Reflexionaba en letra alta hace un par de semanas sobre esa idea tan peregrina que sostiene que Argentina es un país con un futuro brillante garantizado (“forzoso y fatal” en palabras del ex presidente de la República, Carlos Pellegrini).
Reflexionaba en letra alta hace un par de semanas sobre esa idea tan peregrina que sostiene que Argentina es un país con un futuro brillante garantizado (“forzoso y fatal” en palabras del ex presidente de la República, Carlos Pellegrini).
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáQue Pellegrini lo haya escrito en la segunda mitad del siglo XIX no prueba que él fue el inventor del espejismo. Y por eso, quizás no esté andando un camino equivocado si sostengo que los argentinos estaban profundamente convencidos de tener asegurado un futuro de éxito mucho antes de dejar de ser el Virreinato más pobre y más miserable de cuantos haya tenido España.
No nos debe asombrar que Fernández de Kirchner y Axel Kicillof, y tantos otros defensores del actual “modelo” (que tantas riquezas personales les ha dado), digan esas atrocidades. Sí nos debe asombrar, e interesar, que varios intelectuales aparentemente libres de raigambre peronista continúen insistiendo en el futuro de oro que le espera a la desahuciada República.
¿Qué pensar de la vida cuando Abel Posse (embajador, ex ministro de cultura de Buenos Aires, escritor) asegura en su último libro que Argentina es “como una Ferrari sin uso que está guardada en un galpón”, es decir una potente máquina que aún no ha sido puesta en marcha?
A Estados Unidos le ha ido bien, repite con insistencia Mariano Grondona en sus columnas en La Nación, porque es un país viejo (sic). Argentina, por el contrario, “es puro futuro”. Doy por descontado que cuando iba a la escuela, el alumno Marianito dormía la siesta en las clases de historia.
Y sin embargo, el mayor asombro me lo ha regalado Marcos Aguinis, a quien escuché en persona decir disparates cinemascópicos sobre este tema.
Quien quiera comprender el alcance de mis planteos puede leer cualquiera de los dos libros que, con el mismo título, publicó este escritor a comienzos del milenio. Me refiero concretamente a El atroz encanto de ser argentinos.
Como un eco de los pensamientos de Pellegrini, Aguinis enumera la interminable potencialidad de Argentina, no olvidando en ese largo racconto las bondades geográficas y climatológicas. Y concluye (página 229): “Al país no le falta nada”.
O sea: si no le falta nada es porque tiene todo. Y teniéndolo todo, ¿quién puede dudar del éxito?
Sin embargo, como esta constatación le pareció insuficiente, Aguinis agrega (página 231): “Pero la Argentina no es sólo una cantera inagotable de recursos naturales, sino humanos”.
“Nuestro pueblo”, continúa, “luce un nivel de alfabetización superior al de casi todos los demás países de América Latina. También está por encima de muchos asiáticos y africanos”. Y como si tal fulminante ataque del Séptimo de Caballería fuera poco, agrega (página 233): “La Argentina, entonces, no sólo es excepcional por sus recursos naturales, sino que por sus infinitos (sic) y excelentes recursos humanos. Pocos países tienen abundancia de ambos a la vez”.
“Patapúfete”, hubiera exclamado Pepe Biondi.
Claro, el ambiente reinante cuando se publicó esta obra (año 2001) era especialmente difícil, incluso para Argentina, así que el autor salió armado hasta los dientes para combatir el pesimismo que como una mancha de aceite avanzaba en el mapa social sosteniendo: “Pero vamos a salir. Estamos saliendo. Las reservas culturales no se han agotado” (página 232).
En el capítulo final (“¡Aguante Argentina, todavía!”) Aguinis cae totalmente noqueado por el golpe furibundo del síndrome nacional. Elijo una frase entre las muchas a disposición para sintetizar su idea rectora, que es la de Grondona, la de Posse, la de la clase política y la de la sindical, la del estamento empresarial, la de la intelectualidad y, en realidad, la de toda la población argentina a la hora de leer su historia pasada y, sobre todo, a la hora de pronosticar su historia futura.
Escribe Aguinis (página 225): “Si las fuerzas productivas del país se empeñan en mantener un crecimiento anual del 5%, en quince años alcanzaremos el nivel de prosperidad que ahora exhibe España”.
Sabemos que Argentina durante muchos años, y gracias a la soja transgénica que compraban los chinos, creció a tasas del doble de ese mesiánico 5%. Pero Argentina no solo no avanzó un solo paso en pos de ese alto nivel de vida pronosticado por Aguinis sino que, por el contrario, retrocedió en todos los frentes materiales y sociales.
España, por su parte, cayó como un bombo en su peor crisis económica y humana desde los años posteriores a la guerra civil.
Es imposible pretender comprender la historia argentina si no se tienen en cuenta estas cosas; si no se recuerdan los mil vaticinios de un futuro inevitable y forzosamente dorado; si no se es consciente de que los argentinos son pura promesa; sin tener consideración de que se trata de personas que viven en un mundo que no es el real.