Nº 2209 - 19 al 25 de Enero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPodemos comenzar por una afirmación que, en realidad, funciona como una hipótesis, un camino para interrogarnos sobre la relación entre cultura, economía y política —o más bien geopolítica—: creado formalmente en 1991, pero cuyo proceso había arrancado algunos años antes, tal vez sea el momento de pensar que, con relación al Mercosur, el proceso de integración cultural fue más productivo, creativo, interesante y constante que las otras dimensiones de esa integración, como la política y la económica, que, más allá de que también hayan dado sus frutos, no han llegado tan lejos como el intercambio cultural entre los diversos países, que ya se ha vuelto parte de nuestra vida cotidiana.
No obstante, no siempre fue así, en especial en la relación entre Brasil y Argentina. Primero, por supuesto, el tema de la lengua (que obviamente incluye no solo a Argentina sino al resto de los países de habla castellana del Mercosur). Desde el origen de su historia Brasil se percibió como relativamente aparte del resto de América Latina, situación que tenía cierta razonabilidad: herederos de una cultura que no era la española, parlantes de un idioma que no es el castellano, con una geografía y una extensión diferente a la del resto del subcontinente, con otras influencias además de la portuguesa —como la africana—; buena parte del éxito de las políticas de integración regional desembocaron en la plena convicción de Brasil de su dimensión latinoamericana, algo que es relativamente reciente. Por solo dar un ejemplo, en su discurso de investidura, el presidente Lula, en uno de los primeros párrafos, ya señala que “nuestro protagonismo se materializará a través de la reanudación de la integración sudamericana, desde el Mercosur”, frase que, por supuesto, va más allá del aspecto cultural, pero que no puede ser leída sin este otro párrafo, pronunciado un momento después: “Estamos refundando el Ministerio de Cultura, con la ambición de retomar con mayor intensidad las políticas de incentivo y acceso a los bienes culturales”.
Pero antes de continuar vale una aclaración: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de política cultural? Por un lado, por supuesto, a las políticas públicas, oficiales o estatales. Pero también, sobre todo, a una dimensión de la política cultural en un sentido más amplio, que entiende la cultura como un tejido, como una red, como un mosaico, como una inmensa trama de actores que interactúan entre sí, que se vinculan, se alían, despliegan estrategias, se conectan, se vinculan, se influencian y llevan a cabo todo tipo de intercambios simbólicos y, por supuesto, también económicos. Es una red que va más allá del Estado (pero que necesita sin dudas del Estado y de sus políticas públicas como marco de esas estrategias, dentro del denominado “Mercosur cultural”), es una trama cultural entre Brasil y Argentina (pero también Uruguay) que se desarrolló como nunca en las últimas décadas: la presencia de productos culturales de cada país en el otro y la visibilidad que tienen alcanzó un punto sin precedentes. De hecho, el gobierno de Bolsonaro en Brasil redujo al máximo la política exterior en términos culturales y en Argentina el gobierno de Macri, aunque menos que el de Brasil, también llevó adelante una fuerte acción antiintelectual, y sin embargo la vitalidad cultural y el intercambio entre Brasil, Argentina y Uruguay, por fuera de los gobiernos, no se detuvo. Esa experiencia del intercambio cultural como un tejido abierto entre actores uruguayos, argentinos y brasileños es muy fuerte y, con vaivenes, parece haber resistido a los ataques de esos gobiernos.
Por ejemplo, veamos algunas cifras interesantes: en términos de educación —ámbito que también alcanza a la cultura y a la economía— el portugués y el chino son los dos idiomas cuyo número de estudiantes más creció en Argentina en las últimas décadas. Según informa el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, en el programa de Escuelas Plurilingües —escuelas públicas en las que se enseña inglés obligatorio y una segunda lengua a elección de los alumnos— más del 40% eligió el portugués. A lo que se le suma un programa muy efectivo de aperturas de escuelas bilingües castellano-portugués en las zonas de frontera. Como un espejo, en Brasil ocurre algo similar. Según datos del Instituto Cervantes, Brasil pasó a ser el segundo país en el mundo —detrás de Estados Unidos— con mayor número de estudiantes de castellano, unos 6 millones. Podemos dar muchos otros ejemplos, pero tal vez baste mencionar el éxito de la Cátedra Libre de Estudios Brasileños, fundada en 1999 en el marco de la carrera de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, que desarrolla masivos encuentros, cursos, ciclos de cine, conferencias y conversatorios con invitados de universidades de Brasil sobre temáticas de la cultura popular, la literatura, la música, la lengua portuguesa y los estudios antropológicos. Sus actividades se convirtieron en uno de los focos más atrayentes y concurridos de la vida cultural porteña.
Pasemos a los libros, a la edición. En la última Feria de Editores, la feria que en Buenos Aires reúne a las editoriales independientes y que se convirtió en el evento emergente más interesante en décadas, ya es habitual la presencia de editoriales brasileñas —que venden sus libros en portugués— con gran éxito. En la última edición también participaron editoriales uruguayas que, además, concurren habitualmente a la Feria del Libro de Buenos Aires, el evento cultural más grande de Latinoamérica, con una concurrencia de alrededor de 1 millón de visitantes. Pero, en especial, están los catálogos. Nunca como ahora hubo tantos escritores brasileños traducidos al castellano y tantos argentinos traducidos en Brasil. Muy acotado, a principios de los años 70 hubo un pequeño boom de autores brasileños traducidos en Argentina (pero no de argentinos al portugués) que se interrumpió con el golpe de Estado de 1976. Pero desde hace al menos dos décadas prácticamente no hay editoriales argentinas que no traduzcan autores brasileños, desde las más comerciales y grandes hasta los más pequeños y experimentales sellos de poesía. Otro tanto ocurre con la publicación de autores uruguayos en Argentina. Ya no solo los clásicos, sino que los catálogos porteños se nutren de autores contemporáneos o de otros anteriores que no habían sido publicados en Argentina, como Juan José Morosoli, que alcanzó una importante repercusión. O, por citar otro caso, la edición argentina de El discurso vacío, a mediados de los años 2000, que cambió la forma en que se lee en Buenos Aires a Mario Levrero, edición que acompañó el reconocimiento internacional de uno de los más grandes narradores en castellano del siglo XX. Volviendo a los catálogos, solo en los últimos años se publicaron en Argentina a escritores brasileños como Lima Barreto, Dalton Trevisan, João Gilberto Noll, Dyonelio Machado, Nelson Rodrigues, Clarice Lispector, entre varias decenas de otros autores. Del mismo modo, decenas de autores argentinos han sido traducidos al portugués en Brasil. Son ya rutina los viajes de escritores de ambos países a presentar sus libros, participar de ferias y diversos eventos.
Otro tanto ocurre con la música, un clásico ya en la relación entre Argentina y Brasil —pero también entre Uruguay y Argentina— con presentaciones en vivo constantes de músicos de los tres países; pero también en otros rubros que, hasta hace poco, no estaban tan desarrollados, como la plástica, con varias e importantes exposiciones de artistas brasileños en sitios destacados como el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. Lo mismo con los ciclos de cine brasileño, que se organizan muy a menudo, así como también lo hubo sobre cine uruguayo. Es importante mencionar también el ciclo Livros em Revista, que se desarrolló en San Pablo en 2017 y reunió por primera vez a editores de revistas y suplementos culturales de Argentina y Brasil y que se viene repitiendo desde entonces (el siguiente será en el próximo agosto).
Por cuestiones de espacio, dejamos de dar ejemplos pero para señalar que nada de esto ocurría hace 25 años. Hasta entonces, la presencia de la cultura brasileña en Argentina y la argentina en Brasil era fragmentaria, espasmódica, parcial o directamente estaba ausente. Y la cultura uruguaya, que, por la fraternidad entre ambos países, tenía mayor presencia —sobre todo en la música y en los escritores canónicos— tampoco llegaba a tener la vitalidad que demuestra hoy en Argentina. Pero, por supuesto, falta mucho. O dicho en otros términos: queremos más. Queremos leer más escritores argentinos, uruguayos y brasileños, escuchar más músicos, ver más películas, disfrutar de más pintores. Y también falta mucha investigación sobre el tema (por ejemplo, sobre el aspecto económico de los intercambios entre las industrias culturales de los tres países). Pero la escena cultural, entendida como intercambio y tejido, alcanzó un grado de desarrollo y estabilidad notable. Los efectos de la integración entre los tres países se evidencian todo el tiempo en términos culturales.
En el Mercosur, la cultura tiene mucho para enseñarles a la política y la economía.