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    “Yo quiero vivir con la muerte, vengo de ella y voy hacia ella”

    Carlos Fuentes (1928-2012)

    Tenía 83 años pero era un hombre joven. Tal vez, su secreto radicaba en la pasión con la que afrontaba la escritura, la vida política, la realidad. “No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada”, explicó en su última entrevista con “El País” de Madrid. A Carlos Fuentes se lo llevó sorpresivamente “la chingada” el martes 15 en Ciudad de México, luego de sufrir una hemorragia digestiva que le produjo una grave insuficiencia respiratoria. La noticia sacudió al mundo cultural y político y se expandió con pesar por las redes sociales y los medios de comunicación. “Silencio, por favor. Mi gran amigo Carlos Fuentes se fue”, escribió la cantante mexicana Chavela Vargas en su cuenta de Twitter. Y los breves twitts continuaron sin tregua, como el del presidente mexicano Felipe Calderón: “Lamento profundamente el fallecimiento de nuestro querido y admirado Carlos Fuentes, escritor y mexicano universal. Descanse en paz”. También el del presidente colombiano Juan Manuel Santos: “Cómo nos duele también la muerte del amigo y escritor Carlos Fuentes. Gran pérdida para el mundo entero”.

    Ensayista, guionista de cine y brillante orador, Fuentes renovó la novela mexicana de la segunda mitad del siglo XX y fue pionero del boom de la literatura latinoamericana de los 60, además de uno de sus más destacados intelectuales. “Ningún intelectual (...) ha reflejado tan bien como Carlos Fuentes las atmósferas, los humores, las obsesiones y los cambios de piel de América Latina”, había escrito Tomás Eloy Martínez en el prólogo a “Tres discursos para dos aldeas”, uno de los libros de ensayos de Fuentes, publicado en 1993.

    El autor había nacido en Panamá el 11 de noviembre de 1928, donde su padre, Rafael Fuentes, cumplía funciones diplomáticas. Posiblemente esa circunstancia lo condicionó a ser un perpetuo viajero y también un futuro embajador. Su vida transcurrió por diferentes países: cursó primaria y secundaria en Argentina y en Chile, y vivió en Brasil y en Estados Unidos, donde fue docente en varias universidades de elite.

    Rodeado de intelectuales, a los 12 años ya había leído al “Quijote” y recibía consejos del escritor mexicano Alfonso Reyes, embajador y amigo de su padre. Fue Reyes quien le recomendó que estudiara Derecho. Y lo hizo en Ginebra, a pesar de que su vocación literaria ya estaba decidida.

    Como diplomático representó a México entre 1950 y 1951 en Ginebra ante la Organización Internacional del Trabajo. También se desempeñó como embajador en París entre 1974 y 1977, pero renunció al cargo por el nombramiento como primer embajador de México en España de Gustavo Díaz Ordaz, a quien responsabilizaba de los sangrientos acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas, de Tlatelolco, el 2 octubre de 1968.

    Como un fresco de Rivera.

    En 1958, Fuentes irrumpió en la literatura de su país con su primera novela: “La región más transparente”. Con esta obra monumental y barroca cambió la concepción de la novela mexicana y abrió el camino para la literatura urbana del país. “Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”, dice el personaje Ixca Cienfuegos, y a partir de allí comienza un viaje entre el pasado y el presente que retrata la Ciudad de México a inicios de los años 50, cuando aún persistían los ecos de la revolución. Comparada con un fresco de Diego Rivera por la multiplicidad de historias y de tiempos, la novela tiene más de ochenta personajes. Por ella desfilan revolucionarios, poetas, extranjeros, oficinistas, latifundistas, desocupados, mozos y prostitutas. Pero la protagonista es una sola: Ciudad de México.

    En el año 2008, “La región más transparente” cumplió cinco décadas, al mismo tiempo que Fuentes cumplía 80 años. El doble acontecimiento mereció varios festejos, entre ellos, una edición especial de la novela revisada por el escritor. “Con ‘La región más transparente’ (...) Carlos Fuentes cierra, como epígono crítico, la novela de la revolución mexicana, y al mismo tiempo abre, como precursor visionario, la llamada por él mismo ‘nueva novela hispanoamericana’”, escribió Gonzalo Celorio en uno de los prólogos. El intelectual agregó que nunca antes en literatura la Ciudad de México había sido un personaje hasta que Fuentes le confirió ese carácter “multifacético, electrizante, convulso, admirable, atroz”.

    Ese mismo año, en una entrevista telefónica con Búsqueda, el narrador explicó sus motivaciones para escribir la obra: “Quizá yo tenía la intuición de que esta era la última oportunidad de tratar como un todo la Ciudad de México. Hoy ya no se puede. La ciudad tiene 20 millones de habitantes, se pueden abarcar quizá algunas zonas o dramas personales, pero la ciudad como protagonista es muy difícil de volver a capturar”.

    En su momento, el libro recibió críticas por aquellos elementos que con el tiempo se volverían sus valores literarios: la innovación narrativa, el habla de sus personajes, la temática ciudadana. “Fue una novela criticada porque violé varias reglas de la narrativa mexicana. Mostré una sociedad en mutación, la primera generación posrevolucionaria. Extraje palabras de la calle, del habla popular que a veces no se usaban en la novela porque se consideraba grosero”, explicó en la misma entrevista.

    Rural o urbano, histórico o cotidiano, real o sobrenatural, México es el tema en la narrativa de Fuentes. Lo es en “Aura” (1962), esa historia con ribetes fantásticos que cuenta el amor entre un joven historiador y Aura, la sobrina de un coronel cuya historia el muchacho deber investigar. También lo es en “La muerte de Artemio Cruz” (1962), una novela llena de recursos cinematográficos que cuenta en varios tiempos la vida de un hombre que agoniza. Pero en “Cambio de piel” (1967), Fuentes contó un viaje entre México y Veracruz con un pasaje por Cholula, el pueblo donde los personajes se enfrentan a sus cambios.

    Más adelante llegó “Gringo viejo” (1985), la historia de un escritor y columnista estadounidense (la vida real del mítico y extraño Ambrose Bierce) que lo deja todo para unirse a las tropas de Pancho Villa. La novela fue el primer best seller mexicano en la ciudad de Nueva York. Hacia la historia mexicana también apunta “Los años con Laura Díaz” (1999), que narra la vida de la protagonista al mismo tiempo que el pasado del país en el que la mujer ha sido olvidada.

    Tal vez menos repercusión han tenido los cuentos de Fuentes. En 2007 aparecieron nuevas ediciones y se recopilaron algunos de ellos en dos libros: “Cuentos naturales” y “Cuentos sobrenaturales”. Los primeros están narrados con un realismo descarnado y un estilo llano y lineal con el que el autor muestra la amoralidad de una sociedad que se disfraza de lo que realmente no es. Pero en los cuentos sobrenaturales el estilo se vuelve más barroco e intrincado. Sus historias son inquietantes y están contadas con un despliegue de técnicas narrativas no siempre accesibles a la lectura. Porque la literatura de Fuentes no es sencilla ni fácilmente digerible.

    En esto creía.

    “La política fue como mi segundo líquido amniótico: crecí nadando en ella”, escribió Fuentes en su libro de ensayos “En esto creo” (2002). En ese libro y en sus conferencias, abordó una temática variada que podía ir desde la II Guerra Mundial hasta las políticas educativas en Latinoamérica.

    La globalización fue uno de sus temas recurrentes. Su última aparición pública fue el martes 2 de mayo en la Feria del Libro de Buenos Aires. Allí habló de la novela y de la historia, pero también de la aldea y del mundo, de lo nacional y lo global. “La globalización no debe pasar por encima de los estados nacionales, pero estos estados no deben permitir que lo local se transforme en tribalismo, en la vida que planteaba Hobbes en ‘Leviatán’: solitaria, pobre, maligna, brutal”, opinó.

    Proveniente de la intelectualidad de izquierda, Fuentes no tenía reparos en criticar con dureza a quienes denominaba “políticos de balcón”: “Yo no los llamo populismos. Solo hay un ejemplo de régimen disfrazado de socialismo, que es en realidad fascismo: el de Hugo Chávez en Venezuela”, le dijo a Búsqueda en 2008.

    Pero, ante todo, su compromiso era con la escritura y el lenguaje. “El primer compromiso de un escritor es con la literatura. Hay una función del escritor que es el trabajo con la imaginación del lenguaje; sin ella, una sociedad está perdida”, afirmó en 2007 en Buenos Aires, al presentar sus volúmenes de cuentos.

    Fuentes dejó una obra literaria abrumadora, por la que recibió el Premio Cervantes (1987) y el Príncipe de Asturias (1994), entre otros galardones. Acababa de terminar una novela (“Federico en el balcón”, con Federico Nietzsche como personaje) y ya estaba pensando en el argumento de la próxima.

    Y la muerte había llegado muy temprano para la familia del escritor: perdió en 1999 a su hijo Carlos, enfermo hemofílico, y luego a su hija Natasha, ambos de su matrimonio con Silvia Lemus. Le sobrevive Cecilia, hija de su primer matrimonio con la actriz Rita Macedo. Ante tanto dolor, Fuentes parecía no temerle a “la chingada”: “No sé si puedo exorcizar la muerte a través de la palabra. Exorcizar significa expulsar y yo quiero vivir con la muerte, vengo de ella y voy hacia ella”, había dicho en 2007. También lo había dicho en su literatura, escrita con la más pura pasión mexicana.