Un niño de ocho años de una escuela pública de una zona de “contexto crítico”, Barros Blancos, obtuvo el índice de capacidad intelectual más elevado en la primera investigación realizada en Uruguay sobre la prevalencia de escolares con habilidades intelectuales altas y superdotación. El alumno mostró un desempeño en los estudios de inteligencia propio de un persona 10 años mayor a su edad biológica, y no se trató de un caso aislado, según dijeron a Búsqueda los autores del estudio oficial que se hará público en los próximos días.
La investigación impulsada por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), y a cuyas conclusiones accedió Búsqueda, identificó superdotación en 2,8% y habilidades intelectuales altas en 8,6% de una cohorte de escolares de ocho años de edad durante el último período lectivo (2018).
“Si tomamos en cuenta solo una generación nacional de 45.000 niños y niñas, ese casi 3% de superdotados representa a más de 1.200 menores, mientras que el porcentaje de niños con altas habilidades intelectuales equivale a casi 3.900, en números gruesos”, aseguró a Búsqueda la viceministra del MEC, Edith Moraes.
A escala mundial, la cantidad de población con estas características oscila entre 2% y 3%, por lo que “era de esperar” que Uruguay mostrara niveles similares, acordes a los parámetros internacionales, explicó por su parte el neuropsicólogo Horacio Paiva, técnico responsable del estudio.
De la investigación se desprende que no existe desigualdad estadísticamente relevante sobre los indicadores de inteligencia por género. Sin embargo, sí se detectó una diferencia “significativa” a favor de los alumnos que concurren a colegios privados en relación a aquellos que asisten a centros de educación pública. Esto se explica por factores socioculturales y económicos “de origen” del niño —como la alimentación infantil y los vínculos afectivos en los primeros años de vida— más que por el “efecto escolar” sobre el desarrollo de su inteligencia, precisó a Búsqueda el coordinador del trabajo, el doctor Óscar Quiñonez.
El Estudio sobre la Prevalencia de escolares con altas habilidades intelectuales y superdotación intelectual, su perfil de aprendizajes y salud mental abarcó un universo inicial de casi 20.000 niños de una cohorte de ocho años de edad que cursaron estudios en 2018, matriculados en más de 360 escuelas urbanas, públicas y privadas, de Montevideo y del área metropolitana.
La tarea se dividió en tres etapas. Primero se tomó una muestra aleatoria y representativa de 955 escolares, de la que participaron 698 niños en 78 escuelas (61 públicas y 17 privadas) para una prueba de tamizaje o screening. Finalmente, 147 alumnos con probables condiciones excepcionales participaron en un test de inteligencia más completo, que permitió identificar a 16 niños con una superdotación y a otros 54 con habilidades altas.
Para la evaluación, que comprendió aspectos intelectuales, de la esfera afectiva y del rendimiento académico, se tomaron en cuenta los test de inteligencia de referencia (para este caso el Wechsler Intelligence Scale for Children y el Raven Color, no verbal). La media del índice de capacidad intelectual tiene un valor de 100 puntos con un desvío de 15; así es que los niños que alcanzaron entre 115 y 125 puntos se identificaron con habilidades altas y aquellos con 126-130 puntos o más fueron detectados con una superdotación intelectual.
De la muestra relevada se desprende que no hay diferencias entre varones y niñas en ninguno de los indicadores. Uno de los autores destacó el caso de una niña superdotada en lectura que mostró un rendimiento propio de una persona con 12 años más de edad. Otros ejemplos como este se dieron en los rendimientos de escritura y matemática. En general, el alumnado con superdotación destaca en habilidades lingüísticas por sobre las de razonamiento lógico matemático.
El relevamiento sí sugiere una mayor prevalencia de niños con superdotación intelectual y con habilidades altas en los centros de estudio privados en comparación con los públicos: entre los primeros se halló un 5,7% de niños superdotados (frente a un 1,6% en los públicos) y a un 15,7% de alumnos con habilidades altas (en comparación con 5,5% en el sector público).
La superdotación intelectual implica la confluencia de diferentes aspectos que trascienden la medición del nivel intelectual (como el compromiso o dedicación con la tarea o la creatividad), aunque se trate de un aspecto fundamental; así es que la capacidad intelectual general se define por el cociente de inteligencia (CI) o equivalentes.
En Uruguay no existen estudios previos sobre la prevalencia de superdotación, y tampoco sobre las altas habilidades, en ninguna edad, destacaron los responsables del trabajo. Para ello se valieron, además de evaluaciones pisco-pedagógicas basadas en entrevistas con familiares, docentes y alumnos, de los registros del programa Gurí del Consejo de Educación Inicial y Primaria (Ceip) y la digitalización de datos por parte del Plan Ceibal.
Las etapas finales del trabajo, que se extendieron desde junio de 2018 a octubre de 2019 y movilizaron a decenas de técnicos de diversas ramas y organismos educativos, implicaron una inversión estimada de US$ 30.000. Quiñonez, su responsable, lo graficó así: “El Estado habrá invertido entre 500 y 600 dólares para identificar ese 10% de mentes brillantes”.
Mentes brillantes
Los niños con habilidades altas o superdotación intelectual suelen aburrirse en clase, porque la educación que reciben está por debajo de sus necesidades. Con frecuencia parecen arrogantes o intolerantes, lo que genera una distorsión en los vínculos con los pares (suelen ser víctimas de bullying) y con los adultos con los que conviven. De allí la necesidad de identificar a esta población infantil que muestra una tendencia a la depresión, la ansiedad, los trastornos somáticos, las conductas desafiantes o inadaptadas que suelen confundirse con el trastorno por déficit atencional con hiperactividad y la consiguiente, e inadecuada, medicación.
Pero “en realidad ellos no saben por qué; simplemente sienten que no les gusta la escuela y por eso presentan actitudes problemáticas en el aula y fuera de ella, sobre todo ansiedad y depresión, porque más allá del rendimiento académico, un desarrollo emocional e intelectual también es fuente de desequilibrio”, explicó la subsecretaria del MEC.
El ministerio es contrario a aplicar como estrategia pedagógica la “aceleración” de los cursos (adelantar grados) para alumnos con niveles intelectuales superiores a la media. Tampoco recomienda “homogeneizarlos” en clases separadas del resto de niños con menor cociente intelectual.
Las autoridades educativas alientan, en cambio, ofrecerles proyectos de investigación y actividades extracurriculares, entre modalidades que atiendan a sus particularidades y que ayuden a su desarrollo socioemocional con niveles conceptuales cercanos. “Ni iguales ni tan distintos”, resumió Morales.
A partir de los resultados de la investigación, el gobierno saliente se propone fundamentar políticas públicas educativas y de la salud que apunten a implementar “planes de enriquecimiento curricular” destinados al conjunto de escolares superdotados y con altas habilidades, partiendo de la formación docente en estos temas y de una atención integral con un seguimiento de esta población, al menos, hasta que finalice su educación media.
En principio, esta propuesta ha sido atendida y “bien recibida” por el nuevo elenco gobernante, según supo Búsqueda.
Pero el problema es “bastante más complejo”, porque “estas mentes brillantes se salen de la caja” y “necesitan un traje a medida para ser atendidos”, aseguró el responsable del estudio. Quiñonez sostiene que su identificación es un primer paso y algo inédito en el país. “Hoy sabemos que en Uruguay podemos llenar más de 15 ómnibus de línea urbana de niños de ocho años con superdotación; antes ni siquiera sabíamos que existían”, dijo, al destacar el valor del estudio.
La Convención de los Derechos del Niño en su artículo 29 expresa que los estados partes, como Uruguay, se comprometen a que la educación de los menores debe estar encaminada a “desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus potencialidades” (Unicef, 1989).
Y la Ley General de Educación Nº 18.437 también dice proteger la diversidad e inclusión educativa: “El Estado asegurará los derechos de aquellos colectivos minoritarios o en especial situación de vulnerabilidad, con el fin de asegurar la igualdad de oportunidades en pleno ejercicio del derecho a la educación y su efectiva inclusión social”, respetando “las capacidades diferentes y las características individuales de los educandos, de forma de alcanzar el pleno desarrollo de sus potencialidades”.
“Hay que atender a esta población de niños porque además es el capital intelectual sobresaliente del país” y, sin embargo, “suele ser inadvertido para la sociedad”, afirmó la subsecretaria del MEC. Incluso para los propios padres, madres y docentes de estos niños. Morales explicó que, hasta esta primera investigación, “ninguno” de los 16 niños identificados como superdotados estaban detectados previamente, con independencia de si iban a centros públicos o privados, ni existía una “mínima sospecha” de las maestras ni de las familias; estaban “invisibilizados”. Nadie sabía qué eran.