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    Aunque es “ejemplo para el mundo” en política migratoria y de refugiados, a Canadá “le falta” para ser “verdaderamente inclusiva”

    Toronto (José Peralta, enviado). “Canadá es el Barcelona de las políticas migratorias”. Así, con esa categórica frase, resume a Búsqueda el representante auxiliar del Fondo de Población de las Naciones Unidas para Uruguay, Juan José Calvo, la situación de los sucesivos gobiernos canadienses respecto a la inmigración. Y no es para menos: con una población de 30 millones Canadá es un mosaico social compuesto de 34 grupos étnicos con al menos cien mil miembros cada uno, de los cuales diez tienen más de un millón de personas. Según datos oficiales, el 16,2% de la población pertenece a minorías visibles.

    En medio de un mundo occidental revolucionado por el ingreso masivo de ciudadanos de Medio Oriente —en especial de Siria—, ante la destrucción y conflictos internos que muchas veces fueron provocados por las mismas potencias centrales, y los atentados en las capitales europeas y ciudades de Estados Unidos, son varios los países que miran a Canadá como el modelo a seguir a la hora de promover una mayor inclusión y una “verdadera ciudadanía” frente a las migraciones mundiales que se dan por cientos de miles.

    Desde comienzos de año, Canadá recibió 25.000 refugiados sirios por decisión explícita del reciente gobierno laborista encabezado por Justin Trudeau, un hecho que marca la pauta de la política de “puertas abiertas” que intenta llevar adelante la administración de ese país.

    El hecho además es uno más dentro de una política que busca ser lo más hospitalaria posible con los migrantes que ingresan al país, aunque muchas veces esa decisión no llega a hacerse realidad o en otros tantos casos se contradice frontalmente con acciones de los aparatos estatales.

    De hecho, para especialistas, gobernantes y representantes de la sociedad civil que participaron en la conferencia “Six Degrees” sobre ciudadanía e inclusión celebrada en Toronto entre el 19 y el 21 de setiembre, a Canadá “todavía le falta mucho” para poder considerarse una nación “plenamente integrada e inclusiva”. Una situación que deja la barra aún más alta para el resto de los países del mundo, que “le miran el número” al país más al norte de América.

    Justicia climática.

    La primera en patear el tablero fue la periodista y escritora Naomi Klein, reconocida defensora de los derechos ambientales y de las minorías. “Canadá siempre es reconocida por su apertura a recibir al inmigrante, pero quizás sea demasiado doloroso mirar muy de cerca este tipo de estereotipos”, dijo Klein, para agregar que “hubo quizás hace años una pequeña ventana de inmigración sin discriminación en Canadá, pero eso ya pasó”.

    Para Klein, el principal problema de inclusión y ciudadanía que tiene Canadá radica en sus pobladores originales: las poblaciones indígenas que fueron diezmadas y discriminadas durante cientos de años, un problema que sigue arrastrando secuelas hasta hoy y que conforma una de las “realidades más vergonzosas de este país”.

    Para la periodista hay que reorganizar todo el concepto de la producción energética en un sistema menos dependiente de los hidrocarburos y más volcado a la energía renovable. Pero al mismo tiempo, ella entiende que solo si estos grupos indígenas y las minorías que han sido peor tratadas “están primeros en la fila de recibir las ganancias de un nuevo modelo energético”, se podrá “alcanzar la verdadera inclusión con los que vienen y la reconciliación con los que están”.

    “Es un tema de justicia climática”, sentenció.

    Migraciones, refugiados e inclusión.

    El problema es sistemático en Europa y ha desafiado a todas las potencias del mundo: qué hacer con los cientos de miles de personas que huyen de zonas en conflicto y buscan asilo y refugio en los países con mejor posición económica. Ese fue uno de los temas centrales de la conferencia, donde Canadá está activamente involucrada.

    “Miren, entiendan que esta gente no viene aquí o a Europa porque quieran. No quieren sacarle el trabajo a nadie, no emigran porque tengan ganas de cambiar de país donde viven. Están huyendo, y si no tenemos en cuenta eso, estamos muy confundidos”, dijo Monia Mazigh, coordinadora del Centro para el Monitoreo de las Libertades Civiles.

    “Aquí el dilema a tratar es cómo solucionamos el problema original, que son las guerras. Eso es lo que hay que atacar, no los migrantes, que son consecuencia de otro problema mayor. Si no logramos encontrar una solución a este problema vamos a tener una conferencia de este estilo cada año”, advirtió.

    “Tengo miedo de que Siria se convierta en algo similar a Palestina: un conflicto general que se extiende, sin soluciones, durante décadas”, agregó.

    Rabin Baldewsingh, alcalde de la ciudad de La Haya y una de las figuras más representativas de la diversidad en los Países Bajos, también tuvo una visión más amplia de la situación actual. “Fallamos en ver qué pasaría cuando invadimos Irak, fallamos en ver qué pasaría en la mal llamada Primavera Árabe. Fue nuestra presencia en esos lugares la que garantizó que hubiera refugiados, lo provocamos y ahora que vienen a nuestras ciudades entramos en pánico y no existe un liderazgo claro que pueda organizar esto de manera coherente”, dijo.

    Baldewsingh coincidió con Mazigh en que los líderes europeos “tienen que resolver el problema inicial”, pero que actualmente también hay una situación a atender en todas las ciudades de ese continente.

    “Hoy los Países Bajos no permiten el ingreso de más musulmanes. Creo que este tipo de decisiones erran el punto. Tenemos que unirnos entre las ciudades, que son las que vemos estos problemas a diario y coordinar acciones entre las ciudades por encima de los gobiernos. Hoy las ciudades pagamos las consecuencias de una política migratoria muy mala que no favorece ni la inclusión ni la hospitalidad y luego eso se refleja en las relaciones sociales, que se dan principalmente en esos lugares”, dijo.

    Yusuf Müftüoglu, analista político y ex asesor del presidente turco Abdullah Gül, explicó cómo Turquía, que recibe miles de refugiados al mes, logró encontrar “una solución mínima” al desafío que representa ese hecho.

    “En vez de combatirlos o implantarles una regla, dejamos que los propios refugiados formen y administren sus colonias, mientras vamos intentando resolver su problemática”, dijo.

    Ejemplos y mejoras.

    Baldewsingh, Mazigh y varios de las decenas de expositores de la conferencia coincidieron en señalar que aún a pesar de los problemas que tiene, Canadá a la hora de su política inmigratoria sigue siendo un ejemplo mundial en el que los demás deberían inspirarse.

    Denise Dresser, académica, politóloga y escritora mexicana fue la más enfática en ese punto. “¿Qué están haciendo con sus privilegios? Son una nación ejemplar en este tipo de políticas, pero precisamos que asuman ese rol a nivel mundial, que dejen de mirarse el ombligo y salgan con una postura firme a demostrar cómo se hace, a explicar cómo funciona”, dijo.

    Canadá tiene cientos de programas de ayuda e inclusión al migrante, además de políticas que protegen a las minorías una vez que cruzan a territorio canadiense. Sin embargo, los especialistas destacan que uno de los puntos “más admirables” es que a nivel político existe un amplio consenso a la hora de aplicar estas políticas y son excepcionales los casos de facciones que promuevan un cierre de fronteras o expulsar a los extranjeros, como sucede en otros países desarrollados.

    Sin embargo, muchos critican su “adormecimiento” a la hora de plantarse en el concierto internacional.

    “¿Qué saben de México? Somos su socio en el NAFTA, y 150.000 personas murieron por la violencia del narcotráfico. Está muy bien hablar de Siria y otros países, pero ¿y aquí nomás? Se deben una retrospectiva”, dijo Dresser.

    “No se duerman. No den esto maravilloso que tienen por sentado. Nosotros lo hicimos y ahora (Marine) Le Pen es el partido mayoritario en Francia. ¡Miren a su vecino, despierten!”, dijo Mathieu Lefevre, un ex consultor de la ONU hoy a cargo de una fundación que busca “reflotar el sueño francés”.

    Otro aspecto que no se pasó por alto fue la cuestión indígena. Varios fueron los disertantes que hicieron hincapié en que Canadá aún tiene que resolver ese problema interno.

    “Fallamos en cumplir con los acuerdos que firmamos con las poblaciones indígenas. Traicionamos esos tratados”, sentenció Adrianne Clarkson, ex gobernadora general de Canadá entre 1999 y 2005 y una de las impulsoras de esta conferencia.

    “Somos el ejemplo de pluralidad para el mundo. Yo misma nací en Hong Kong y alcancé aquí muy buenas posiciones, pero este ejemplo es frágil, está atado con alfileres, nos falta profundizarlos y sedimentarlo”, advirtió.

    Para Clarkson, una forma de hacer más fuerte ese proceso es alcanzar una “verdadera reconciliación” con las poblaciones indígenas.

    “Es cierto que tenemos una política de inclusión muy buena, pero al mismo tiempo somos el segundo exportador de armas a Oriente Medio. Eso es una contradicción flagrante”, agregó.

    “¿Cuántos de ustedes saben en la tierra de qué indígenas viven? A veces no tiene sentido mirar tanto hacia afuera, porque para aceptar primero tenemos que conocer lo que tenemos aquí. Conocerlo y aceptarlo como propio”, dijo Madeleine Redfern, la alcaldesa de Iqaluit, la ciudad capital del territorio autónomo Nunavut, ubicado en las zonas más al norte de Canadá, cerca del Ártico.

    “Es una falacia culpar a los indígenas por su comportamiento actual. En cualquier lugar del mundo donde se haga pasar a estas poblaciones por lo que las hicimos pasar en este país tendrían ese comportamiento. Tenemos no solo que reconciliar a la sociedad, sino que además debemos reparar el daño que les hicimos”, agregó.

    En Canadá durante años los hijos de las poblaciones indígenas eran apartados de sus padres y llevados a escuelas de “adaptación” administradas por el Estado. Son cientos los casos confirmados de abusos sexuales y físicos que sucedieron en ese tipo de instituciones.