Dentro de la temporada del Centro Cultural de Música (CCM) se presentó el jueves 4 esta prestigiosa orquesta alemana de casi 150 años de existencia, bajo la dirección de Michael Sanderling.
Dentro de la temporada del Centro Cultural de Música (CCM) se presentó el jueves 4 esta prestigiosa orquesta alemana de casi 150 años de existencia, bajo la dirección de Michael Sanderling.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAbrió el fuego con la Pequeña suite del polaco Witold Lutoslawski (1913-1994), que sirvió para evidenciar que este compositor está injustamente relegado en nuestros programas sinfónicos, ya que tiene un estilo de gran frescura y notable maestría en la orquestación. La segunda evidencia fue que estábamos ante una orquesta de primer nivel, trabajada en sus más mínimos detalles de matiz y dinámica. La Suite es una obra relativamente de juventud, con claro anclaje en temas folclóricos. Más adelante el lenguaje del autor se hará más complejo pero persistirá casi siempre el interés variado de su obra y su destreza orquestal. El primer movimiento, Fujarka, es quizás el más atractivo. Fue notable cómo una nota de trompeta era continuada por el flautín y luego por las cuerdas, sin que se notara la transición entre los diferentes instrumentos. En el movimiento final, Taniec, el ritmo se hizo arrollador así como la notoria influencia de Stravinsky, que al comienzo de la suite había sido apenas insinuada.
La siguiente obra fue el Concierto para violín en re mayor op.61 de Beethoven (1770-1827), con la solista alemana Carolin Widmann, una joven de 37 años que toca nada menos que un violín de Giovanni Guadagnini, construido en 1782. Esta transitada obra del repertorio entraña no solo dificultades técnicas sino más que nada interpretativas. Es un concierto extenso, donde sobre todo en el primer movimiento el tema se repite varias veces, con y sin modificaciones. Es necesario un solista que no solo tenga un sentido de la arquitectura total del movimiento, sino que además le insufle la dosis necesaria de matización expresiva en cada una de las reiteraciones del tema. Si eso no ocurre, el discurso puede hacerse tedioso.
Algo de esto sucedió con Widmann, una solista correcta, de sonido pequeño y una cortedad expresiva que contrastó en todo momento con la entrega con que la acompañó Sanderling al frente de la orquesta. Las comparaciones son odiosas pero resultan pertinentes cuando con 60 días de distancia se ofrece una misma obra en un mismo escenario. En junio, Shlomo Mintz hizo este mismo concierto en el Solís, oportunidad en la que cantó y develó con su violín todas las bellezas escondidas de la partitura. Es imposible no contrastar esa reciente y conmovedora versión con esta de Widmann, a la que le faltan algunos años más de añejamiento para mejorar luego en la cata auditiva.
Si ya en el acompañamiento de Beethoven se pudo apreciar el nivel de la orquesta y de su director, la Sinfonía Nº1 en do menor op. 68 de Brahms (1833-1897) fue el festín de la velada. Hijo del prestigioso director de orquesta Kurt Sanderling, Michael pertenece a una familia de músicos. Por su gestualidad poco atractiva pero precisa y su actitud frente a sus dirigidos, no es el tipo de director divo; se trata más bien de un trabajador paciente en la preparación de su orquesta. Con un gesto mínimo obtiene, por ejemplo, un súbito piano que solo puede lograrse con una preparación paciente en los ensayos. Quizás podría ser deseable una mayor libertad o elasticidad en su fraseo, que por momentos parece demasiado apegado a la medición del tiempo.
Ya en los primeros acordes esta sinfonía lucía el sonido de lo auténtico, de un Brahms hecho de manera gloriosa por una orquesta alemana. El empuje y la intensidad de las cuerdas, el sonido dulce y transparente de las maderas, el empaste de los bronces en el conjunto. Así, dentro de una vehemencia equilibrada, Sanderling logró esas apabullantes oleadas sinfónicas del autor, que hicieron que hace muchos años Carlos Real de Azúa comentara a este cronista que para él, la música de Brahms, era “oceánica”. Quizás no exista un adjetivo más preciso para definir esta música que el de este prestigioso intelectual compatriota que abordó con brillo varias disciplinas, pero que en música era ni más ni menos que un escucha inteligente y atento.