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Tal vez en un día menos ajetreado por el referéndum, la muerte de Enrique Pinti, ocurrida el domingo 27 de madrugada, hubiera tenido mayor repercusión porque era de esas figuras argentinas queridas por los uruguayos. Pionero en el stand up argentino antes de que se hablara de stand up, Pinti se hizo memorable por sus monólogos de asombroso poder discursivo que combinaba con el estilo del music hall y café concert y un gran histrionismo. Enfermo de diabetes, el sábado 5 lo habían internado por una descompensación, y con los días su estado fue empeorando.
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Había nacido en Buenos Aires en 1939 y se consideraba un hombre de la ciudad y el asfalto. Estudió profesorado de Español, Literatura y Latín, dio clases de Historia del Teatro y era un hombre muy culto, con un gran amor por el teatro, el cine, la literatura y la historia argentina. Con este bagaje, su humor se apoyaba en un fuerte sustento intelectual y era una ametralladora verbal que apuntaba con todo su arsenal a la esencia de la sociedad argentina; y de sus balas no se salvaba nadie. Famoso por su forma de hablar sin pausas y a una velocidad insuperable, lograba que los espectadores no se perdieran en la vorágine de sus palabras.
“Lo que Dios me dio es una gran labia, entonces la gente me pide explicaciones, porque como hablo y hablo con mucho convencimiento piensan que sé algo, y no sé un carajo. En realidad soy un decodificador de la realidad. ¿Vieron cuando tienen un televisor mal codificado y no se ve un carajo?, bueno, yo soy el que viene aprieta un botón y se ve. Pero si me preguntan cómo se hizo ese aparato, de dónde salió la mierda de programación que te dan, no lo sé y no soy responsable”, fue parte de su monólogo para el show Pinti y aparte de 1991.
El condimento de sus discursos eran las malas palabras que intercalaba con relatos tenebrosos sobre la política o el comportamiento de los argentinos. De ese choque grotesco nacía el humor. Sus espectáculos estaban llenos de puteadas y de “forros”, “boludos” o “conchudas”.
“Yo tuve muchas resistencias de críticos enjundiosos, de intelectuales, de viejas beatas, en fin, de algunos inteligentes, otros, unos imbéciles recibidos en la facultad de boludogía y letras que se ofendían mucho”, dijo sobre este tema en 2017, en entrevista con el programa televisivo Cada noche. “Había un crítico que siempre decía: ‘Lástima que un hombre que demuestra tanta cultura como Enrique Pinti haya sido influenciado por el lenguaje obsceno de la revista’. Pero yo nunca me inspiré en la revista, aunque siempre me encantó, sino en mi familia, sobre todo en las mujeres, en mis tías que puteaban a lo loco para divertirse”. Recordó también las “atrocidades” que escuchó de niño de gente “buenísima y beata” que no decía malas palabras, pero tenía malos pensamientos.
Comenzó su carrera muy joven, a los 17 años, en la compañía Nuevo Teatro, donde actuó, escribió y dirigió comedias musicales infantiles. En 1958 participó en la película El secuestrador, dirigida por Leopoldo Torre Nilson, con la actuación de Leonardo Favio. Pero lo que sería el fuerte de su carrera lo comenzó en los años 70 con los espectáculos unipersonales y los café concert, sobre todo tuvo mucho éxito con Historias recogidas junto con Gerardo Sofovich.
Amigo de Antonio Gasalla, fue el coautor de todos sus espectáculos de fines de los 70 y comienzos de los 80 en los teatros Maipo y Liceo. También Gasalla lo dirigió en Pan y circo (1982), espectáculo en el que representaba a personajes históricos.
Los años 80 fueron fructíferos para Pinti. En 1984 estrenó Salsa criolla, un recorrido por la historia argentina desde su fundación. El espectáculo se mantuvo durante 10 temporadas con récord de público y varios premios nacionales e internacionales. Un año después, se estrenó la emblemática película Esperando la carroza, dirigida por Alejandro Doria, que lo tuvo en el papel de un alcohólico.
Muchos de sus espectáculos pueden verse en YouTube, entre ellos, Vote Pinti (1989), Pinti y aparte (1991), A todo Pinti (1992), El infierno de Pinti (1996). Entre sus múltiples actividades culturales, trabajó con Guillermo Francella en el musical Los productores, fue columnista en Clarín, La Nación, Noticias y Radio Mitre y protagonizó El burgués gentilhombre de Molière en el Teatro San Martín.
En el 2020 había presentado el espectáculo Al fondo a la derecha, pero la pandemia lo interrumpió. Entonces desde su propia casa organizó por streaming con el periodista Marcelo Polino, Pinti y Polino al hueso, que fue su última actuación.
Cuando tenía 67 años apareció en Pingo argentino montado en un pequeño poni de juguete, al que le pedía perdón por cargarlo a él, tan robusto, y a todo un país, tan pesado. Después pasaba revista a todos los males argentinos: a la izquierda “pajera, fluctuante entre el piquete o la revolución bolivariana”, a la derecha “defensora de las peores privatizaciones que sufrió el país” y a la esencia de los argentinos, representada en un gran cerebro, mitad materia gris, mitad materia fecal.
Se definía como un “optimista-pesimista”, decía que había comenzado a hacer humor con su gordura para evitar las burlas de los demás. Esa capacidad de reírse de sí mismo era una muestra de su inteligencia.
“Enrique sobrepasa el teatro, es un referente cultural, un hombre que fue contando nuestro país durante 60 años”, dijo el empresario teatral Carlos Rottemberg a raíz de su muerte. “Si no sé un carajo”, le podría responder Pinti, a las risas, desde algún lugar.