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Las librerías raramente los exhiben, se venden poco y circulan entre un núcleo reducido de lectores. Todo indica que publicar libros de poesía es un gran reto para las editoriales, y son muy pocas las que se aventuran a ese desafío. Sin embargo, este año cuatro escritoras jóvenes y poco conocidas en el ámbito literario han encontrado quien las publique. En Yaugurú, editorial dirigida por Gustavo Wojciechowski (Maca) y de larga trayectoria en la difusión de poesía, aparecieron “Bicho Bola”, de Victoria Estol, y “De a ratos”, de Ana Fornaro, hija del escritor Milton Fornaro y nieta de la periodista Elina Berro. La otra editorial es Irrupciones, a cargo de Gabriel Sosa. Con dos años de existencia, es la primera vez que publica poesía. Y lo hace con “Gato en el ropero y otros haikus”, de Natalia Mardero, y “Dos cuadras sin aire”, de Laura Bello. Cuatro libros de atractivo diseño, cuidada edición y muy buena poesía.
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“La idea en Yaugurú es darle a cada libro una materialidad especial porque cada texto es especial. Más que uniformizar, se trata de diferenciar”, explicó Maca a Búsqueda, quien diseña cada ejemplar con un arte y un formato original. Para “Bicho Bola” eligió un tamaño pequeño, como el de un CD con páginas de color ladrillo. La poesía de Estol es concisa, cotidiana y refrescante: “Tengo pájaros azules en los pliegues, me desperezo, el cuarto se llena de aleteos / parece el cielo o el mar, o lo que sea hondo”. A veces, el propio libro juega con los “pliegues” y hay que descubrir los versos en alguna página escondida dentro de otra. Y también se descubre un humor sin eufemismos. “Tu silencio me pone ansioso, decís. Busco mi bombacha y me voy”, se lee en uno de sus breves poemas, mientras que en la página contigua se atreve a un paso más: “Yo soy un gran cogedor. Me dijo con ojos apagados / No puedo hacer otra cosa que reír con mis otros labios”.
“De a ratos” tiene un diseño menos “juguetón” porque la poesía de Ana Fornaro es más metafórica y se “siente” como en volumen alto, como si estuviera lanzando una declaración: “Pidiendo socorro a la palabra / Rogándole que haga fuego con los días / que se vuelva magma incandescente / que despliegue todo su poder / que resuelva sus misterios inconclusos / se haga una con la piel”. Y en el poema que le da nombre a su libro parece estar el germen de su obra: “A quien le fluya un poco mejor / : Las cosas no se tiran ni se guardan / Se arropan”.
“Editar poesía es lo más parecido a un apostolado editorial”, comentó a Búsqueda Gabriel Sosa. Él también optó por publicar libros diferentes que se disfrutan no solo con la lectura, porque en ellos reunió originales fotografías e ilustraciones.
El de Mardero, “Gato en el ropero y otros haikus”, tiene coloridos y divertidos dibujos de Adela Casacuberta y fotografías de Bernadette Laitano. Brevísimo y delicado, el haiku es pura imagen y sensación. “No pretende transmitir la belleza, ni siquiera el significado, sino el recuerdo de su impacto”, escribió Sosa en el prólogo. Mardero capta “ese” instante de la infancia, del aroma, del sabor o de la sutil presencia del gato: “En la oscuridad me estudia, me mide / yo no me entero”. La evocación aparece con fuerza y el instante se vuelve compartible (“Sin luz, sin agua / llega el sonido del mar / son vacaciones”), se siente la ausencia (“Las cosas simples son las que se extrañan más / y no es sencillo”) o el erotismo (“Una caricia debajo de la mesa / ya no habrá postre”).
En “Dos cuadras sin aire”, de Bello, las ilustraciones de flores y plantas de Daniel Melgarejo juegan con el blanco, el negro y el azul y acompañan los poemas reflexivos de la autora: “Mundo primitivo de esencia, de instintos. Paleta de mundos que confluyen en tu universo, y lo pintan indeleble de tiempo y vida”. Su poesía habla de sentimientos escondidos (“Acurrucada en un agujero del alma, duerme tibia y paciente la esperanza”) o de paisajes internos que afloran en una noche de invierno: “Caminar la noche lenta, la estación fría. Admirar el dibujo caprichoso y efímero del vapor que exhala la boca breve. La gala en trasnoche, la sapiencia fascinante de la naturaleza en piel de invierno”.
Los poetas están acostumbrados a vender poco, pero eso parece no preocuparles. Para Maca, “se ha generado una especie de tradición y quienes escriben poesía regalan sus libros. Eso es difícil de manejar porque de algún lado tiene que surgir el dinero para hacer la edición”. Esa “tradición” también es reafirmada por Sosa: “Los poetas se conocen entre poetas y se leen entre ellos. En las lecturas de poesía, el 90 por ciento del público son otros poetas. Más que lecturas, parecen terapias de grupos”.
Tal vez llegó la hora de abrir ese circuito. La mejor forma es ir a una librería y pedir estos nuevos libros. Traen aire fresco, y son un hermoso regalo.