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    Del Frente Amplio al Partido Independiente

    Sr. Director:

    Todo empezó el 26 de marzo de 1971. Una explosión de pueblo que marcó a toda nuestra generación. Queríamos cambiar el país, queríamos cambiar el mundo. Pasaron unos pocos años frenéticos entre la guerrilla y el autoritarismo, hasta que caímos en la dictadura y nuestra consigna siempre fue resistir y sobrevivir, pues estábamos convencidos de que algún día íbamos a gobernar y cambiar al país.

    Salimos de la dictadura y mientras se sucedían cuatro gobiernos blancos y colorados, nosotros seguíamos creciendo convencidos de que ahora con la ayuda de nuestros hijos, también frentistas, íbamos a conquistar el gobierno. Estábamos convencidos de que éramos los mejores; honestos y con una solución para cada uno de los problemas.

    En 1990 dimos un salto histórico, ganamos la Intendencia de Montevideo, y mientras todos los frentistas nos preparábamos para limpiar la ciudad si era necesario, Tabaré empezó un largo camino de privilegiar a los funcionarios antes que al ciudadano y les aumentó el salario a los municipales y les bajó el horario sin imponer ninguna meta de gestión como contrapartida.

    En el 2005 el Frente Amplio ganó la presidencia y con mayoría en el Parlamento. Se inició un período de profundos cambios, se hizo un reforma tributaria priorizando la aplicación de impuestos sobre la renta y no regresivos sobre el consumo, se mejoró la distribución del ingreso mejorando inclusive la histórica posición de Uruguay dentro del contexto latinoamericano, llevamos adelante el Plan Ceibal, el puerto de Montevideo dio un enorme salto cualitativo y cuantitativo, mantuvimos el sistema de las AFAP, se puso en funcionamiento un sistema nacional integrado de salud que es deficitario pero que tiene importantes logros, etc.

    El Uruguay cambió: de ser un país donde todo cambio era rechazado, pasó a ser un Uruguay de lo posible, cambió la matriz energética, se aprobó la ley del matrimonio igualitario, se modificó el Código del Proceso Penal instaurando el proceso acusatorio, se continuó la reforma de la DGI iniciada por Jorge Batlle, volviendo transparente y eficaz su gestión.

    Pero empezamos a ver algunos síntomas preocupantes: los corruptos no estaban solo en los partidos tradicionales y en poco tiempo empezamos a ver casos de corrupción en la Intendencia de Montevideo, Ancap, Alur, Fondes, los innumerables viajes a Venezuela, etc.

    También empezamos a ver que podíamos mejorar los sueldos de los policías, sus armas, sus chalecos, sus patrulleros y su entorno material, y a pesar de ello duplicar o triplicar las rapiñas y homicidios, dejando en evidencia una pésima gestión humana y una falta de autoridad que se refleja en casi todos los órganos de gestión.

    Hemos volcado más recursos que nunca en la educación y los resultados también son paupérrimos.

    Hace 15 años que gobernamos en el país y 30 en Montevideo y todavía tenemos 200.000 uruguayos viviendo en los cantegriles que juramos erradicar.

    Hemos tolerado que el déficit fiscal y el progresivo endeudamiento en dólares permitiera un atraso cambiario como el que ya viviéramos en el 80 y en el 2000; las exportaciones uruguayas son cada vez más de materia prima y menos de productos con mano de obra, tenemos el mejor rendimiento de arroz por hectárea en el mundo y la mejor calidad de grano, exportamos el 95% de nuestra producción y a pesar de todo ello nuestros productores pierden rentabilidad año tras año.

    ¿No será hora de preguntarse si nuestros costos de combustible, energía eléctrica y locomoción no están fuera de competencia? ¿Podemos seguir violando la Constitución, que establece que los impuestos los tiene que aprobar el Parlamento?

    Vamos derivando aceleradamente hacia un sistema corporativista donde el gobierno debe negociar con el sindicato o con el PIT-CNT no solo como corresponde los aumentos de salarios y las condiciones laborales, sino todo el universo de problemas de la sociedad y el gobierno, desde la educación, la política de género, las relaciones exteriores y hasta los acuerdos comerciales con otros países o bloques de países.

    Si queremos hacer una reforma de la enseñanza y se oponen los sindicatos, no la hacemos. Si queremos cerrar o vender una fábrica de portland de Ancap que da pérdidas millonarias pero el sindicato se opone, no lo hacemos. Si en Conaprole filman a un operario mientras roba y lo quieren despedir pero el sindicato se opone, el Ministerio de Trabajo se hace el distraído.

    ¿Dónde quedó nuestra capacidad de autocrítica? ¿Desde cuándo son vitalicios los cargos con independencia de los resultados de gestión?

    ¿Podemos acaso, como militantes de izquierda, olvidarnos de la solidaridad de Venezuela cuando teníamos que huir de la dictadura o refugiarnos en su Embajada? ¿Alguien puede creer que la defensa de un régimen como el de Maduro es simple consecuencia del principio de no intervención?

    ¿Cómo podemos seguir defendiendo, no a la Revolución cubana, justificada y digna, sino al sistema imperante en Cuba desde hace 50 años? ¿Cómo podemos seguir defendiendo a Maduro o a Ortega?

    Estoy seguro de que la gran mayoría de los frenteamplistas opinan como yo y se sienten prisioneros de un conjunto de burócratas políticos y sindicales que se mantienen desde hace décadas en el cargo y hasta colocaron a su esposa y demás familiares. Este no es nuestro Frente.

    Queremos de verdad cambiar la enseñanza y educar a nuestros hijos para ser ciudadanos del mundo, que todos los habitantes de este bendito país tengamos una vivienda digna, que haya cero indiferencia frente a un hermano drogado tirado en la vereda, una familia entera viviendo en un cuarto de chapa de dos por dos, una madre que deja encadenado a su hijo alienado por consumir pasta base para que no siga vendiendo las cosas de su hogar.

    Queremos restablecer el principio de autoridad básico en toda sociedad organizada, donde jueces, directores, profesores, maestros ejerzan su autoridad y cumplan con sus obligaciones.

    Queremos restablecer el principio democrático de elegir a nuestros gobernantes y que ellos gobiernen y no se limiten a actuar como nuestros delegados frente a los sindicatos.

    No podemos seguir mirando al campo y su gente con los ojos de una izquierda urbana y prejuiciada que todavía sigue pensando que la lucha es entre el pueblo y la oligarquía.

    Debemos castigar realmente la corrupción y no hacer discursos rimbombantes que no se traducen en ninguna legislación concreta. Los patrimonios de los políticos tienen que ser declarados de forma tal que sean públicos. Se debe legislar el enriquecimiento ilícito tal como lo reclama la Junta de Transparencia.

    Frente a este panorama, tenemos que volver al llano, a nuestros principios fundacionales, dejando de lado la soberbia que está gestando una Nomenklatura uruguaya que ya no escucha a su pueblo y nos quiere asustar con que vamos a perder lo conquistado, como ya lo hizo la derecha.

    No voy a votar, como lo hago desde hace 48 años, al Frente Amplio, pues a pesar de que Martínez es una persona creíble, está absolutamente bloqueado por el MPP y el Partido Comunista. Su debilidad interna es tal, que criticó a la URSS y a Stalin y terminó pidiendo perdón pues bastó que la secta religiosa que se ha vuelto el PCU manifestara un simple malestar para que de inmediato tuviera que enmendar la plana. Si él llegara a ganar, le van a hacer a él y a nosotros la vida imposible.

    Tampoco estoy dispuesto a votar para que con mi voto salga electo aun por rebote, Sartori, o Verónica Alonso, Heber, Botana o Sanguinetti. En suma, no me veo votando estructuras de poder como los partidos tradicionales, que aún no han probado en los hechos que efectivamente han cambiado.

    Por todo lo anterior, en la primera vuelta voy a votar al Partido Independiente, que durante tres períodos legislativos ha dado muestras de ser realmente de izquierda, republicano y demócrata. Fue con su participación que salió la despenalización del aborto, la ley trans, la ley orgánica militar, reduciendo sustancialmente el número de generales y coroneles, etc., etc.

    La posibilidad de que en esa segunda vuelta vote por primera vez al candidato del Partido Nacional radicará en que se acepten las condiciones que va a plantear el Partido Independiente, y que su presencia o eventual retiro en un gobierno de coalición sea la garantía del fiel cumplimiento del acuerdo celebrado. De no aceptarse las condiciones, votaré en blanco y apoyaré dentro de mis posibilidades al Partido Independiente, como lo hice durante 34 años al Frente Amplio hasta que llegamos al poder y empezamos a transformar el Uruguay.

    Sin miedo, siempre adelante.

    Dr. Eduardo Durquet, abogado

    CI 951.283-4