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    Contraperiodistas y políticos

    Nº 2270 - 4 al 10 de Abril de 2024

    por Raúl Ronzoni

    Durante más de 20 años trabajó como periodista desde la primera línea. Cumplía con su profesión a rajatabla: recogía información plural para entregarla de la misma forma a los ciudadanos. Hace unos años decidió cambiar de chip y, por razones que ignoro (aunque seguramente fueron económicas debido a los bajos salarios de los periodistas), pasó a trabajar como asesor de políticos. Sin embargo, insiste en autodenominarse “periodista”, como muchos que siguieron ese camino. Un camino comprensible y lícito cuando entre otras funciones se actúa como director o asesor de comunicación o vocero de prensa. Nunca como “periodista”, aunque hayan obtenido esa formación universitaria.

    Durante la semana pasada, al igual que otros que se suman a militantes políticos oficialistas y opositores en las denuncias por acoso sexual o agresión contra los frenteamplistas Yamandú Orsi, precandidato presidencial, y Gustavo Olmos, diputado, buscaron obtener espacios publicitarios en los medios para defenderlos o atacarlos. Muchos lo lograron sin tener que pagar el costo de esos espacios esperando influir en jueces o fiscales. En realidad su objetivo es lograr votos para uno u otro lado sin pagar el precio de la publicidad, un ingreso que se pierden algunos medios por hacer “favores”.

    La persona a quien cito en el primer párrafo de esta columna intentó convencerme para que escribiera en apoyo al grupo político que lo había contratado para operar sobre el tema de las denuncias por acoso sexual. “Haceme la pierna, los dos somos periodistas y lo entendés”, argumentó. Le dejé claro que el fundamento de su argumento era falso porque cuando decidió cambiar el chip perdió la imparcialidad y se transformó en experiodista. La imparcialidad —salvo en el periodismo de editorialistas o columnistas— es una condición esencial de esta profesión. Se rio. No me entendió o no quiso.

    Recientemente en el diario español El País, Camila Ríos recordó que Iñaki Gabilondo, un maestro de esta profesión, remarca desde hace bastante tiempo la perversa dualidad sobre la cual se asienta hoy parte de la comunicación periodística.

    Razona que al igual que existen farmacias y parafarmacias, claramente diferenciadas por su origen y objetivos, “convivimos con el periodismo y el paraperiodismo (también lo señala como contraperiodismo)”. Tienen objetivos diferentes y apelan a distintas reglas de juego. Sin embargo, al igual que las parafarmacias, se presentan ante el ciudadano con una apariencia similar. Los operadores lo confunden a través de opiniones directas o disfrazadas de periodismo en las cloacas de las redes sociales que son estratégicas para el paraperiodismo. La mayoría de los ciudadanos, consumidores rápidos de escándalos y batallitas, no quieren o no pueden buscar algo mejor.

    En forma permanente políticos y periodistas están al mismo tiempo cerca y lejos, unidos solo por conveniencia, pero tienen una línea divisoria clara y necesaria. Ocupan lugares similares pero con intereses muy distintos, razonó el 25 de enero Andrés Danza en una columna de Búsqueda que tituló Sin más.

    Han transcurrido algo más de dos meses y, aunque ocupe más espacio del habitual, vale reiterar algunos conceptos de esa columna: “Es bueno detenerse en este tipo de cuestiones al entrar de lleno en un año especial. Luego de la pausa veraniega de las primeras semanas de enero que funcionan como un amanecer de un largo día que promete, comienza oficialmente el 2024, año de definiciones para todos los uruguayos, con la campaña electoral como acaparadora de los próximos meses y al final con nuevo presidente, seguramente elegido el último domingo de noviembre, y un Parlamento renovado. Por eso parece oportuno referirse a esa muy antigua y siempre conflictiva relación entre política y periodismo.

    Para hacerlo lo primero es partir de la base de que hay muchas formas de ejercer el periodismo y nadie tiene la verdad revelada al respecto. Lo que sí, hay palabras que necesariamente tienen que estar ligadas a ese ejercicio si se pretende hacer de una manera auténtica. Son como los ingredientes principales de una receta. Una es el profesionalismo, otra la libertad, otra la pasión y finalmente la independencia. Todo ello con un principal objetivo: informar todo lo posible para acercarse a la verdad.

    Con esa premisa es muy difícil generar una relación muy armoniosa con el sistema político, fuente central de información. De todas formas, en los meses electorales, la tensión constante suele ceder un poco porque todos los profesionales del proselitismo, en especial los que tienen aspiraciones electorales altas, necesitan exponerse lo máximo posible y para ellos los periodistas son intermediarios necesarios. Por eso es importante en estos momentos —y siempre— tener muy en claro las reglas. Y que esas reglas no sean impuestas sino que estén basadas en el sentido común.

    No es cierto, por ejemplo, que cada uno de los precandidatos o precandidatas presidenciales deban tener el mismo espacio o la misma cobertura de cada una de sus actividades en los medios de comunicación. Eso es imposible y además no tiene sentido. Lo que sí se puede es garantizar que todos serán tratados de la misma manera, en función de intereses periodísticos y con el único objetivo de informar de la mejor manera posible al público.

    Por eso todos los políticos deberían saber que los buenos periodistas nunca serán sus aliados y que si hacen bien su trabajo, estarán en una vereda opuesta (…). Los periodistas también deberían asumir que la profesión que ejercen no es para hacer amigos sino que muchas veces ocurre todo lo contrario. Los enojos, las críticas, las acusaciones infundadas son parte de la vida cotidiana de los profesionales de la información. Lo importante es que vengan de distintos lados, que no sean siempre los mismos los que se sienten satisfechos o los que se sienten criticados.

    El periodismo informa y no lo hace para beneficiar o perjudicar a nadie. Operar, operan los que están interesados en ayudar a alguna de las partes en disputa que a exponerles como lo que verdaderamente son: partes en disputa. Es difícil entender esto con una camiseta puesta, por más disimulada o desteñida que esté (…)”.

    De lo contrario, si eso no se entiende, ocurrirá lo que en la intimidad solía advertir otro maestro, Claudio Paolillo, cuando en el escenario aparecían abigarradas nubes de tormenta, especialmente en el periodismo: “¡Nos vamos a la mierda!”.