N° 1976 - 05 al 11 de Julio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáA esta altura es casi un lugar común hablar del “proceso de Tabárez” para asociarlo con algún gesto virtuoso que debe ser aprendido y usado de manera más o menos mecánica en cualquier área de la vida. No siempre fue así. De hecho, hace unas semanas nomás, antes de que Uruguay avanzara en el Mundial, no eran pocos los que pedían la cabeza y hasta el resto del cuerpo del entrenador. Ni hablar si retrocedemos más en el tiempo y nos instalamos en ese punto de la eliminatoria sudamericana en que la Selección no encontraba la fórmula para seguir acumulando puntos. En aquel entonces volaban los insultos hacia quien ahora genera consenso. Hoy todo eso es agua pasada y ya volvemos a ser el país marcado por la historia para recuperar la gloria que nos pertenece y bla, bla, bla.
Lo real es que Uruguay se juega su pase a semifinales, como ya hizo hace ocho años, en 2010. Y que estar entre los ocho mejores equipos del mundo es un logro inmenso para una Selección como la Celeste, que no cuenta con la infraestructura ni la inversión que sí tienen selecciones de países más ricos y poderosos. Como suelo descreer de los designios divinos y de los pueblos tocados por alguna varita mágica, en este punto prefiero plegarme a las palabras del propio Tabárez: “Yo me permito decir que tenemos que tener cuidado cuando nos consideramos únicos en algunas cosas”. Es decir, despacito por las piedras y a no extraer conclusiones mesiánicas sobre los logros propios.
Pese a Tabárez, que es rigurosamente sobrio en sus declaraciones, una suerte de Zitarrosa de la dirección técnica, no son pocos los que hace rato que sacaron la bocina y encuentran mil aplicaciones geniales al “sistema Tabárez”: ya que tanto los equipos de fútbol como las empresas son organizaciones competitivas, pues les aplicamos el “sistema Tabárez” a las empresas y seguro que les va mejor. Según esas miradas, lo que hay que hacer es copiar los “valores” que trae el “proceso” en su seno y aplicarlos con papel de calco a lo que venga. Es tan fácil el mecanismo que uno no se explica cómo no se hizo antes, serán perezosos estos uruguayos.
El problema, creo yo, es que no es simplemente un tema de organización y de un sistema de valores. O mejor dicho, todo eso pesa, pero hay otras cosas que gravitan más en el llamado “proceso” y que no son fácilmente reproducibles. De hecho, son tan difíciles de reproducir que Uruguay tuvo que esperar 40 años y dos ciclos con el mismo director técnico para obtener resultados mundialistas del mismo nivel: el cuarto lugar previo obtenido databa del mundial de México, en 1970.
Sin ir mas lejos, el propio “proceso de Tabárez” tuvo que acumular tiempo a sus espaldas antes de obtener buenos resultados. Y ese aspecto, el trabajo en el mediano y largo plazo, con autonomía e independencia de criterio (mejor aun, con el criterio técnico definido por Tabárez y los suyos) es una de las claves más difíciles de reproducir en un país en donde todo se juega al presente. O peor aun, a la admiración banal de un pasado imaginado que muy seguramente no fue tal como se lo reconstruye desde el presente.
En una entrevista a propósito de su documental Clemente, el realizador Pablo Casacuberta decía algo interesante: “Cuando vos privilegiás fundamentalmente aquello que ocurrió por encima de aquello que ocurre, lo que estás diciéndole en forma velada a la ciudadanía es que lo que la ciudadanía produzca es menos valioso en términos patrimoniales que lo que alguna vez se hizo. Ese proceso es casi una receta para la victoria de los populismos”. Y agregaba: “Así generás la idea de que hacia adelante hay menos para mirar que hacia atrás. Justamente una de las frases que más me gustan de Clemente Estable es cuando dice que en caso de conflicto entre el futuro y el pasado, hay que elegir el futuro”.
No es solo que para poder proyectarse hacia el futuro haya que sacarse la losa del pasado, eso es evidente. Lo que es necesario es poder imaginarse en ese futuro para así poder entender cuáles son los pasos que se deben dar en el presente. Cada vez que la hinchada (y muy especialmente la prensa deportiva) quiso “apurar” a Tabárez con tal o cual jugador, con tal o cual sistema, la respuesta de Tabárez fue siempre la autonomía de su criterio. Porque solo el cuerpo técnico entiende cabalmente qué está haciendo en ese instante, qué potenciales tiene en el equipo, qué cosas funcionan un poco mejor que otras, qué plazos necesitan unos y otros jugadores para eclosionar y dar lo mejor de sí.
Entonces, dos aspectos: autonomía de los involucrados a la hora de trabajar y sentido del mediano y largo plazo para poder obtener resultados. Justamente, dos aspectos muy difíciles de ponderar en un país como Uruguay, acostumbrado a los corporativismos de todo signo y a no poder imaginar casi nada en el futuro a mediano plazo. Más allá de las declaraciones altisonantes, quiero decir. De ahí que resulte más fácil centrarse en los “valores” y en la “aplicación” de métodos en una clave que es a medias voluntarista y a medias conductista: si Tabárez fue de A hasta B, el resto debería aplicar la misma receta y listo el pollo.
Por ejemplo, un asunto tan central como la educación, que involucra los destinos del país para varias generaciones, las oportunidades de sus gentes y, de hecho, la clase de país que se desea tener como colectivo, no puede ser pensado como la simple aplicación de lo que trae un libro de cocina. De hecho, los “valores” del “proceso” no son muy distintos de los que promueve (o promovía) la escuela pública uruguaya: trabajo, esfuerzo, solidaridad, lucha, superación, etc. Aplicados, eso sí, a la lógica del deporte de alta competencia.
Para mí, la enseñanza de Tabárez (una de tantas) es la idea de que cualquier proceso que quiera tener posibilidades de éxito necesita tiempo, dinero y acuerdos de profundo calado que permitan desarrollar eso que se desea desarrollar. Y el personal adecuado, claro. Sin la generación de jugadores que se tiene (y que gracias al nutriente que aportan las selecciones juveniles que trabajan bajo el mismo esquema ya son casi dos), los logros no serían los mismos.
Los procesos deben durar lo que los procesos necesitan y contar con amplios acuerdos detrás suyo que les permitan desarrollarse de manera sostenida. No es posible hacer una reforma educativa sin contar con las más amplias mayorías. Y una vez establecidos esos acuerdos, los encargados de ejecutar ese proceso deben tener los recursos, el tiempo y la autonomía para intentar llevar esa reforma a buen puerto. La mayor enseñanza de Tabárez es que solo así puede conquistarse la legitimidad que se necesita para acometer los cambios profundos. Si logramos aprender eso de este proceso que nos tiene tan felices a los hinchas de la Celeste, otra que campeones del mundo: estaríamos en el camino de ser un mejor país. Y eso no hay Copa del Mundo que lo supere.