Nº 2087 - 3 al 9 de Setiembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace dos o tres semanas, no recuerdo bien, ni importa, me llamó Manfredo Cikato, tarde de la noche. Charlamos sobre política, sobre la prensa, de nuestros achaques y acordamos almorzar en algún restaurante que nos quedara cómodo a ambos. Lo teníamos pendiente desde que la pandemia obligó a suspender las cenas periódicas que Manfredo organizaba en su casa para Ramiro Rodríguez Villamil, para mí y para nuestras respectivas esposas, Susana y Alma.
Manfredo Andrés Cikato Lay murió este martes 1º. Nos quedó pendiente el almuerzo.
Manfredo, hijo de un capitán de marina mercante croata (Andrés) oriundo de Dubronick, iba a cumplir 95 años en octubre. Vivió una larga y buena vida, solo opacada por la muerte de su amada Verónica, hace siete años. Estaba lúcido y no se quejaba, pero no quería irse.
Su madre, Ludmila —Mila— vivió 93 años. Murió tranquila, en su sillón, leyendo Búsqueda. No he conocido otra lectora ni lector del semanario como ella. Lo leía de punta a punta.
La ponía contenta y estaba muy orgullosa de que su hijo fuera uno de los socios del semanario, miembro de su Consejo Editorial y en el que periódicamente aparecía algún articulo con su firma.
Y el orgullo de Mila tenía fundamento. Manfredo fue un exitoso abogado, fue director de Publicaciones de la Presidencia de la República por años y asesor de los Ministerios de Industria y de Economía. También, por un rato, fue banquero. Pero sin duda, lo mejor de su trayectoria fue en Búsqueda. No sé si Búsqueda hubiera sido sin él, sin su pragmatismo y sin su sentido común.
En 1974, Búsqueda, publicación bimestral, comenzó a espaciarse pese al esfuerzo de sus fundadores Ramón Díaz y Rodríguez Villamil. Fue entonces que aparecieron Manfredo Cikato y Pablo Fossati, con la decisión de apuntalar la revista. No querían que esa usina de ideas, de filosofías, de debate y de “búsqueda de la verdad” despareciera.
A la fuerza intelectual arrolladora y el empuje de Ramón Díaz, secundado por Rodríguez Villamil, cubriendo espacios y tapando huecos —Ramiro estuvo presente con sus artículos en todos los números de Búsqueda, desde el principio, más de dos mil doscientos—, sumaron lo suyo Manfredo y Pablo. Estos pusieron lo que faltaba, un cierto realismo y algo de sentido práctico, fundamentalmente en lo económico. Pablo constituía el respaldo (“si se llegara a necesitar”) y Manfredo, siempre con los pies en la tierra, sabía que para escribir y transmitir las ideas es necesario tener dónde y que ese dónde de alguna forma se financie. Fue él quien planteó la idea de profesionalizar la revista, lo que se puso en marcha a mediados del 74 y se concretó en la salida de un mensuario a partir de enero de 1975, el que luego se transformó en semanario en setiembre de 1981. Ramón, Ramiro, Pablo y Manfredo fueron los “cuatro jinetes” de Búsqueda.
El aporte de Manfredo era esencial. Conseguía avisos, les insistía a sus amigos y contactos, siempre estaba atento al tema administrativo y era casi insustituible como pacificador y componedor cuando las discusiones traspasaban límites. Manfredo era muy culto, con larga experiencia en variados campos, y a la vez era tranquilo y humilde, pragmático y poco crítico, y por sobre todo, como ya dije, con un gran sentido común. Su cuota siempre hizo falta.
Vivió una vida estupenda. Su “savoir faire” era innegable.
Una de sus hijas a mi mensaje de pésame me respondió: “Vivió una vida larga y plena. Así que nada más que agradecer”.
Y efectivamente vivió plena e intensamente. No habría por qué lamentarse, pero ello es imposible cuando se muere un amigo: siempre queda algún almuerzo pendiente. Y tantas otras cosas.