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    Aguerrida, independiente y tempranísima

    Magdalena Ruiz Guiñazú, entre el periodismo y la ficción

    entrevista de Silvana Tanzi

    Se levanta todos los días a las cuatro de la mañana para ir al programa que conduce en radio Continental desde 1987, y una gran audiencia se despierta con su voz cuando a las seis comienza “Magdalena tempranísimo”. A los 77 años, Magdalena Ruiz Guiñazú tiene una energía envidiable. Empezó en periodismo en 1954, con un paréntesis para criar a sus cuatro hijos, y retornó en 1972, cuando Argentina estaba por precipitarse en lo más oscuro de su historia. Ha conducido programas de televisión, es columnista en los diarios “La Nación” y “Perfil” y ha ganado numerosos premios por su trabajo. Fue de las primeras periodistas en ofrecer su micrófono para una madre que buscaba a un hijo desaparecido, y en 1977 esa madre también desapareció. Su micrófono siguió abierto para las Madres de Plaza de Mayo, y en 1984 el presidente Raúl Alfonsín la convocó para integrar la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Defensora del periodismo independiente en tiempos de “periodismo militante”, Ruiz Guiñazú no se cansa ni de su trabajo ni de su país, aunque muchas veces la “irrita“. A la Feria del Libro de Montevideo la trajo “La casa de los secretos”, una novela que trata sobre una familia bonaerense que vive en los inicios de la primera presidencia de Juan Domingo Perón y sobre una relación amorosa rodeada de apariencias y disimulos. “Todo no se puede”, le dice la autora a Búsquedacuando se da cuenta de que no llega a la función del ballet “La viuda alegre”, a la que Julio Bocca la había invitado, porque coincide con la presentación de su novela. Después se olvida de esa contrariedad y comienza la entrevista.

    —Ha trabajado en periodismo escrito, radial y televisivo, y también en la ficción. ¿Con cuál de todas esas facetas se siente más cómoda?

    —Me gusta todo lo que tiene referencia a lo periodístico, la noticia siempre me fascinó desde que era chica. Fue una revelación para mí cuando uno de mis hermanos por el año 50 llevó a casa la revista “Paris Match”. Hasta entonces, conocíamos solo “Life” como revista internacional. Me impactaron las grandes fotografías de Frank Cappa, y esas notas al pie con toda una historia resumida en diez líneas. Yo pensaba que quería hacer eso, tener acceso a la historia del mundo y poder transmitirla en palabras.

    —En sus inicios no habrá sido fácil para una mujer dedicarse al periodismo. ¿Su familia lo aceptó?

    —Soy la menor de nueve hermanos. En realidad mis padres podrían haber sido mis abuelos porque cuando nací mi madre ya tenía 45 años. Quiere decir que mis hermanos fueron como mis padres. El mayor trabajaba para el diario “Clarín” y traducía para editorial Emecé, yo me crié en ese contexto. Mis padres tenían miedo de que yo saliera de casa, estaban de acuerdo con que estudiara, pero no en la Universidad porque decían que estaba lleno de comunistas. A todo esto, mis hermanos varones fueron todos a la Universidad pública y ninguno de ellos se hizo comunista, no sé por qué a mí me veían con la bomba de dinamita en la mano.

    —¿Siempre fue tan aguerrida?

    —Bueno, una se va fogueando con el trabajo y con las circunstancias. Con la última dictadura en Argentina, por ejemplo, en la que desaparecieron muchos periodistas, hubo que endurecerse.

    —Usted denunció en su programa radial algunas de esas desapariciones.

    —La primera vez fue en 1977 con la desaparición de Eduardo Frías, jefe de fotografía de la revista “Gente”. Él acababa de hacer una cobertura fantástica para la revista, que se llamó “Argentina desde el aire”. Un día me llamó su esposa para decirme que no había vuelto a su casa. Quienes trabajábamos en radios que no eran del Estado comenzamos a denunciar su desaparición. Un día sonó el teléfono y era Eduardo. “Estoy de vuelta en casa, he vuelto del infierno”, me dijo llorando. Después averiguamos que por las fotos que sacó de Tucumán lo habían asociado con la guerrilla que actuaba en la provincia, porque él es tucumano. Lo secuestraron y torturaron en Campo de Mayo. Cuando se dieron cuenta de que no tenía nada que ver, lo soltaron y pudo contar su historia.

    —También vivió de cerca la desaparición de su amiga Elena Holmberg. ¿Cómo la recuerda?

    —Era una mujer muy impulsiva e inteligente. En 1978 estaba trabajando como diplomática en la Embajada argentina en París, cuando se enteró de negocios que mantenía Emilio Massera con Mario Firmenich (jefe del movimiento Montoneros que estaba en el exilio). Ella se lo contó a Videla y al canciller, y estaba dispuesta a hablar con “Paris Match”. Entonces le pidieron que regresara a Buenos Aires. Allí la secuestraron y, pobre Elena, apareció flotando en el río Luján un año después. Era muy valiente y no tenía en cuenta la dimensión del peligro. Hay un libro que se llama “Elena Holmberg. La mujer que sabía demasiado”, que cuenta sobre su asesinato. También sus hermanos escribieron un libro.

    —Participó en la Conadep. ¿Qué le dejó esa experiencia?

    —Fue como bajar a los infiernos y ver el lado oscuro del alma humana. Estar en contacto con la tortura, el sadismo y la desaparición fue terrible. De pronto en las carpetas veíamos fotografías de los denunciados por horribles violaciones a los derechos humanos muy sonrientes, con sus señoras, sus hijos, frente a una casa con flores. Entonces pensábamos: “quiere decir que el infierno está ahí, a una cuadra de cualquiera de nuestras casas”.

    —La han acusado de haber sido complaciente con la dictadura en los primeros años del régimen. ¿Le duelen esas acusaciones?

    —Si hace 30 años me hubieran dicho que la señora Hebe de Bonafini, a quien ayudé, me iba a hacer un juicio por complicidad con la dictadura frente a la Plaza de Mayo, hubiera dicho que estaban locos. Ella me acusó de ser la jefa de prensa de Martínez de Hoz, y eso es una gran mentira. En la página web de radio Continental, colgué la entrevista que le hice a Hebe en febrero de 1984, a un mes y medio de recuperada la democracia, en donde ella me agradece por haber sido la única periodista que denunciaba lo que estaba pasando con los desaparecidos. No voy a permitir lo que ha dicho de mí, por eso le inicié una querella por injurias y calumnias.

    “Héroes de un país al sur” y “Recuerdos de familia” fueron éxitos televisivos y editoriales. ¿Conocer la tragedia de figuras célebres fue parte de ese éxito?

    —Es que personalidades como Victoria Ocampo, René Favaloro, Arturo Frondizi, María Elena Walsh, la familia Santucho, entre tantos, son fascinantes. En Misiones fuimos a la casa de Horacio Quiroga y hablamos con sus descendientes. Ese día llovía y la luz era la exacta, porque para filmar la historia de Quiroga no podía haber mucha luz. En un momento hicimos una pausa para escuchar la lluvia sobre el techo de la casa y sentimos que la selva se nos venía encima. Entonces entendí mucho de su tragedia.

    —¿Cuánto tiene de autobiográfico “La casa de los secretos”?

    —Tiene mucho de mis recuerdos y de la historia argentina: cuando la Marina bombardeó Plaza de Mayo para derrocar a Perón, cuando unas monjas fueron a refugiarse a mi casa porque tenían miedo de que les quemaran el convento, cuando murió Evita. La casa de la historia es real, en ella viví. Un día regresé y fue un error. No hay que volver a esos lugares aunque se haya sido feliz porque se los encontrará mutilados. Ahora es un hotel de mala muerte. Cuando me decidí a visitarlo, la señora que me abrió la puerta me preguntó con cara espantada: “¿Usted vivió acá?”.

    —¿Cuál es el hotel?

    —Se dice el pecado y no el pecador. Saqué una foto de la fachada, es la que aparece en la tapa del libro. Escribir la novela me dio mucha nostalgia, pero me pareció que podía contar sobre un país muy distinto, que ya no existe.

    —¿El personaje de María Teresa está inspirado en alguien?

    —Sí, era una mujer muy inteligente y divertida y todos los sobrinos nos preguntábamos cómo podía ser que no se hubiera casado, que no hubiera tenido un amor en su vida. Pero yo estaba siempre con la oreja parada para saber qué decían o hacían los mayores y me enteraba de secretos. Hay personajes que no existieron y que me imaginé, otros existieron tanto que hay una parte de la familia que me saluda mal.

    —¿Le parece uno de los peores períodos para ejercer el periodismo en Argentina?

    —Es complicado hacer hoy periodismo independiente en mi país. Hay una fuerte presión gubernamental para que los medios que maneja el gobierno sean también los que manejan la información. Se ha acuñado el término “periodismo militante”, que no es correcto. La misión del periodismo no es militar sino informar. Hay medios que son absolutamente oficialistas y somos pocos los que nos mantenemos independientes o emitimos críticas cuando nos parece que debemos hacerlo.

    —¿Por ese motivo se peleó con Víctor Hugo Morales?

    —Con Víctor Hugo teníamos muy buena relación, hasta que él hizo un vuelco con la Ley de Medios. Pero los problemas personales que él tenga con “Clarín” a mí no me interesan. Hay que defender la libertad de prensa. Un día llegó a la radio diciendo que todo el periodismo era una mierda. “Y te incluyo a vos también”, me dijo. Desde ese momento ya no hubo más que hablar.

    —¿A qué hora se levanta para hacer el programa?

    —Todos los días a las cuatro de la mañana. Tengo muy buen dormir, de noche me acuesto 10.30 y duermo unas dos horas de siesta. A las cinco me pasan a buscar y el programa comienza a las seis. A esa hora llegamos enseguida porque no hay nadie en las calles, más que la basura de Buenos Aires. Estamos asolados por las palomas, las ratas y la basura.

    —¿Se ha cansado en algún momento del periodismo?

    —No, siempre me ha fascinado. Pero después de 28 años de levantarme a esa hora, pienso que podría ir a un horario más amigable. Lo estoy pensando, se me ocurrió el otro día.

    —Y Argentina, ¿la cansa?

    —A veces me irrita, a veces parece que agota mi paciencia. Pero nunca me cansa mi país.