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    Balance energético 2022: un tumultuoso y fascinante año

    Nº 2210 - 26 de Enero al 1 de Febrero de 2023

    La energía está presente en todo momento y no hay crecimiento económico sin ella. Podríamos hacer bien poco sin la infraestructura energética que hemos construido: desde el transporte de personas y mercancías hasta la fabricación de todo tipo de productos industriales, desde el cemento hasta el acero, calentar o enfriar edificios y producir un sinfín de cosas. Hay combustibles líquidos, gaseosos y sólidos. Hay moléculas y hay electrones. Hay mercados y hay planificación central. Y hay política y geopolítica —mucha—.

    Es difícil resumirlo todo, pero el tumultuoso 2022 —un año marcado por otra crisis energética— nos deja algunas enseñanzas. Muchos expertos se equivocaron, las prioridades cambiaron para muchos gobiernos y Alemania volvió al carbón.

    De hecho, mi primer aprendizaje va por este lado: cuidado con las predicciones, hay muchas piezas que se mueven a la vez y la probabilidad de acierto es baja.

    En febrero Rusia invadió Ucrania y eso marcó el principio de un año atípico. Rusia es el tercer mayor productor de crudo después de Estados Unidos y Arabia Saudita y el segundo mayor exportador. Hasta finales de 2021 más de un tercio de las exportaciones rusas de petróleo tenían como destino Europa (siendo Alemania el gran comprador), lo que igualmente representaba alrededor de un tercio de las importaciones europeas de petróleo.

    Los precios de la energía venían en alza desde 2021, pero la guerra puso leña al fuego y el año terminó con una inflación bien por encima de los promedios históricos en países desarrollados, donde más o menos un tercio del alza de precios general se debió a la subida en precios de energía. Europa estuvo en el centro y el gas fue el combustible más nombrado, pero la crisis salpicó por todos lados. Por ejemplo, Uruguay —un país que consume muy poco gas natural— sintió los efectos indirectos, vía precios de combustibles sustitutos o vía aumentos de costos en industrias intensivas en energías como la producción de fertilizantes.

    Comenzada la guerra países europeos y otros impusieron sanciones comerciales contra Rusia y la expectativa era que Rusia lo pagaría caro —una de las muchas predicciones erróneas—. El país siberiano ha mostrado ser muy resiliente. Dos grandes razones: precios altos y compradores fieles. La subida de precios le ha permitido a Rusia contrarrestar parte de la enorme baja en exportaciones a Europa, pero además la producción rusa de crudo sigue firme, cerca de niveles precrisis, gracias a mayores compras de China, India y Turquía.

    Por otro lado, hace unos meses se hablaba de que este invierno podría ser terrible en Europa, con cortes energéticos por la escasez. Pero una temporada bastante más calurosa que lo esperado implicó un menor consumo de gas y hoy Europa tiene depósitos de gas más altos a los promedios de años pasados en esta época que presionan los precios a la baja. Suerte para Europa (al menos por ahora), pero es otra predicción errónea.

    Claro que hay indicadores que nos pueden dar información importante sobre la oferta y la demanda global y lo que puede pasar con los precios, pero, un poco como con el dólar, somos siempre mucho mejor explicando lo que pasó que prediciendo lo que vendrá.

    Segundo, la seguridad energética volvió a ser prioridad, dando paso a inconsistencias (¿o hipocresía?). Cuando uno mira las promesas de largo plazo de la gran mayoría de los países, hoy el escenario es bastante optimista: más y más países se han comprometido a metas muy ambiciosas de reducción de emisiones —muy necesarias—. Muchísimas más renovables, mayor uso de vehículos eléctricos, hidrógeno verde, eliminación del carbón. Incluso países del golfo tienen ahora grandes planes para las energías limpias en las próximas décadas.

    Pero el corto plazo se muestra menos verde. Los altos precios del gas crearon mayor demanda de carbón —un sustituto del gas y el combustible más contaminante—, causando un pico en 2022. Incluso países europeos como Alemania, abanderados de las renovables, resurgieron la operación de plantas a carbón que estaban fuera de uso o que planeaban cerrar. También planean nuevas plantas e infraestructura para gas natural. Esto hizo que varios países se quejaran del doble discurso de los países desarrollados, que hasta ahora abogaban por terminar con el uso del carbón (en su mayoría usado en países en desarrollo y en Asia en particular).

    Tercero, las políticas industriales están de moda —si es que alguna vez dejaron de estarlo realmente—. A través de intervenciones en los mercados mayoristas, subsidios u otros instrumentos, en 2022 los gobiernos intermediaron para evitar mayores subas de precios de la energía. Pero esto no terminará en 2022. Los planes de descarbonización vienen acompañados de gobiernos que buscan generar más empleo y producción nacional (como en otras épocas se hizo con las industrias fósiles). Ya era el caso en China o India, pero ahora también en Europa o Estados Unidos. Una reciente regulación de Joe Biden para hacer frente a la inflación —que incluye créditos fiscales, préstamos y otros instrumentos para apoyar, entre otros, al sector de energías limpias— es un buen ejemplo de política industrial.

    A lo largo de la historia diferentes Estados han elegido apoyar diferentes industrias energéticas nacionales. Cumplir con las metas de descarbonización implicará más de esto, incluso en países que en general predican el libre mercado. Como dicen Ricardo Hausmann y Dani Rodrik de la Escuela de Gobierno de Harvard, los gobiernos “están condenados a elegir” qué sectores apoyar. “No es que elegir sea deseable. Es lamentablemente inevitable.”

    Así, cerramos el 2022 con gobiernos más presentes en el sector energético. Precios que no solo se definen en los mercados, sino que son parte de la artillería de gobernantes autoritarios, pero también de la función objetivo de gobiernos en democracia. Y al menos en el corto plazo, la seguridad energética preocupa más que el cambio climático.

    El consenso para 2023 es que los precios serán más bajos que en 2022, pero todavía altos para los promedios históricos, y que la volatilidad continuará. ¿Pero qué aprendimos de los consensos en 2022?