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Imagínese un mundo sin plástico, nylon, vidrio, cartón, alambre, chapas de cinc, telas sintéticas, telas impermeables, cordones de algodón, polietileno, enchapado de madera, chapas de metal, caucho, goma, y muchas cosas más: bienvenido a la Edad del Cuero.
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Los usos del cuero para todo tipo de necesidades han ido reemplazándose por multitud de productos que se consiguen fácilmente en la actualidad.
Era un mundo donde una vivienda o rancho tenía puerta de cuero, asientos de huesos de vaca con cuero, recipientes de bebida, la mayor parte de la vestimenta, utensilios, recados de los caballos, calzado, sombreros, toldos, sogas, capas para lluvia, llantas de sus ruedas, techos y elásticos de carruajes, alfombras para los pisos de tierra, elásticos de cama, y muchas cosas más. Las que se necesitaran.
El cuero era incluso la moneda corriente de circulación interna, tanto en negocios locales como de contrabando. Y si no servía para algún uso, se vendía al exterior, casi como único producto exportable, con el que se conseguían divisas para adquirir lo que se necesitara.
Para esos tiempos de la Colonia, el puerto de Montevideo, favorecido por sucesivos privilegios otorgados por la Corona, fue convirtiéndose en punto de salida lógico de la producción de la Banda Oriental, que a través de una cadena de intermediarios encontraría ubicación en las manufacturas europeas del cuero, todavía artesanales.
Con la aplicación de la Real Cédula de Libre Comercio de 1778, de comercialización directa con las colonias, se favorecieron las exportaciones. Una carta de Pérez Castellano da cuenta de un embarque de 432.000 cueros en un solo convoy de 25 barcos en 1781.
Para tener una idea, en esa época cada cuero se valoraba en un peso fuerte y el tasajo se pagaba a dos pesos el quintal (casi 46 kg).
Cuando todo era de cuero
Dada la frugalidad de las costumbres y la abundancia sin límites del cuero, este elemento tenía un uso universal en nuestra tierra. Así lo expresa Zum Felde en una página que atribuye a un cronista anterior: “Se construían casas con ellos, cuando era tan abundante, al fundarse Montevideo”.
Superpuesto, constituye abrigadas techumbres, como el toldo del indio. Siendo escasos los clavos, inaudito el alambre, no sospechada la soga de cáñamo o la cuerda de lino, el cuero humedecido constituía toda clase de cordaje. Y crudo, amarraduras que ni el tiempo aflojará para suplir escopladuras, ensamble o remaches.
Las puertas y las camas de cuero crudo extendido en su bastidor... Las puertas de las casas, los cofres... y aun los cercos, los odres para el transporte de líquidos...”.
La enumeración continúa y abarca todos los espacios, como los abarcaba el cuero en ese entonces.
En la campaña el uso del cuero era total: en arreos para el caballo, arneses para el tiro, lazos, riendas, trenzas. Hasta el sombrero “panzaburro”, los toldos de carretas, las botas de potro, y hasta medios de comunicación, “la pelota”, un cuero seco, atado a las puntas, que hacía las veces de embarcación individual para cruzar ríos y arroyos.
Ya en 1800 comenzó una tendencia mayor al orden cuando en cada partido de la campaña debía elegirse “un diputado de conocida probidad”, a través del cual los estancieros locales harían llegar informaciones y reclamos a los apoderados. Estos diputados expedirían certificados en que constara el origen lícito de los cueros comercializados, a fin de cortar los frecuentes fraudes.La gestión de los apoderados se financiaría con una contribución a cargo de los hacendados sobre los cueros que introdujeran en Montevideo, a razón de un octavo de real por cada cuero marcado y un real por cada orejano.
El tiempo pasa y con él llega la Revolución Oriental, que trae para la producción nacional una profunda crisis. Movilizó a todos los grupos sociales, provocando el abandono del trabajo, la matanza indiscriminada, los saqueos y el contrabando masivo a Rio Grande do Sul, y obviamente se dio un corte con los sitios a Montevideo entre campaña y puerto. La mayoría de los 24 saladeros que estaban alrededor de la ciudad quedaron destruidos.
En 1872, con la introducción y evolución de los lanares, comienza el fin de la Edad del Cuero.
En ese momento, el 35,6 % de las exportaciones eran el cuero en primer lugar, luego la lana 24,4 % y dejando el tasajo con un 13,4%.
También comienzan las primeras introducciones de la raza Hereford, si bien las iniciativas eran prematuras, ya que como el cuero era lo que más importaba y en esto se observaba que en el ganado mestizo presentaba menor grosor y peso.
La estructura económica se modificó. El ovino se incorporó a la explotación del vacuno en la estancia de 1850-1870. De acuerdo con el censo de 1852, la existencia ovina se reducía a 800.000 cabezas que daban de 400 a 500 gramos de lana criolla por cabeza, solo apta para colchones. En 1868 la existencia se estimó en 17 millones que rendían 1,150 gramos de lana merino por cabeza, pues ya se había iniciado el mestizaje con ejemplares procedentes de Francia y Alemania. La lana suple al cuero como principal producto de la exportación uruguaya desde 1884 en adelante. Hasta que apareció con vigor la carne congelada en 1910-1920, la lana fue el principal rubro de ventas al exterior.
El estanciero poseía ahora, además del vacuno criollo que casi solamente adquiría valor por su cuero, el lanar, que el mercado europeo siempre compraba a buen precio.