Cayetano Alberto Silva

Cayetano Alberto Silva

La columna de Facundo Ponce de León

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Nº 2193 - 29 de Setiembre al 5 de Octubre de 2022

La consigna era simple: comentar qué importancia tiene la muerte de la reina Elizabeth II y cuál es el vínculo con nuestro país. Las respuestas fueron variopintas y conocidas: lo increíble de la vigencia de la monarquía en pleno siglo XXI, la impronta personal de la monarca más longeva de Gran Bretaña, las diversas influencias inglesas en la conformación del Uruguay, desde la educación al ferrocarril, pasando por los frigoríficos y el culto a los deportes con el fútbol a la cabeza. Hubo quienes desacreditaron la discusión como tal, increpando la frivolidad que rodeaba a las exequias fúnebres de la corona, cuando hay problemas más importantes y urgentes en el mundo y en nuestra realidad local.

En medio de todas esas conocidas posturas alguien dice al pasar: “Un uruguayo compuso la música con la que asumió Elizabeth II y con la que asumirá su hijo”. Silencio. ¿Cómo un dato así puede ser desconocido para la inmensa mayoría? Ahí empieza una de las tareas fascinantes del periodismo: corroborar, llamar a colegas, googlear, comparar datos, volver a chequear, desechar o confirmar la información. Ir descubriendo e hilvanando una historia apasionante.

Cayetano Alberto Silva nació en San Carlos, Maldonado, el 7 de agosto de 1868. Era afrodescendiente. El apellido no es del padre ni de la madre, sino de la familia que tenía como esclava a Natalia, que lo dio a luz allí. Empezó a estudiar música de pequeño con Francisco Rinaldi y a los 11 años se fue a Montevideo. Ingresó en la escuela de artes y oficios donde aprendió taquigrafía. En paralelo estudió corno, violín, pistón y solfeo con Gerardo Grasso. Deambuló por teatros, revueltas obreras e ingresó después al Ejército como parte de la Banda Militar. Luego emigró a Argentina, primero a Buenos Aires y luego a Rosario, donde se casó con Filomena Santanelli y tuvo ocho hijos. Murió pobre y desconocido en 1920, con apenas 51 años. La policía de Santa Fe le negó sepultura en el Panteón municipal por ser negro. Su tumba no tenía nombre. Volvamos un segundo para atrás.

En 1901 Cayetano compuso una marcha militar en honor al Coronel Pablo Riccheri, ministro de Guerra argentino, quien agradeció el homenaje pero pidió que se le cambiara el título por Marcha de San Lorenzo, en honor a una de las batallas protagonizadas por San Martín. Un año después, se convirtió en la marcha oficial del Ejército argentino. Seis años después un amigo de Cayetano Silva, Carlos Benielli, le agregaría la letra que la haría famosa en todas las escuelas del país vecino hasta el día de hoy.

En esos mismos años hay un hecho clave: Cayetano vende los derechos de su música, según algunos a la casa Breyer de Alemania, según otros a un editor bonaerense. En lo que no quedan dudas es que la venta fue insignificante y se debió a apremios económicos del músico para mantener a su familia. Los nuevos dueños presentan la música al concurso de piezas para la asunción del rey de Inglaterra George V. Ganan el certamen. Se ejecuta bajo el nombre de Marcha de la Victoria el 22 de junio de 1911, y desde entonces se transforma en la marcha oficial de la asunción de la realeza británica. Así fue con George VI, Elizabeth II y su hijo Charles III (Se ejecutaba también durante los cambios de guardia del Palacio de Buckingham, hasta que se inició la Guerra de las Malvinas). Por si ya no fuera increíble la historia, hay todavía más.

En 1910 Argentina autoriza a Alemania el uso de esa marcha, que sería ejecutada 30 años después cuando el Ejército nazi desfilaba por las calles de la ciudad de París conquistada. Y no solo. El ejército aliado, de la mano de Eisenhower, la vuelve a tocar a los cuatro años en la misma ciudad luego de derrotar a los alemanes. Ejecutar nuevamente esa música era un modo de desagravio. Como si la música compuesta por el compatriota, fuera la banda sonora de la Segunda Guerra Mundial.

Más allá de estos hechos históricos puntuales, la Marcha de San Lorenzo-Marcha de la Victoria está considerada una de las cinco partituras militares más importantes de toda la historia. Una charla sobre la muerte de la reina más longeva termina en la historia de un uruguayo hijo de esclavos, nacido en la villa de San Carlos y muerto pobre en Argentina luego de escribir una pieza musical histórica. Entre el funeral más pomposo en Inglaterra y una tumba sin nombre, hay un hilo directo, que es una partitura escrita originalmente para violín.

En 1997 se hicieron gestiones para trasladar los restos de Cayetano al Cementerio Municipal de Venado Tuerto en Santa Fe, donde se le dio nueva sepultura. La Banda Municipal del lugar se llama hoy Cayetano A. Silva. Hay allí un museo en su memoria. En Montevideo, una calle en el Paso de las Duranas del Municipio G lleva su nombre. Del Paso de las Duranas a la abadía de Westminster en un santiamén.

La historia de Cayetano Silva tiene otras aristas fascinantes: su pasaje como músico en el Teatro Colón, su amistad con Florencio Sánchez y sus composiciones para obras de teatro; la fundación de un centro lírico para la Sociedad Italiana de Venado Tuerto; su ingreso a la Policía santafesina para aumentar sus ingresos; su traslado a Mendoza donde fundó la Banda de Música del Cuerpo de Bomberos; la creación de una agrupación en 1900 para salir en Carnaval. Y por supuesto la composición de otras marchas.

¿Qué nos dice de Uruguay una historia así? Es una pregunta cuya respuesta no debería ser meramente histórica, en el sentido de recolección de datos como memoria. Debería apuntar sobre la vigencia de un país que genera condiciones para la formación, incluso para un hijo de esclavos alejado de la capital. Hoy que estamos inmersos en debates sobre educación, hoy que discutimos el peligro de las bases de convivencia de nuestra democracia, hoy que Argentina nos parece una tierra tan alejada y extraña; la peripecia vital de Cayetano Alberto Silva suena como una bocanada de esperanza.

Claro que uno puede también interpretar la otra parte: el olvido de estas historias; la segregación de la que fue objeto por su color de piel; sus problemas económicos por los que malvendió su obra y nunca cobró regalías; la incapacidad de Uruguay para retenerlo como músico. No niego que haya argumentos para este tipo de enfoques, pero el hecho político más importante es el otro: tenemos en nuestro acervo cultural talentos como el de Cayetano Alberto Silva, que a pesar de todos los contratiempos, florecen y crean. Hay que cuidar y contar estas historias para que contagien otras. Hacerlo es un gesto cívico relevante. Además, es un hecho de justicia, tan significativo como la detención del custodio personal del presidente de la República, con la aceptación de todas las partes de la legitimidad del proceso. Eso es Uruguay también.