Nº 2267 - 7 al 13 de Marzo de 2024
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCon la renuncia del expresidente Julio María Sanguinetti a la secretaría general del Partido Colorado se produjo un hecho histórico y al mismo tiempo preocupante. Completa la evidencia de la sucesión de pérdidas de la calidad del sistema político. En consecuencia, del país y del ciudadano.
Muchos consideran que la renuncia del dos veces presidente (1985-1990 y 1995-2000) es solo un hecho formal. Argumentan que a los 88 años de edad mantiene todas sus facultades y su habilidad política y que continuará actuando a través de otros medios fuera de la estructura partidaria. Seguramente así será, pero con escaso o nulo peso.
El futuro de los colorados es una utopía porque han registrado un progresivo declive. Lo revela una reciente encuesta de Cifra, que les contabiliza 6% de la intención de voto para las próximas elecciones, aunque aún no se conoce quién será el ganador de las internas. Poco importa quien sea, porque la mayoría (no solo en los colorados sino en todos los partidos) compite para manotear algún cargo legislativo o de confianza y no por la presidencia.
Según esa misma encuesta el Frente Amplio registra una intención de voto de 47% y la coalición gobernante tiene 42%. Todos esos porcentajes serán difíciles de cambiar porque todos los precandidatos presidenciales son marginales.
Muchos (por no decir todos) no creen en la voluntad real de Sanguinetti de renovación porque siempre mantuvo el poder cerrándole ese camino a otros. Ahora alardeó con el anuncio de un nuevo ciclo mientras peleaba por colocar a su hijo Julio Luis como ministro de Turismo. Se frustró ante la oposición de Tabaré Viera, precandidato de su propio sector, y de Gabriel Gurméndez, otro precandidato.
Con su alejamiento formal se completa un vacío que, con muchas luces, pocas mujeres y algunas sombras, han dejado indiscutidos liderazgos por razones políticas o biológicas. Además de Sanguinetti han desaparecido de la vida política activa los expresidentes Luis A. Lacalle, Jorge Batlle, Tabaré Vázquez y José Mujica. También, otros relevantes como Adela Reta, Enrique Tarigo, Zelmar Michellini, José D’Elía, Wilson Ferreira Aldunate, Liber Seregni, Enrique Iglesias o Jorge Larrañaga. Al igual que Mujica, el expresidente batllista continuará impartiendo directivas y tratando inútilmente de incidir.
Cuando se observa en retrospectiva el talento, la cultura, el peso y la habilidad de quienes ya no están y se comparan con los actuales candidatos, esas condiciones (y varias más) se derrumban abruptamente.
Para muestra, un botón de plástico. El millonario blanco Juan Sartori, indeciso sobre su precandidatura presidencial, buscó el apoyo publicitario de la inteligencia artificial. Ante su indecisión consulta virtualmente a varios políticos de peso y muestra imágenes de estos que lo alientan a postularse. Con desparpajo incluye a José Batlle y Ordóñez y a Luis Alberto de Herrera.
Ese colmo incluye el apoyo a Artigas: “Láncese ahora Sartori. Que el pueblo elija. La causa de los pueblos no admite la menor demora. Los orientales serán valientes”. Aunque en publicidad vale todo lo que no sea delictivo, también es necesario considerar la ética y la moral.
Una amiga, aguda observadora política sin militancia partidaria histórica que en cada elección vota según las propuestas, me expresó su escepticismo por la “pobreza” de los políticos durante una campaña transformada en incapacidad de propuestas con batallas y descalificaciones de segundo orden. Están destinadas al “¡Sálvese quien pueda!”, razona, y dice que por eso votará anulado “como muchos otros”.
Basta con observar los “discursos” de los candidatos con más posibilidades según las encuestas: en el Frente Amplio, el exintendente de Canelones, Yamandú Orsi, y la intendenta de Montevideo, Carolina Cosse, y en la coalición de gobierno, el exsecretario de la Presidencia, Álvaro Delgado, y la economista Laura Raffo.
Los cuatro (mejor no hablar del resto) están atrapados por la mediocridad de esta época y en un consecuente desprecio por el electorado. Se añade la adicción y el abusivo uso de las redes sociales (ahora también de la inteligencia artificial) y de algunos periodistas que desde la comodidad de sus computadoras optan por reproducir las batallitas teleteatrales de las redes y llenar espacios antes que presionar a los políticos con sus propias ideas para que vayan al fondo de los asuntos.
Es así como el peso de los líderes del pasado surge muy fuerte e influyente cuando se realizan las comparaciones y hay quienes se resisten a admitirlo.
La semana pasada el exsecretario durante la segunda presidencia de Sanguinetti, Elías Bluth, comentó en Cartas al director de Búsqueda una columna de Andrés Danza que este tituló Por la negativa. El columnista destaca la mediocridad de los políticos en campaña y el riesgo que implica para los “desinformados” ciudadanos.
Bluth le advierte que no lo haga porque hay mucho por salvar. Le aconseja que “no contribuya a hacer la tarea más difícil de lo que es”, que no eche “sal a la herida” y que no se convierta en un “magistrado omnisapiente”.
Al margen de su pleno derecho a opinar, no es a los periodistas a quien Bluth —que en el pasado hizo gárgaras en defensa de su libertad— tiene la obligación de advertirles sobre no hacer la tarea más difícil sin echarle toneladas de sal a la herida, sino a sus compañeros políticos de todos los partidos. Compañeros, porque demuestra que así lo siente.
Sin embargo, opta por refugiarse como gestor en un cómplice espíritu corporativo y sobre la triste campaña política nada dice, salvo que está convencido de que en breve (cuando queden escasos meses para la elección) confrontarán seriamente. Prefiere darle un curso de periodismo a Danza sobre lo conveniente o inconveniente de su opinión para el sistema político. En buen romance, le pide que omita su opinión o que mienta. A la vejez, viruela.
Como con acierto dice mi amiga: “¡Sálvese quien pueda!”.
Así nos va.