Adentro hay varias colecciones de arte precolombino, piezas y máscaras africanas, cámaras de filmación y proyectores antiguos. Es difícil entrar y seguir de largo sin querer mirarlo todo. Pero hay que salir. Un sendero de piedra conduce hacia el fondo tupido de plantas y árboles. Allí se escuchan los pájaros, de vez en cuando las campanas del reloj Carrillón, pero ningún ruido de la calle, ningún ruido de ciudad. En esta casa de 1930 viven desde hace casi 20 años los artistas Walter Tournier y Lala Severi. Cuando llegaron, el fondo era un baldío y el frente estaba cubierto de hormigón. Ellos lo fueron cubriendo de vegetación y ahora las palmeras les crecen sin control. Ambos realizadores de animación stop motion, casados desde hace 24 años, también se han dedicado a otras artes: a la escultura Tournier, a la pintura, fotografía y escritura Severi. Ahora decidieron mostrar ese costado diferente de su creación y abrir su casa-taller de Anzani 2015, los sábados de marzo, de 11 a 14 horas. A puertas abiertas, llamaron a esta exposición-venta de esculturas y pinturas. Las obras se exhibirán en paneles instalados a lo largo del camino de piedra y en algunos recovecos de la casa. “Pará que te muestro el fondo porque esto sigue”, dice Tournier a Búsqueda mientras se dirige hacia el taller repleto de herramientas con las que construye sus esculturas de madera y metal, y también sus muñecos. Y todavía falta subir una escalera para entrar en el estudio donde hacen las animaciones. Allí hay escenografías con personajes de sus obras, entre ellas, Soberano papeleo, de Severi, una historia inspirada en la burocracia, y la del último corto de Tournier, Alto el juego, que recibió varios reconocimientos. Además hay una huerta que cuida Severi y un gato negro llamado Tango, que siempre está donde están los visitantes. Junto con la muestra, se lanzará un sitio en YouTube donde irán subiendo las realizaciones de animación del Estudio Tournier, que, curiosamente, están desperdigadas por Internet. Los sábados de marzo, antes del almuerzo, se podrá disfrutar de esta casa singular, que alberga muñecos que forman parte de las historias uruguayas y una muestra atendida por sus propios dueños.
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Tournier: —De alguna manera me interesan esas áreas de estudio, pero no tengo una relación directa. Estudié Arquitectura acá y abandoné a mitad de la carrera. Después me fui al exilio, un año en Argentina y diez en Perú. Siempre me interesó la arqueología y la historia americana precolombina. Tuve la posibilidad de entrar a la Universidad de San Marcos, en Perú. Un día el decano me invitó a una investigación a un templo en el norte de Perú y eso fue lo que me ayudó a decidirme por lo que quería hacer en mi vida: animación. Ya había hecho acá En la selva hay mucho por hacer (1974). En Perú hice primero artesanía, viví muchos años de la manualidad, sobre todo en metal. La primera película que hice en Perú fue sobre leyendas andinas, El cóndor y el zorro.
T.: —Cuando estudiaba Arquitectura estuve un año en Bellas Artes y ahí conocí a Octavio Podestá. Teníamos un taller con unos amigos y hacíamos artesanías, desde ceniceros en cobre hasta estufas y murales en edificios. Eso fue a fines de los 60, comienzos de los 70. Con Podestá participamos de un curso de soldadura en la Facultad de Ingeniería, que de alguna manera me permitió con los años hacer el stop motion, porque todos los muñecos tienen una estructura interna de metal, con elementos soldados. Es todo un trabajo metalúrgico. Esa estructura es lo más complicado para quien hace stop motion. Siempre tuve la inquietud de hacer esculturas. Pero vivir de la escultura no está fácil. Entre medio de mi largometraje que ya tiene siete años (Selkirk, el verdadero Robinson Crusoe, 2012) y el último corto (Alto el juego, 2016) no me pude quedar sin hacer nada.
—Su padre fue afinador de pianos, ¿qué aprendió de él?
T.: —Mi padre no solo afinaba sino que arreglaba pianos con mi tío. Afinaban los pianos del Solís y los del Palacio de la Música. Parte de la artesanía que desarrollé con el tiempo la adquirí con él. Conozco los pianos y las pianolas por adentro porque los ayudaba a arreglarlas. Trabajé un tiempo con ellos armando unos pianos de semicola.
Severi también tiene estudios de arquitectura y antropología sin terminar, pero su principal formación fue en artes plásticas. Durante la dictadura, cuando estaba cerrada Bellas Artes, estudió en varios talleres, como en el de Ana Tiscornia y en el de Guillermo Fernández. También es ilustradora de libros infantiles para niños pequeños, como Los enredos de Clotilde (2016), que el Mides regaló a las madres con bebés. Además es directora de arte de algunos cortos y confecciona junto con Tournier escenografías y muñecos. En la exposición mostrará algunos libros artesanales a modo de fanzines, con cuentos ilustrados e intervenidos por ella. Estarán con sus acuarelas abstractas y coloridas.
—¿Cómo definiría sus pinturas?
—S.: —Tengo un arte muy gestual, trato de vivir el proceso del gesto, de estructurarlo, de buscarle orden a algo espontáneo. Uso trazos finos o muy gruesos. Me gusta mucho la cuestión asiática, que tiene que ver con la meditación. Es una exposición rara porque siempre he trabajado con temáticas, pero estos son trabajos que hice de forma casual.
—Soberano papeleo es un corto sobre la burocracia. ¿Por qué ese tema?
S.: —Sufrí mucho la burocracia, sobre todo cuando me presenté a varios Fondos Concursables y tuve que llenar muchísimos formularios, mucha cosa inútil. Haciendo ese papeleo me di cuenta de que tenía un guion para la animación. Estuve una año para hacerlo, el piso del estudio estuvo durante meses cubierto de papeles.
—¿Qué es lo más difícil del stop motion?
T.: —Siempre digo que una cosa es mover y otra es animar. Mover mueve cualquiera, animar es darle “ánima” al muñeco. El conocimiento técnico es importante, después está el conocimiento de animación. Hay que tener ideas, desarrollar temas, hacer guiones que tengan cierta atracción o interés. Por otro lado, la animación tiende a ser cara porque se necesita mucha gente y lleva mucho tiempo, hay que mover cuadro a cuadro y se sacan 24 fotos para mostrar un segundo. Selkirk nos llevó dos años y cuatro meses, y calculo que trabajaron más de 100 personas de Uruguay, Chile y Argentina. La canción final dura uno o dos minutos, pero la canta una murga, ya ahí tenés un montón de gente, después están las voces de los personajes, 10 o 12 actores, más los animadores, los iluminadores, artesanos, fotógrafos…
—Selkirk no estuvo mucho en cartel, ¿qué pasó?
T.: —Fue la primera película de animación para niños que se hizo acá y no teníamos experiencia. La distribuyó Buena Vista, que es de Disney para América Latina. Al principio nos pusimos contentos, pero fue de las peores cosas que nos pudo haber pasado. La estrenaron el 2 de febrero en cuatro países a la vez, Chile, Argentina, Perú y Uruguay, cuando los niños estaban de vacaciones y cuando la gente va menos al cine. Nosotros pensamos que se podía estrenar en vacaciones de julio, pero ellos eran los que decidían. La vieron unas 46.000 personas en los otros países, donde estuvo dos semanas, y 20.000 acá durante dos meses. La distribuidora consideró que no valía la pena, la bajaron y la encerraron de por vida. Pero la película recorrió el mundo, fue traducida al ruso, al inglés, al francés, al chino, al portugués. En Francia la vieron más de 70.000 personas y fue material de apoyo en las escuelas. Pero acá no se puede exhibir.
—¿La pasan en cable?
T.: —En cable hicieron un arreglo y la exhiben. Los directores y guionistas argentinos dieron una pelea para cobrar derechos y lo ganaron, algo que acá aún no tenemos. Ellos decidieron aceptarme como director y me pagan los derechos. Cada tanto me envían la liquidación y el informe de cuántas veces se dio la película. Tengo contabilizadas 500 exhibiciones en cable. Es muy poco lo que pagan, pero no importa. Lo que más me impresiona es la cantidad de veces que se da.
—Es el presidente de Egeda en Uruguay, allí se pelea por otros derechos. ¿En qué está esa batalla?
T.: —En Egeda se pelea por los derechos de producción. Lo que se quiere es que cada vez que se da una película se pague, como se hace con la música. Pero nadie quiere pagar nada, las agrupaciones de grandes empresas son las primeras que no quieren hacerlo.
—Alto el juego es un corto muy impactante sobre los niños que mueren en la guerra. ¿Cómo reacciona el público infantil?
T.: —No es para niños, por lo menos no es para los más chicos. No era mi intención dirigirme a ellos, sino a los padres.
S.: —Estuve en la Feria del Libro de San José cuando hicieron una experiencia con ese corto. Niños, maestros y padres lo vieron y después formaron grupos de discusión. Estuvo impresionante.
—¿Le tienen especial cariño a algún personaje?
S.: —Yo le tengo cariño a Tonky (personaje que surgió de un amigo imaginario del sobrino de Tournier). Será porque estuvimos mucho tiempo con la serie (Tonky), y también porque los niños la recibieron muy bien. Además fue un producto nuestro, no fue por encargo.
T.: —No tuvo la difusión que tuvieron Los Tatitos, los canales no se interesaron, salvo TNU, pero no tuvo una exhibición con horario central o fijo. De alguna manera uno quiere a todos los personajes que ha creado, incluso a los malos. Cuesta años para lograr que un muñeco tenga una personalidad. Eso no es poca cosa.
—¿Por qué hacen esta exhibición en su casa?
S.: —Tiene el gustito de mostrar las obras en el lugar donde nacieron.
T.: —Todos nos dicen: “¡Qué casa que tienen!”. Entonces decidimos juntarla con lo que hacemos ahora, por fuera de la animación. Es una quijotada y no sabemos qué puede pasar, pero creemos que quienes vengan podrán sentirse cómodos. Algunos piensan que vamos a vender otras cosas, pero no, no se entusiasmen, solo las esculturas y pinturas. Esta de Podestá queda acá (señala una escultura que adorna la mesa de madera del patio). En diciembre hicimos una exposición en la Galería Palleiro y nos fue bastante bien. No tenemos un nombre dentro de esta rama del arte, y tampoco lo buscamos.