• Cotizaciones
    viernes 07 de febrero de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Cocido, jugoso, a punto

    Daniel Escardó en su clínica

    Abre la puerta de metal e invita a pasar. Es una húmeda e inhóspita tardecita de viernes en el Cordón. Del otro lado aparece Daniel Escardó (Montevideo, 1957). Es amable pero no exagerado. No se muestra efusivo, no sonríe. Es evidente que tiene todo preparado para la charla que ofrecerá al periodista. Correcto, tranquilo, delgado, viste ropa informal. Una guitarra eléctrica recostada en un rincón entre sus obras revela mucho de su perfil. “A veces viene algún amigo y nos divertimos un poco”. Es un artista de gran trayectoria. Desde hace años construye esculturas que se elevan al cielo, como brazos livianos, sinuosos, como pirámides finas, dinámicas. Son construcciones en metal, aluminio, acrílico u otros materiales que se acoplan limpiamente con planos de diferentes formas, tonos y texturas.

    , regenerado3

    Está cerca de ser un científico, entre un artesano y el proyectista de una obra de ingeniería. Supera a todos con un lado misterioso, de enorme sensibilidad. Las esculturas de Escardó están por el mundo. “Tengo una de seis metros de altura en la Gary Nader Gallery de Miami. La llevé desarmada en dos valijas de cartón que yo diseñé. Todo desmontable”. Le brillan los ojos cuando habla de su obra. En Miami, su escultura permanece junto a la de pesos pesados como Frank Stella, Roy Lichtenstein, Rufino Tamayo, Pablo Picasso, Jean Basquiat y Jesús Soto, entre muchos otros. “Acá no me dan mucha bola”, dice con picardía. “Tampoco hago lobby, no voy a fiestas, no me hago ver”, confirma con calma. Otra constatación científicamente comprobada. En Uruguay hay que andar en la vuelta, hay que vincularse, hay que rondar el poder. El poder facilita el tránsito y la exhibición. Pero hay que pagar un precio. “Ahí andan como moscas alrededor de la miel”.

    Muchas de sus obras descansan en este lugar, en esa esquina oscura y anónima que parece esconder secretos inolvidables, en esas casas viejas con ochavas que todavía habitan la memoria de muchos montevideanos. De chico deambulaba entre el Parque Rodó y un caserón señorial del Prado. Bisabuelo ingeniero, abuelo médico, padre con una clínica de Radiología y paleontólogo aficionado, Daniel creció entre toscas y maravillosas máquinas de Rayos X y huesos de animales. Su madre aportó la poesía a su vida. “Me acuerdo de pasar la mano por detrás del aparato Siemens y vernos los huesos. Eso era muy común en nuestra infancia”.

    Habla del negatoscopio y de otros extraños aparatos como si fueran objetos cercanos para cualquiera. Todavía los tiene. Recuerda una anécdota. “Había una empleada de la que sospechábamos algo raro. Un día le pasamos la cartera por un aparato y vimos que tenía un revólver dentro”. Un adelantado en control de Aduana. Se entusiasma con la charla. Cuenta del Prado: una casona enorme, llena de tíos y primos y con su abuelo, un patriarca. Se juntaba tanta gente para las fiestas familiares que se ponían cartelitos para identificarse. “Vos sos el tío tal, ah sí, y a ver quién sos vos, y así andábamos mirando los cartelitos”.

    Escardó es divertido pero sin quererlo, sin esforzarse, fluidamente. “Estoy en una etapa en la que…” y hace un gesto suave de olas y dejarse llevar. Liviano. Flota como su obra desparramada en ese laboratorio-taller, en la amplia casa con diferentes niveles y paredes blancas. Algunas a medio camino, otras en esbozos de cartón; una que ya tiene vida, una especie de robot que reposa parado con el corazón abierto y los cables y circuitos sobre una mesa. Está para viajar. “No sé cómo la vamos a transportar, creo que la única forma es poner todo lo eléctrico aparte, en una cajita y que vaya separado”.

    Está preocupado por su creación. Se detiene un poco más en ella. El visitante ya conoce esa obra que ahora está sin vida. Tiene brazos que se mueven permanentemente. Buscan algo, tantean, penetran en el vacío con un ritmo extraño. Es cautivante, compleja. Apoyados en las paredes están sus cuadros, deslumbrantes: líneas, dibujos, tramas geométricas exuberantes, profundas.

    “Tal vez sea momento de callarse y que hablen las obras”. Tira la frase al pasar, como una ocurrencia del momento, la conclusión de una serie de comentarios sobre el arte actual y la cultura uruguaya. Está sentado en un sillón claro, confortable, en medio del amplio espacio blanco en el que descansan sus creaciones. Por ahora, habla su creador, que no tiene problema en pasar de una reflexión más o menos trascendente a una anécdota o dato curioso.

    “Durante muchos años, en esta esquina funcionó una carnicería, usaban esta parte y el resto era un gran depósito abandonado”, dice. Nada más lejos de una carnicería que su trabajo, sin sangre, pulcro, limpio, lleno de vida. “Estoy harto de ver exposiciones con porquerías en el piso compradas en la feria de Tristán Narvaja”. Dice las cosas con humor pero no se ríe, tampoco se enoja o destila rencor. “Soy muy exigente y riguroso, detallista, busco y proceso hasta que empiezan a salir algunas cosas”. Hizo Bachillerato de Ingeniería, de ángulos y cálculos trigonométricos pasó al arte. Casi enseguida. Pero ese es su mundo, el del cálculo, el rigor casi científico, los nexos, las conexiones, la construcción. Le gusta hablar de “suerte geométrica” cuando en una obra las cosas empiezan a funcionar. Es como una revelación de la materia. “Sólido. Líquido. Gaseoso”, recuerda con gracia el título de una muestra. “Cocido, jugoso, a punto”, agrega irónicamente y provoca la risa del periodista. “Hay que retirarse, lo serio es retirarse. Estar fuera del circuito”, dice con calma, hasta con cierta satisfacción. “El sistema está muy corrupto. Estamos entre recolectores. El arte es construcción. No se construye: se recoge de la feria y se expone. La poca energía que tengo la pongo ahí, en construir”.

    No parece que tuviera poca energía, ni un cáncer que cuando lo descubrieron le dijeron que se moría. “Fui solo. Por supuesto que me angustié, pero enseguida me dispuse a hacer lo que tenía que hacer. Y me embarqué en todo tipo de terapias alternativas. No sirvió para nada”. La enfermedad avanzaba y comenzó quimioterapia. “Funciona”, dice a pesar de sus heridas de guerra. Habla de sus amigos que lo acompañan y de los que no se acercaron más. Su voz es ronca, están golpeadas sus cuerdas vocales. “Nunca fumé tabaco. Solo marihuana”. Sospecha que fue la causa de su mal. Otra ironía que despliega al pasar y que rompe con el pensamiento hegemónico. Como la de su médico cuando se enfrentó a una de sus obras: “Son linfocitos”, le dijo en un intento de explicar lo inexplicable, lo que solo sus obras podrían aclarar si hablaran. Y aún así, guardarían el secreto de su magia, de su infinita capacidad de seducción.