Nº 2211 - 2 al 8 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáOtra vez la sequía está causando estragos, no solo entre productores agropecuarios, sino también en otros rubros donde el agro “derrama” actividad y hasta el propio Estado se beneficia al cobrar impuestos por ello.
Por eso vemos por estos días a productores, políticos y burócratas corriendo como gallinas sin cabeza para ver qué parche ponerle a la situación: postergar pagos de impuestos, otorgar créditos blandos, suspensión de vencimientos, etc.
Pero la pregunta a hacerse es: ¿acaso no es previsible que cada tanto tiempo venga una bruta sequía y arrase con el esfuerzo de tantos años? ¿Por qué no invierten en riego? La respuesta que me han dado es que no vale la pena hacerlo porque no estamos en Israel y si bien puede haber algunos años de seca, los buenos tiempos lo compensan. Si es así, cuando venga la sequía que vayan a llorar al cuartito, porque cuando llegan las “mojadas” (como la soja a US$ 620 la tonelada), no vi a ninguno de los que hoy piden apoyo estatal salir a pagar más impuestos o a donar dinero a ninguna ONG. Y ni siquiera mis amigos estancieros me han mandado algunos kilitos de carne para que yo pase un mejor invierno, lo cual me parece muy bien. Como Antón Pirulero: que cada cual atienda su juego.
Hablando de Israel, hace unos años me dieron un dato que me dejó frío: a pesar de que Israel tiene un territorio del tamaño aproximado al de Tacuarembó y un clima casi desértico, producen varias veces más hortalizas que Uruguay.
Es que los israelíes se dieron cuenta de que rezándoles a sus dioses no lograban que cayera una gota de agua (y eso que tienen a los dioses del judaísmo, del catolicismo y del islamismo ahí, en Tierra Santa, no como nosotros que un rezo tiene que recorrer 20.000 kilómetros).
Por lo tanto los israelíes optaron por hacer algo más terrenal y más cerca de su área de control: decidieron usar sus mentes. Así inventaron el riego por goteo, la desalinización del mar, mejoraron los invernáculos, la tecnología y las genéticas que les permite que sean ellos los “rain makers” y no tengan que salir a rezarles ni a los dioses ni a los políticos de turno.
¿Por qué Uruguay no sigue el mismo camino? Y eso que nosotros corremos con la ventaja de que aquí nos sobra agua (aunque no se distribuya homogéneamente durante el año ni en un territorio de planicies suavemente onduladas).
Hace pocos días, Pablo Carrasco (un exitoso productor ganadero fundador de Conexión Ganadera) subió un video mostrando que había perforado un pozo y logrado un excelente caudal de agua en un terreno que era bastante malo, y ahora con el agua lo va a mejorar sustancialmente. Lo que más me llamó la atención fue lo “barato” de tal inversión: apenas US$ 20.000, una cifra totalmente financiable en el largo plazo para prácticamente cualquier pequeño productor. Y ni hablemos si el Estado organiza una política acorde donde no se cobre el IVA o el Imaba en el préstamo, ni costos extras absurdos.
Pensemos que la mayor productividad lograda con el agua debería pagar con creces la inversión y evitar (o al menos paliar sustantivamente) los efectos de cualquier sequía.
Tampoco hablemos de cerrar el ineficiente Correo o el inútil Inumet, que se patinan 34 millones de dólares el primero y unos seis millones de dólares de pérdidas por año el segundo y con ese dinero hacer tantos pozos que el Uruguay se parezca a un queso gruyere. ¡Serían 2.000 pozos por año! ¡Diez mil pozos en un solo período de gobierno! Pero parece que todos están más cómodos currando con organismos estatales que no sirven para nada, en vez de resolver los temas de fondo y no volver a hablar del asunto nunca más.
Es triste ver cómo en este país el tema de la sequía, de los desaparecidos, de la dictadura militar, del atraso cambiario, del costo del Estado, de las empresas públicas, de los monopolios o si el decano del fútbol uruguayo es Nacional o Peñarol, siguen arriba de la mesa desde hace 50 o más años y nadie se atreve a cambiar de página.
Por lo tanto, más que temerle a la sequía climática, hay que temerle a la sequía de ideas, a la sequía de cambios sustanciales y a la sequía de coraje para implementar esos cambios.
Del primer tipo de sequía, tarde o temprano vamos a zafar, pero de las otras, ¡esas sí que tienen pinta de perdurar!