas para formar mejor el capital humano de nuestros países. Y también hay que buscar inversiones privadas, que rebasan los limitados presupuestos anuales de los gobiernos, en infraestructura, sectores como el agropecuario, la minería, la industria, los servicios o el turismo, entre otros, que generen el empleo bien remunerado que nuestras sociedades necesitan”.
Lo que hay que hacer, por lo tanto, es quitarles el poder a todos los sindicatos, sustituir a toda la clase política por una que no sea latinoamericana, acabar con la corrupción, resetear la cabeza de varios cientos de millones de personas y empezar todo de nuevo. Una papa. ¡Lo hacemos cualquier día de estos!
Conociendo los bueyes con los que araba, el 7 de julio de 1503, Colón les escribió una amarga carta a los Reyes Católicos, adelantándoles que la empresa conquistadora y el futuro de estas tierras ya se habían perdido. Al almirante le llevó once años darse cuenta de ello. A la mayoría no le alcanzan los siglos…