—¿Esto indica que ya se empezó a rebotar?
—Indica que desde el pozo, se empezó a crecer. Lo vemos en el movimiento en la calle. No sabemos cuándo llegamos de vuelta a la normalidad, porque todavía quedan sectores importantes de la economía funcionando a media máquina y otras sin actividad todavía. Otras están casi, casi llegando a un nivel normal.
Con los primeros números, pensábamos que la caída iba a ser más grande. La verdad: prácticamente dos tercios de caída del consumo de nafta… Pero también ese país parado fue lo que permitió cortar mucho la circulación viral, y tras eso vino cierto ritmo de retorno a las actividades. Con precauciones que hay que seguir tomando, porque esto no pasó.
—¿No son indicadores muy parciales para asegurar que la economía ya empezó a rebotar?
—No son tan parciales. Basta con mirar la elasticidad PBI-combustibles.
—Entonces, ¿la caída del PBI podría ser menor al 3% que estimó para el año el Ministerio de Economía?
—Cuando la ministra dijo 3% ya había algunos indicios positivos. Lo que pasa que todo depende también de cómo nos vaya en la feria: si por alguna razón se nos complica… ya sabíamos que lo de la frontera podía pasar.
Tampoco está claro qué pasa con la recesión mundial: si el nivel de actividad rebota fuerte, nosotros vamos a andar bien. Si no, vamos a tener el impacto de la recesión mundial más prolongado.
—Con diversas medidas de apoyo frente a esta crisis, el Estado uruguayo está asistiendo a más de 800.000 personas. Algunos sostienen que, a escala mundial, la presencia estatal será más preponderante aun después de la pandemia. ¿Lo ve así?
—No. El esquematismo de pensar de determinada manera a veces asombra. Esta crisis hay que verla casi como una guerra; en las guerras los Estados crecen mucho, porque aumentaban su nivel de gasto público y al terminar las guerras, bajaba. ¡En la Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos el gasto público superó el 80% del PBI y después se derrumbó! Cuando vienen estos problemas, naturalmente que hay que dedicar recursos para proteger a la población y la base económica —no hay economía sin salud—. No es que va a quedar la presencia del Estado; las bases conceptuales no cambian y no hay que ser fanáticos. Pensar que el Estado va a ser el motor de la economía es un error.
—¿Se está cumpliendo con los decretos e instructivos de austeridad que el Poder Ejecutivo emitió antes de la llegada de la pandemia?
—Ahora están operando los estabilizadores automáticos, claramente el seguro de desempleo y también los seguros de enfermedad para los trabajadores con riesgo sanitario. Y hubo gastos en salud, asignaciones familiares y la asistencia social. En el resto de los gastos estamos tratando de ser austeros y está claro que conciencia hay. Todavía no tenemos los números; sabíamos que en el mejor de los casos en la caja (la austeridad) nunca se iba a ver antes de junio. También hay una inercia de lo que se tenía comprometido pagar de antes.
—¿La presupuestación de los casi 860 funcionarios en Antel y la encuesta de imagen del Mides, ambas después desactivadas, ¿son parte de esa inercia en la gestión?
—Son cosas distintas. Lo de Antel es algo que se hacía recurrentemente; ahora no va con nuestra política.
En el caso del Mides, la imagen no era una buena razón para hacer la encuesta, pero sí era útil para entender si los apoyos llegaron con eficiencia.
—Durante la campaña electoral se acusó de “despilfarro” a los gobiernos del Frente Amplio. ¿Qué situaciones de ese tipo encontró después de asumir?
—Podría decir muchísimas… En este inciso tenemos una cantidad de funcionarios, pero se contrataba a muchos de afuera. He rescindido muchos contratos y también bajamos cerca de 10% los funcionarios. Y había programas por algunos millones de pesos donde claramente el producto no se entiende, era una cáscara vacía, una fachada de cartón detrás de la cual no hay nada. En algunos casos, la sensación es que la gente tenía una idea y conseguían fondos no se sabe cómo, pero la idea no integraba un proyecto global. Nuestra intención es trabajar en proyectos globales, viendo cómo asignamos recursos y también ahorrar.
Además, en esta oficina había siete cargos de particular confianza política; ahora quedamos solo yo y el subdirector. En los últimos años se había llenado, llenado, de cargos de confianza en la administración; entendemos que hay funcionarios públicos profesionales que conocen la tarea.
Hay que racionalizar en todo el Estado; en materia de personal, vamos a intentar poner los incentivos correctos para que esa reorganización —no vamos a llamarlo reforma del Estado— se pueda hacer.
—¿Cómo se reflejará ese propósito de racionalización en el próximo Presupuesto quinquenal?
—No tenemos los lineamientos todavía y hay un problema de incertidumbre grande. Sí sabemos que tendremos un Presupuesto muy restrictivo y que cambiaron las prioridades. Hay que tratar de salir de la rutina de que el presupuesto es el que venía más algo más o menos, según la fuerza que uno tenga.
El otro tema importante es el de las inversiones y la restricción enorme que dejan las PPP. Me da mucha pena cómo se dejó comprometido a este gobierno y dos o tres administraciones futuras con las PPP. No me parece un buen mecanismo, solo por no anotar un mayor gasto y mayor déficit. Es una hipoteca muy grande para el futuro por inversiones muy costosas. No quiere decir que no lo usemos, pero mi opinión es que deben ser mucho más restrictivas.
—La crisis sanitaria consumió parte del período de gobierno. ¿Alcanzará el tiempo para hacer reformas estructurales?
—Sí. Si no es en la ley de Presupuesto, será a través de leyes especiales.
Las grandes hoy son la de la previsión social —que hay que hacerla con el agua al cuello— y dentro de la ley de urgencia tenemos algunas reformas estructurales, como la del mercado de los combustibles, por fuera de la desmonopolización.
—¿Comparte la solución que encontraron los legisladores en ese aspecto, modificando la propuesta original que era directamente la desmonopolización?
—De todas maneras creo que había que hacer igual lo que dice el articulado para que la desmonopolización tenga un marco adecuado de competencia real. Además, la solución que se encontró —que puede gustar más o menos— pone blanco sobre negro todo el mercado: los subsidios cruzados, los impuestos, algunas tasas. Y eso no es malo.
—¿Qué otra reforma priorizaría, además de esas dos que ya están sobre la mesa?
—¡Tantas! (se ríe). La otra, no sé si vamos a llegar en el presupuesto, son pequeñas regulaciones que entorpecen la actividad privada. Ahí hay que hacer un relevamiento general para destrabar. A veces parecen tontas, pero no son tan tontas.
—¿Por ejemplo?
—Trabas en el proceso de importación y exportación. Reformas en el puerto y volver a tener un plan maestro del puerto; lo estamos hablando con el ministro Heber y el presidente de la ANP. No precisamos tenerlo ya, pero sí precisamos un plan maestro. Hay que tener un puerto con muelles especializados.
—¿Habla de abrir la cancha a más operadores portuarios?
—No me animo a decir cómo va a funcionar, lo que sí digo es que precisamos abrir espacios especializados. Es muy caro entrar y salir, los muelles especializados abaratan las cosas. Y eso que parece tonto no es tonto, porque cuando los costos bajan la actividad florece.
—No llegan a incluir esto en el Presupuesto. ¿Son reformas que irían en proyectos aparte?
—Puede no ser ley; para un plan maestro no se precisa.
En el proyecto de urgente consideración se rompe el monopolio del Internet, esa es una reforma estructural bien importante.
—Los critican porque, dicen, se debilita a Antel.
—No creo que la competencia debilite a nadie. La competencia fortalece a todo el mundo. Quedó demostrado que quienes compitieron mejoraron y se tuvieron que profesionalizar. Y la verdad, funcionaron. Porque en Uruguay tenemos una cosa que ha pasado históricamente y quizás esté en la raíz de que la privatización de las empresas públicas nunca fue un punto central, lo central fue la competencia. Las empresas públicas uruguayas nunca fueron el desiderátum de la eficiencia; estando en monopolio eran bastante deficientes, pero no eran el desastre como en otros lados, y tampoco era que no brindaban razonablemente los servicios. De hecho, UTE tenía un buen servicio siendo un monopolio total. No era el mejor, pero era bueno. Y en la generación no era malo. Hoy tiene el monopolio de hecho de transmisión y quizás de distribución minorista pero no de derecho. Ahora, no es que sea malo, había mejorado.
—Usted y el ministro de Industria han cuestionado el gasto del Antel Arena y ahí está el edificio ¿Qué puede hacer el gobierno con eso si, como dicen, no es rentable?
—Salió, ya está. Ahora se está pagando.
—Según el ministro Paganini, no es rentable y llevará 100 años pagar el Antel Arena.
—Ojalá que Paganini tenga razón. Hay algunos que dicen que da pérdida por año porque parte de los gastos están en el balance de Antel y no separados.
—¿Ustedes no vieron los números?
—Todavía no los pudimos ver.
—¿Pero qué piensan hacer con eso? ¿Es una posibilidad vender el complejo?
—No hemos ni hablado de eso hasta ahora. Si lo vas a vender, si efectivamente no es rentable, el que viene va a pagar el precio para que le dé una tasa de retorno. Creo que hay un problema de costo de mantenimiento porque es muy grande para el Uruguay. ¿Cuántas veces se puede usar por año, de verdad? Vi un plan de negocio que claramente no era convincente. No es solo Antel, es esta sobreinversión de UTE, y con Ancap pasó lo mismo. Tenemos sobreinversiones por todos lados y la cantidad de proyectos que cuando uno ve, la tasa de retorno no es buena. La tasa de retorno lo que mide es la rentabilidad social.
—¿Por qué los anteriores jerarcas no hablaban del retorno? ¿Esas inversiones fueron un capricho, una decisión ideológica o con prioridades diferentes, como fomentar la cultura en el caso del Antel Arena?
—No quiero opinar sobre eso. Pero para fomentar la cultura tenemos el Sodre, que es una maravilla, el Teatro Solís. No digo que (el Antel Arena) sea feo ni nada que se le parezca, pero para hacer megaespectáculos el país tiene el Palacio Peñarol, el Velódromo, el Teatro de Verano o el Estadio Centenario.
Sí hay parte ideológica. Escuché en algún momento la idea de hacer un megaholding de empresas públicas y eso sí que hubiera sido un disparate absoluto y habría terminado con la parte de las empresas públicas que funcionan bien. Por suerte eso no se concretó.
No quiero decir que haya caprichos, porque no lo sé. Lo que sí sé es que a veces muchos se enamoran de sus ideas y no ven el costo. A veces hay más contrapesos y se paran muchas cosas. No quiere decir que no haya pasado antes ni que no vaya a pasar ahora, solo que lo que vimos fue de una dimensión desconocida, igual que con el aumento de funcionarios públicos.