No es una biografía ni tampoco un catálogo, sino un libro que sigue la trayectoria de María Freire, una de las artistas plásticas uruguayas más destacadas, pionera en la abstracción geométrica en pintura y escultura. Nació como un homenaje cuando se cumplen cien años de su nacimiento, que coincidió con el estallido de la Revolución rusa, el 7 de noviembre de 1917. Freire murió en 2015, a los 97 años. Fue testigo y protagonista de los vaivenes artísticos de todo un siglo, y llegó a conocer los que trajo el siguiente.
Lo peculiar de María Freire. Vida y deriva de las formas, una investigación de Gabriel Peluffo Linares, es que fue impulsada por sus seis sobrinos. Freire se había casado con el también artista José Pedro Costigliolo, fallecido en 1985, con quien compartió no solo su vida, sino el mismo interés por la búsqueda, la experimentación y el estudio. En 1952 habían fundado juntos el Grupo de Arte No Figurativo. Tal vez por la consagración a su labor artística, la pareja nunca tuvo hijos. Por lo tanto, los herederos de la obra de Freire, pasaron a ser sus sobrinos.
Ellos decidieron que también debían ser divulgadas sus ideas y reflexiones sobre arte, que dejó no solo en el ejercicio de la crítica, sino en cuadernos y cartas de intercambio con otros artistas. Entre ese material hay una investigación que escribió sobre Costigliolo. Todos sus escritos, junto con su biblioteca y los bocetos y experimentos artísticos que fue haciendo en diferentes épocas, forman parte de un archivo que los sobrinos decidieron donar al Museo Blanes.
“La riqueza de este libro es que Peluffo tuvo acceso al archivo de María, y es el primer trabajo que se puede hacer con ese material escrito con su letra manuscrita. Queríamos hacerle un homenaje que se centrara en lo que ella siempre había querido y no tuvo: un libro sobre su trayectoria”, explicó a Búsqueda Laura Zavala, sobrina de Freire y coordinadora editorial del libro. “Nuestra idea es que este libro esté en los museos donde está su obra, en Uruguay y en el mundo, porque habla no solo de María sino de otros artistas y de la cultura de casi todo el siglo XX”.
La obra de Freire está repartida entre coleccionistas y se expone además en el Museo Blanes, que tiene una sala con su nombre, en el Museo Nacional de Artes Visuales y también en el Banco Central. En el exterior, está en museos de San Pablo, Río de Janeiro, Londres y Madrid.
Tía querida.
“Era la tía que siempre estaba presente y todos los sobrinos estuvimos muy cerca de ella. Era la tía maravillosa que te regalaba las cajas de colores enormes, las que había solo en algunos lados. Siempre nos estaba incitando a pintar y a dibujar. Además tenía una inclinación muy fuerte por la fotografía y las fotos más lindas de todos nosotros son de ella”, recuerda Zavala.
También recuerda cuando fue a experimentar con una de sus primas al sótano, que era el taller que compartía con Costigliolo. Allí María les enseñaba ejercicios y les hablaba de materiales y de formas. “El sótano estaba en la esquina de Ejido y Soriano. Era horriblemente oscuro, le llegaba una luz horrible, a través de esas ventanitas que quedan contra la vereda. Por lo tanto, estaba siempre con luz artificial. Todo era mínimo, básico y muy austero. Cada cual pintaba en su mesa, de espaldas, y ahí trabajaron siempre”. Después de la muerte de Costigliolo, María se mudó a un apartamento frente a la rambla y fue un cambio en su vida, porque recobró la luz y la energía que había momentáneamente perdido.
Para su sobrina, Freire estaba convencida de que tenía algo diferente para hacer. “Experimentó, fue y vino y consagró su vida a esa vocación. Fue muy fiel a sí misma, muy rigurosa, muy exigente. Su mundo lo tenía muy definido y peleaba por él. No era fácil en su época que una mujer de comienzos del siglo XX se dedicara al arte, y además con una obra nueva. Tuvo reconocimientos estando viva, pero le costó mucho, sobre todo al inicio”.
Freire había tenido una infancia pobre, con cinco hermanos y un padre que enfermó joven. Y sus inicios como artista no fueron sencillos. Sus primeras esculturas las hacía con la tierra del jardín por falta de materiales. Trabajó además como docente en Colonia y en Montevideo. “Se iba al liceo del Cerro que le quedaba bien lejos porque si le daban tres horas, con eso se compraba los pinceles”. Pasó mucho tiempo antes de que llegaran los reconocimientos y los premios.
Querida profe.
“Siempre fui rebelde ante un sistema pedagógico que no generara una enseñanza abierta”, dice una frase tomada de las notas biográficas de Freire. Peluffo tomó esas frases de sus escritos para guiar las diferentes partes del libro, que decidió, con acierto, no dividir en capítulos.
Después de ganar un concurso en Educación Pública, Freire se instaló en Colonia en 1944, donde dio clases de Historia del Arte en preparatorios de Arquitectura. En ese momento tomó contacto con el arte madí, pero nunca se sintió parte de ese movimiento ni de ningún otro, aunque sí lo enseñó en sus clases.
“Los estudiantes que la tuvieron como docente no la olvidan. Ella hacía una reflexión permanente en sus clases, y además les enseñaba las actualizaciones del mundo. Los acompañaba a las exposiciones, a los museos, los implicaba. Era muy novedoso su trabajo. Cuando dio clases en Colonia era muy jovencita, y todavía hay algún sobreviviente que la recuerda con mucho cariño”, dice Zavala.
Otra frase del libro y de sus notas autobiográficas: “En 1944 visité al pintor Torres García, pero a pesar de mi admiración por su arte constructivista no pude aceptar sus exigencias para integrarme al Taller”. Freire no pudo con el genio de Torres García que quería imponerle una forma de hacer arte. Ella se había formado con los planistas Guillermo Laborde y Antonio Pena, pero estaba convencida de que había que romper con los grandes mojones en la pintura y escultura y con lo netamente nacional. Así lo explica su sobrina: “Algunos extranjeros en su época le marcaron una impronta muy fuerte, pero ella lo tradujo a su propia forma de expresarse. Entonces María es María, no tuvo escuela ni seguidores, y en el ámbito de trabajo con Costigliolo se apoyaron y complementaron, pero no se pueden confundir sus obras”.
Una frase más del libro: “En la segunda mitad del siglo XX el arte adopta un carácter internacional favorecido por los nuevos medios de comunicación visual. Esto es innegable a pesar de la miopía o ignorancia de los que aún hablan de ‘arte nacional’.
Geometría y luz.
En 1957 obtuvo una beca para estudiar en Europa dos años. Allí se puso en contacto con los artistas del momento. “María en este rincón estaba haciendo obras parecidas o en la misma línea de gente que ella no conocía. Eso le dio más empuje. Después siguió escribiéndose con muchos de ellos. Hoy hubieran tenido un blog”, comenta su sobrina. De esa experiencia europea también quedaron diarios de viaje que integran el archivo.
“Descubría que, por debajo de las obras que veía de los artistas de todos los tiempos, existía una estructura geométrica escondida, y pensé que debía partir de ella y no de los elementos figurativos que se presentan a la apariencia”, respondió en una entrevista de 1953. Además de su abstracción geométrica, la obra de Freire se caracteriza por sus colores y su experimentación con la luz.
Cuando murió su marido, con quien convivió 32 años, Freire entró en un período más introspectivo, pero nunca dejó su vitalidad. “Al llegar el siglo XXI tenía un optimismo increíble, a pesar de que el año 2000 en Uruguay era muy duro. Con mi abuela pasó algo similar: hablaba del cambio de siglo XIX al XX, cuando tenía diez años, como algo que había sido espectacular. Tal vez hubo algo de eso también en María, la alegría de vivir ese cambio, con la esperanza de que fuera un siglo maravilloso. Ella me mostraba los dibujos de ese momento y me decía, ‘esto es el siglo XXI’”.
En ese momento, Freire había retomado proyectos de 40 años atrás que no había podido concretar. En la empresa de textos y diagramación que Zavala tuvo en esos años, digitalizó sus dibujos en tinta china de “bienvenida al siglo XXI”. “Ella estaba muy contenta con ese saludo de fin de año que envió a la gente. Estaba contenta de integrar el mundo de la tecnología. Era una mujer de cabeza muy abierta, estaba siempre atenta a los cambios”.
En su archivo encontraron de todo. Por ejemplo, un cuaderno con dibujos que sigue su proceso creativo y el de su pensamiento. “Es como estar viéndola trabajar”, dice Zavala. “Al verlo te empieza a cerrar la globalidad de su obra. Hay un cuadernito de acuarelas que pintó en 1958 y está toda su trayectoria ahí, algo que terminó haciendo en el año 2000, es todo su mundo interior”.
María Freire. Vida y deriva de las formas tiene una edición cuidada, bilingüe, con traducción que hizo un sobrino de Zavala. Tiene una excelente información, narrada de forma amena, que acompaña con fotografías y reproducciones de la obra de la artista. Ella dibujaba en todos lados, hasta caritas en el pasaporte, y el libro contempla también esos aspectos de su obra, que llamó “locuras y locaras”.
Contó con el apoyo del Museo Blanes, que ya había publicado un catálogo de la artista, y de la Dirección de Cultura del MEC. La familia no quería que este libro quedara en el ámbito privado, sino que fuera un reconocimiento “como artista de todos”. “No quisimos dejar nada fuera del libro, y cuando lo vimos terminado, dijimos: ‘Teníamos razón’. No sé cómo lo hubiera escrito ella, pero se acerca a como ella se expresaba en sus escrituras y en su vida. Con Peluffo intentamos que fuera una muy buena síntesis, que estuvieran las etapas que recorrió, con sus claroscuros y su resurgimiento”.
Por problemas de financiación, quedó fuera del libro un índice analítico y una línea de tiempo plegada que sintetizaba conceptualmente su contenido. Pero el producto es bellísimo y a María Freire le hubiera encantado. “Hay mucha vida en una vida”, había escrito la artista sobre Costigliolo. Este libro-homenaje de sus sobrinos, dice lo mismo sobre ella.