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Hay que ser audaz —y presumiblemente también estar un poco chiflado— para cruzar caminando sobre un cable los 43 metros que separan las azoteas de dos torres de más de 400 metros de altura. Fue lo que hizo el equilibrista francés Philippe Petit la mañana del 7 de agosto de 1974 en Nueva York. Porque sí. Y más de una vez.
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Petit se obsesionó con las torres gemelas del complejo World Trade Center cuando todavía no estaban terminadas e ideó una acción poética que demandó años de minuciosa planificación. El realizador estadounidense Robert Zemeckis reconstruye la historia de esta obsesión personal y la gestación de esta performance como la organización de un gran golpe. Que también lo fue. Porque esta operación, con su margen delirante y peligrosa, con su mueca circense y mordaz, además de ser una travesía poética, fue un acto delictivo, ilegal. Tras su paseo entre las nubes, rodeado de aplausos del público, bañado por los flashes de las cámaras y agitado por la marea de expresiones de admiración, Petit fue esposado y trasladado a la cárcel. Recibió una condena que se revela en el filme y en el excelente documental Man on wire (ver recuadro), del británico James Marsh —director de la elogiada La teoría del todo—, ganador del Oscar en su categoría.
Zemeckis, responsable de Volver al futuro, ese clásico de la década de 1980 que presentó los viajes en el tiempo de una forma ingeniosa, familiar y con el aterrador atractivo que produce en una persona ver a sus propios padres en plena pubertad, evidencia un cariño natural por los personajes cuya fortaleza interior les permite pulverizar algunas limitaciones, sean propias o ajenas. Casos emblema: Chuck Noland en Náufrago, Eleanor Arroway en Contacto y el excepcional Forrest en Forrest Gump. Tiene en Petit, al borde del arquetipo del franchute excéntrico, simpático narcisista con aspiraciones de artista, a un candidato plausible para el club.
Como lo hizo en Forrest Gump, su obra mayor, ganadora de seis Oscar, Zemeckis narra la historia por medio de su protagonista en primera persona. La elección para recrear las palabras que Petit volcó en su libro Alcanzar las nubes (Alpha Decay, 2007), material base para la película, es colocar a Joseph Gordon-Levitt, que encarna al intrépido equilibrista, en el papel de guía de su relato. Gordon-Levitt mira a la cámara, con fastidiosos lentes de contacto azules, desde la Estatua de la Libertad, y habla al espectador, en tono didáctico, y más de un espectador quizás se agarre la cabeza. El recurso es odioso. Afortunadamente está bien dosificado, funciona en la dramatización de un monociclista y malabarista con alma de showman y que, según relata en Alcanzar las nubes, al arribar a la aduana de Nueva York, cuando un oficial de Policía le preguntó por qué llevaba aparejos gigantes, cinturones de seguridad y cables de acero, entre muchos otros implementos, respondió:
—No es nada —sonrisa solapada—. Soy funámbulo y estoy acá para tender un cable entre las torres gemelas del World Trade Center.
El oficial soltó una risotada. Y lo invitó a pasar. Así empezó la caminata que terminaría en la mañana del 7 de agosto.
La trama avanza con esas intervenciones de Gordon-Levitt, ilustrando la formación de Petit, la conformación de sus secuaces —entre divertidos, curiosos e impresentables— que se juntan a su alrededor. Con un estilo visual elegante y pulido, Zemeckis reconstruye las torres —esculturas de acero y cristal todavía sin terminar—, de una forma asombrosa, por dentro y fuera. La tecnología 3D es usada para dotar de profundidad a los escenarios y, sin ser protagonista, contribuye a la sensación de vértigo que acompaña al asalto en el cielo, que es el gran momento de En la cuerda floja, su alma y razón de ser. Esa secuencia es intensa, luminosa y emocionante.
En la cuerda floja (The Walk). EEUU, 2015. Director: Robert Zemeckis. Guion: Robert Zemeckis y Christopher Browne sobre Alcanzar las nubes, de Philippe Petit. Con Joseph Gordon-Levitt, Ben Kingsley, Charlotte Le Bon, James Badge Dale. Duración: 123 minutos.