Nº 2190 - 8 al 14 de Setiembre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáYa su puesta en escena, sea donde fuere, es una conmoción. Vestidos, peinados y calzados de modo distinto pero bien “a la que te criaste”, su poderosa, a veces excesiva sonoridad, fuertemente influida por Osvaldo Pugliese y, en particular, el bandoneonista Rodolfo Mederos, los integrantes de la Orquesta Típica Fernández Fierro, creada en 2001, se ha convertido en el fenómeno más expresivo e influyente que pretende extender, con una personalísima recreación, la vigencia del tango en el mundo.
Hoy, lejos van quedando las primeras grabaciones de un grupo cooperativo que administra un galpón convertido en sitio de sus liturgias musicales más audaces, el Club Atlético Fernández Fierro, donde ofrece espectáculos miércoles y sábados y edita sus discos de manera independiente: los primeros, Envasado en origen (2002), Destrucción masiva (2003), Vivo en Europa y Tango antipático (2005) y Mucha mierda (2006), y un audaz cruce entre Buenos Aires hora cero, de Piazzolla, y Las luces del Estadio, de Jaime Roos y Raúl Castro (2007).
La orquesta ha tenido tres cantantes profesionales —Walter Chino Laborde, el primero, Julieta Laso y Natalia Lagos— y actualmente ocupa ese lugar uno de sus fundadores, líder y contrabajista, Yuri Venturín, un absoluto outsider que goza, sin embargo, del respeto del público: “Nunca fue algo ajeno que yo cantara el repertorio, porque al que canta nunca le gusta ensayar. Además, la orquesta tiene mucho trabajo de ensayo. Tocas un pedacito de una canción y de pronto tienes que volver a empezar. Y eso embola al cantante. Entonces, yo solía cantar en los ensayos, era común”.
Lo cierto es que si la salida de Laborde, que estuvo desde el inicio hasta 2013, fue un golpe duro, la despedida de Natalia Lagos marcó un antes y un después, pues se había incorporado a comienzos de uno de los cambios experimentales exitosos de la orquesta.
La Fernández Fierro, que ha ido mutando en sus búsquedas de vinculación con lo clásico, es ahora un verdadero fenómeno: con sus tangos a cuestas ha viajado por toda Europa, Oceanía y América Latina, presentándose en sitios tan diferentes como el Joe’s Pub de Nueva York, el Teatro NASA de Reykjavic, el Solís de Montevideo, el Ibirapuera de San Pablo, el Tropetheatre de Ámsterdam, el Barbican Centre de Londres y el Festival Cervantino de México. Siguieron las grabaciones y también los viajes en el verano europeo, actuando en el emblemático Roskilde Festival junto con The Cure, Rufus Wainrigth, Lou Reed o Björk.
Además, aparte de su club, crearon una radio online independiente y, durante los espectáculos en “su ámbito natural”, organizaron un servicio gratuito de comidas para los asistentes.
Hay algo sobre lo que Venturín no tiene dudas: “Tengo ganas de que la voz vaya para otro lado. Es que la orquesta está yendo para otro lado. Con decirte que si viniera Gardel a cantar no encajaría. Sé que es difícil de explicar. Somos camaleónicos. Al principio nos recostábamos más a Pugliese. ¡Amamos a don Osvaldo! Pero en la búsqueda fuimos virando, puliendo la estética, tomando cosas del rock. Es un trabajo fino y difícil”.
Pero, si uno mira hacia atrás, y no tanto tiempo atrás…, ya no verá a un grupo de 11 o 12 jóvenes transportando un piano con rueditas por las calles empedradas del histórico San Telmo y deteniéndose en alguna vereda, cerca de algún boliche o placita concurrida, para ponerse a tocar y cantar tangos ante la sorpresa y agrado creciente de los ocasionales espectadores. Muchas veces ni se animaban a cruzar el puente Pueyrredón.
Ahora ya no eligen esos jóvenes colocar una bandera roja en la pared de alguna casa, con la leyenda “Orquesta Típica Fernández Fierro”, influidos por la profunda crisis económica, social y política que entonces sacudía a la Argentina.
Sin embargo, valdrá siempre la pena recordar que ese grupo, con la trayectoria impresionante de los años siguientes, fue querido y rodeado por la gente mientras bajaba desde los balcones adyacentes el afecto que producía la voz del Chino Laborde, a veces a capella.
Aunque, claro, como siempre en estos casos, también haya que recordar las veces que la policía los corría por una supuesta infracción a vaya a saberse qué norma municipal. Debían interrumpir, guardar los instrumentos, retomar aliento y ponerse a empujar hacia otro destino el piano con rueditas.