Muy pocos años antes de morir, Enrique Cadícamo, el más prolífico poeta del tango, escribió:
Muy pocos años antes de morir, Enrique Cadícamo, el más prolífico poeta del tango, escribió:
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá—Hoy no se pueden hacer letras porque el tango fue una cuestión de época, de otro clima. Celedonio Flores, por ejemplo, le dio un clima de época, un paisaje. Porque tenía palabras que se ajustaban a lo que era nuestra vida. Ahora hay otras palabras, pero el apuro no crea poetas. Y donde mueren los autores, muere su época”.
Quizás por eso aconsejó a los jóvenes que “no le cambien la ropa al tango, porque es una cosa que quedó, hay que dejarlo así”.
Suena excesivamente pesimista. Cuestión para debatir, como tantas, pero que encierra al menos una verdad: durante décadas, hasta que el campo y las ciudades del Río de la Plata cambiaron drásticamente, la poesía del tango —no toda, claro, porque también hubo mucha charamusca y mala calidad— se adaptó a cada época y mejoró su pintura de la realidad porque existieron creadores como Benarós, Ferradás Campos, Pascual Contursi, María Luis Carnelli, Expósito, Manzi, Cátulo Castillo, el ya mencionado Flores y el propio Cadícamo, que fueron personas cultas cuyas obras se impregnaron, para reflejar su tiempo y sus circunstancias, de la influencia de grandes escritores.
Por ejemplo, las letras de tango primitivas fueron alegres y procaces, de nulo valor literario, hijas de la marginalidad prostibularia: pintaban un machismo exacerbado y el hombre era no solo el rey, también era inmune al miedo. A partir de las letras de Pascual Contursi, y sobre todo del primer tango canción, Mi noche triste, cambiaron escenarios y emociones. Y apareció otro hombre, este con temores.
Esa fue una época particularmente interesante de recordar ahora, porque si bien el primer miedo fue a la pérdida amorosa, rápidamente se trasladó, por la incidencia de los hábitos camperos, y sus fantasmas, y de la lectura de escritores como Lovecraft, Poe o Shelley, a un mundo cercano a lo esotérico que hasta ha sido estudiado por la psicología.
Los letristas apelaron a crear sus climas con realidades o con artificios que inspiraban terror: El fantasma de Belgrano, El fantasma de la Boca, Farol de los gauchos, Olvidao y otros.
Cruz de palo —cuya letra escribió precisamente Cadícamo, con música de Guillermo Barbieri— es, aunque poco recordado, antológico en este sentido: —Juntito al arroyo, bordeado de sauces,/ un rincón de flores, de esmalte y de luz,/ sin pompas, sin fechas ni nombre grabado/ se alzan junto a un sauce, dos palos en cruz. (…) Dicen los más viejos, haciéndose cruces,/ que al pasar de noche por ese lugar,/ oyen que se quejan los ñacurutuces/ de un modo tan triste que hasta hace temblar…”.
Allá por la década de 1920 era común, en la Patagonia argentina y campos desolados del Uruguay, ver cruces de palo marcando una tumba que se convertían en santuario y nadie osaba quitar. Dijo el historiador Héctor Benedetti:
—Las tumbas anónimas y las ermitas que se erguían, a veces a la vera de los caminos, siempre causaron supersticiones temerosas. Atahualpa Yupanqui también cantó a las cruces de palo. Y en el cine, véase la escena de Viento Norte (Mario Sóffici, 1939), en la que Ángel Magaña intenta encender un cigarro con la vela de una ermita y una ráfaga de viento la apaga, presagio de una enorme desgracia que se avecina.
El ñacurutú, búho virginianus, llamado en inglés great horned owl y considerado un bicho de mal agüero, es un ave de presa nocturna. Su rapacidad proviene de unas patas con fuertes garras y un sólido pico curvo y corto. Posee excelente vista, el cuello le permite rotar su cabeza 180º y su oído es más desarrollado que el humano. Traga a sus presas enteras; se posa por las noches en árboles no muy altos y en las cruces de palo, huyendo al amanecer. Su grito, si es sorpresivo, asusta.
Doy fe, aunque el lector dude.
Cruz de palo fue grabado por Gardel dos veces para el sello Odeón, con éxito inmediato. Pero es obvio que hoy nadie escribiría un tango así, destinado a reflejar una época antigua, y es posible que escasos poetas actuales, adictos a la música popular ciudadana, tengan noticia del ñacurutú y del riesgo que representa.
Quizás por eso brotó, entre otros aspectos que pueden esclarecer la cuestión, la tajante y desproporcionada sentencia de Cadícamo, fallecido en 1999, que merece un debate próximo a lo antropológico:
—Para mí, murió la llamada época del tango.
Me adelanto y me disculpo por la audacia, pero lo siento, Enrique, no estoy de acuerdo.