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    De las bellas artes, el diseño y la crítica social, al mercado y la comercialización

    “La voz del muro”, un libro que reproduce obras de arte urbano de Montevideo, fue presentado el martes 9 en la galería Kiosko

    En Uruguay se pintan y escriben graffitis. O se hace arte urbano. A la vuelta de cualquier esquina de Montevideo uno se puede topar con una espectacular obra de arte. Pero hay que estar atento. Porque el tedio y la monotonía cotidiana pueden hacer que no se perciba lo que está ahí mismo, al costado nuestro, todos los días y en el mismo lugar. Es lo que le sucedió a Macarena Pérez, la autora del libro La voz del muro, que se presentó en la galería Kiosco de la Ciudad Vieja, el martes 9.

    Pérez recorrió las calles en busca de estas piedras preciosas que son las pintadas espontáneas o fríamente meditadas mediante croquis diseñados en la casa del graffitero. Al principio no veía algunos muros que le gritaban con sus pinturas, muchas veces elaboradísimas. Alguien tenía que señalárselo. De a poco fue seleccionando las imágenes para las 223 páginas donde habitan niños de moña azul con cara de Varela, rostros gigantes de los que salen personas, mensajes amorosos, vitales o protestas. Una radiografía del sentir callejero montevideano.

    El resultado final es un libro pequeño de precio también discreto, con una cuidada edición que reúne pinturas de colores intensos, movimiento y mensajes sociales o personales.

    Según dijo el encargado de Pocitos Libros a Búsqueda, estos libros siempre se agotan cuando salen pero pocas veces se reeditan, por el costo que implica. La librería tuvo a la venta otros títulos sobre el mismo tema como “Graffitis, cosa de rayados”, “Las paredes hablan” y el más reciente, “Montepintado. Graffitis, stencils y stickers de Montevideo”, entre otros.

    La edición de este libro sirvió como excusa para que todo aquel que tuviera algo que ver con esta actividad se acercara a tomar algo en la galería ubicada en Colón y 25 de Mayo. Pocas veces se ve una combinación tan variopinta de personas: desde señoras elegantes con la tintura recién hecha, rastafaris y chicas con el pelo pintado de azul o de blanco, hasta los propios artistas callejeros metiéndole mano a pequeños lienzos y especialistas que estudian el tema en un doctorado en Barcelona. Todo redundó en un ambiente libre y distendido.

    Curiosos se acercaban a la mesa donde el libro se vendía a 300 pesos. Al hojearlo se percibe cómo algunos autores apuntan al efecto visual neto: colores fuertes, tridimensionalidad, movimiento, superposición de imágenes opuestas. Otros (los menos) estampan en el muro cuestionamientos ideológicos, políticos o sociales, como el que dibujó a un Super Mario con bigote blanco y cejas tupidas, con las siglas MPP en el pecho, saltando en un video juego y acompañado de la leyenda “Working classhero”.

    “¡No pasta base!

    ¡Tomen leche!”

    A otros les va mejor el surrealismo, como sucede en una pintura que logra una inquietante unión entre un carpincho gauchito que toma un mate, una mujer parada sobre un pequeño planeta amarillo cuya cabeza de rulos rojos y verdes se le está cayendo del cuerpo y otros elementos inconexos. Ahí juega como factor estético agregado el propio desgaste del muro, que tiene una zona de ladrillo a la vista.

    Hay graffitis también más “intelectuales”, como el que retrata a la pintora mexicana Frida Kahlo con flores en el pelo negro, brazos extendidos y alas blancas, con los huesos de las piernas al descubierto, separados del cuerpo, y la inscripción: “Para qué quiero pies... si tengo alas para volar”.

    En otra pared, con gran sofisticación y usando la técnica del collage, una chica corre con una pierna en alto y un globito de historieta que dice: “Time to get away. I’ve got to help myself soon”, escapando de unas páginas de guía telefónica que están pegadas en la pared y se van convirtiendo en palomas.

    En varios casos se ven las típicas letras infladas de los graffiteros neoyorquinos: bocas con dientes afilados, ojos saltones, seres extraños, tiernos, incomprensibles y formas que parecen vegetales extraterrestres. Un respiro para el paseante de una Montevideo gris.

    Algunos mensajes que el libro registra: “No pasta base! Tomen leche!”, “No future”, “Love does not measure. It just gives”, “No lo hacen por dinero. Solo lo hacen por placer”, “Somos infinitos”.

    La pared de casa,

    el muro de la calle

    “Alabama” es una chica de 26 años que empezó a pintar muros el año pasado. Ya de chica pintaba, pero las paredes de su hogar. Su pasión era tal que sus padres le “regalaron” una pared entera del apartamento para que se expresara a sus anchas. Solo esa pared, claro está. Su verdadero nombre es Inés y es hija del pintor Carlos Barea, que da clases en Facultad de Bellas Artes. “Tiene sus beneficios ser hija de él, pero en otro sentido no, porque iba a sus exposiciones y me decían: ‘¿Y vos vas a pintar?’, entonces como que lo reprimí y por pila de tiempo no quise saber de nada con eso”.

    Lo que hace Alabama, que cursa cuarto año en Bellas Artes, no tiene mucha intención previa. “Hago las imágenes que me vienen a la cabeza o estados meditativos, imágenes que transmiten un silencio”.

    Rodrigo, en cambio, no estudia arte, pero desde hace un tiempo hace graffitis. Tiene 18 años y empezó a pintar los muros a los 14, aunque “la movida del graffiti me interesaba desde antes”. Él defiende el placer que implica estampar trazos en una pared. “Cada uno va usando los productos que lo hacen sentir más cómodo. Aunque también hay una relación con el poder adquisitivo que uno tiene y la calidad de materiales que puede comprar”.

    El adolescente no tuvo problemas con la ley, pero tiene amigos a quienes la Policía les sacó las latas, “pero nunca llegó a más”. Existen negocios que pagan para que un artista urbano haga un diseño relacionado con el rubro, “pero no es tan común”, asegura. “Está todo medio mezclado, porque el que te dice: ‘¡Pa loco, qué bien que te quedó!’, cuando hacés un graffiti para un negocio, puede ser que te hable mal si te ve haciendo lo mismo en un contenedor”.

    Cuando recién empezó en esto, Rodrigo salía de madrugada. “Es cuando hay menos gente y está todo más tranquilo. Pero cuando ya sabés más y tenés decidido en qué muro vas a pintar y lo que vas a pintar, ya salís de día y pasás la tarde haciendo un mural sin ningún problema”, explicó.

    Posgraffiti y

    “artivismo”

    Ricardo Klein se acerca a este fenómeno cultural desde otro lugar: estudiándolo. Tiene 34 años, es sociólogo y vive en Barcelona, donde realiza su tesis doctoral sobre arte urbano. “Según la mirada teórica es cómo se define al graffiti y al arte urbano. También ahora se habla del graffiti y del posgraffiti, donde entran a jugar otras técnicas y conocimientos como el stencil o el uso de la computadora para imprimir posters, por ejemplo. No es hacer el tag nada más (la firma que cuanto más se repita en la ciudad, mejor)”. Klein señaló también que en los últimos años se desarrolló el “artivismo”, relacionado con una militancia política.

    El graffiti es un elemento de la cultura hip hop, aunque hay gente que hace arte urbano pero no se identifica con esta cultura. “Hay unanimidad en afirmar que el graffiti nació en las periferias segregadas en Nueva York, a partir de una situación especial socio-política y se difundió rápidamente. Otros teóricos hablan del Mayo Francés como el escenario donde se gestó el graffiti moderno, porque si miramos más para atrás, viene desde la antigüedad”.

    Algunas de sus características son la cotidianeidad, la localidad (la ciudad y el momento), el anonimato del autor y lo efímero, aspecto que hoy en día ha cambiado, ya que con el uso de tecnologías la obra tiene mayor duración e incluso trasciende fronteras. “Podemos ver un mismo stencil escrito acá en español y en otro país pero en inglés, y la resignificación es distinta. Como sucedió con la imagen de Bush con el gorrito de Disney”.

    En Barcelona hay bastante control pero también existen políticas donde el arte urbano está contemplado y puede desarrollarse en barrios artísticos.

    Klein reconoció que es muy difícil definir qué es arte urbano. “Hay gente que nace con una necesidad de expresarse en la ciudad y firma por todos lados. Pero otros nacen de la alta cultura o de las bellas artes y hacen una obra en el espacio público, pero no se identifican con un artista urbano. Y luego hay gente que trascendió esa frontera, que estudió algo vinculado pero rompió con la dicotomía de la alta cultura y el arte popular”.