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    Destapando la olla

    Columnista de Búsqueda

    Debo confesar que es una sensación inédita el ida y vuelta desde la planta baja de mi casa, donde sigo en vivo los pormenores sabatinos de la “negociación” (sic) para la entrega de Lula a la Justicia, y la planta alta donde estoy viendo El mecanismo (Brasil, 2018), la serie producida y estrenada hace 15 días por Netflix, una ficción basada en los hechos del lava jato que en forma de thriller creó José Padilha, el mismo director de Narcos y Tropa de elite 1 y 2. Es muy difícil, por no decir que es casi imposible, que alguna vez vuelvan a coincidir al unísono en la pantalla chica un relato de ficción sobre hechos de corrupción en Brasil con la realidad actual que muestra en un noticiero nada menos que el encarcelamiento del expresidente de ese país por presunto involucramiento en esos mismos hechos.

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    La serie tiene en esta primera temporada ocho capítulos de 45 minutos, fluye con facilidad, está bien actuada y va creciendo en intensidad a medida que el relato avanza y se va enriqueciendo, más que con la investigación y explicación de los actos de corrupción, con la profundización del drama existencial de algunos de sus protagonistas. Hay empero algunos descuentos: el planteo luce al principio algo maniqueo, con una frontera demasiado marcada entre buenos y malos; luego esa sensación va esfumándose a medida que el relato avanza. Parece también algo excesivo el uso de la narración en off, que además es de una voz casi inaudible. Tampoco parece aceptable que se diga —como dos o tres veces— que el agente Ruffo, después de trabajar 20 años en la Policía, apenas pudo comprarle un auto usado a su mujer y una chacrita a su hija. No hacía falta subrayarlo y menos repetirlo; con lo que se muestra de la realidad de ese policía y de esos empresarios, el contraste surge solo de las imágenes.

    La serie tiene en esta primera temporada ocho capítulos de 45 minutos, fluye con facilidad, está bien actuada y va creciendo en intensidad a medida que el relato avanza y se va enriqueciendo

    Los hechos ocurren entre 2003 y 2014 y van y vienen entre las ciudades de Río de Janeiro, Curitiba, San Pablo y Brasilia. Referencias a partidos políticos, empresas y personas son reconocibles aunque obviamente estén todos los nombres cambiados. La petrolera estatal Petrobras es aquí PetroBrasil; la constructora Odebrecht es Miller & Brecht; el Partido de los Trabajadores (PT) cambia su nombre a Partido Obrero; la presidenta Dilma es Janete; el expresidente Lula es Joao Higino, y el juez Moro es Paulo Rigo. Los investigadores policiales en la realidad eran Gerson Machado y Erika Marena, que en la serie adoptan los nombres de Marco Ruffo y Verena Cardoni. El cambista que manejaba los negocios sucios desde una oficina en una estación de servicio y lavadero de autos es Alberto Youssef, que en la ficción tiene el nombre de Roberto Ibrahim.

    Un trío sobresaliente de actores resalta en esta primera temporada: Selton Mello es el agente Ruffo de la Policía Federal que inicia todo el proceso reconstruyendo estados de cuenta destruidos. Es un obseso contra la corrupción. El descubrimiento de su pequeñez frente a semejante enemigo lo desequilibra, al punto que después de algunos actos violentos es exonerado de su cargo. Personaje conflictuado, con una realidad familiar dramática, que Mello traduce admirablemente con una máscara que al principio puede parecer hierática pero que luego se irá enriqueciendo con pequeños gestos y la constante expresividad de su mirada. Su mano derecha es la agente Verena, interpretada por Caroline Abras, una mujer intensa, de indeclinable rectitud y lealtad, fuerte y al mismo tiempo vulnerable. Enrique Díaz, actor de origen peruano, es el cambista Ibrahim, otra composición notable, con un cinismo y una frialdad a flor de piel, propios del hombre que las sabe todas y los conoce a todos, porque por sus manos pasan los dineros que luego todos se reparten. No está a la altura Otto Jr., el actor que encarna al juez Rigo, que se corresponde en la realidad con el juez Moro. Una mirada dura e inexpresiva no dice o sugiere nada en ninguna de sus apariciones.

    En obvia alusión al mentado apartamento Triplex que se ha dicho que el expresidente Lula recibió como coima y cuyo proceso es el que lo ha llevado hoy a la cárcel, durante una fugaz escena del sexto episodio le muestran al expresidente Joao Higino (que en la realidad es Lula) el interior de un lujoso apartamento desha­bitado y le preguntan: “¿Le gusta, presidente?” La respuesta es breve y cuidada: “Usted sabe que yo no resuelvo estas cosas”. En otras escenas, Joao Higino opina e interviene activamente moviendo influencias para tratar de abortar las investigaciones que cada vez calan más hondo.

    El estreno de El mecanismo despertó la ira de Lula da Silva y de Dilma Rousseff. Ambos trataron de mentiroso a Padilha y amenazaron con acciones judiciales contra él y contra Netflix. Padilha respondió la bravata con humor negro: “Lula va a ver la primera temporada en su casa, pero si hay una segunda, él va a estar en la cárcel”. Netflix tampoco parece haberse inquietado con los dichos de los expresidentes pues no solo continúa trabajando en nuevas temporadas de esta serie sino que además trascendió que estaría filmando una miniserie sobre la misteriosa muerte del fiscal Alberto Nisman, quien fuera hallado muerto hace tres años en el baño de su departamento en Buenos Aires con una herida de bala en la cabeza, horas antes de presentar su acusación ante el Congreso contra la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner por ocultar la participación de Irán en el ataque contra la mutualista israelí AMIA en 1994.

    Y está bien que Netflix no se amilane ante las amenazas de Lula y Dilma u otras parecidas. La libertad es libre y en materia de creación artística es todavía más libre.