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    Dos días antes de dejar el gobierno, Mujica firmó un decreto para hacer una escultura con la fundición de armas tupamaras y militares

    Busca “superar” los resentimientos del pasado; el presidente Tabaré Vázquez no tenía “la más mínima idea” a pesar de que la resolución también fue suscrita por el ministro Fernández Huidobro

    Habían pasado apenas unos días de su liberación, cuando en marzo de 1985 José Mujica habló ante sus compañeros tupamaros en el Platense Patín Club: “No acompaño el camino del odio, ni aun hacia aquellos que tuvieron bajezas con nosotros. El odio no construye”, dijo.

    Veinticinco años después, ya como presidente de la República, Mujica reunió el 16 de marzo de 2010 a los comandantes de las Fuerzas Armadas, oficiales y suboficiales en la base aérea de Durazno y se refirió a ellos como “soldados de mi patria”. Y les dijo: “La primera exigencia, la unidad nacional, la empezamos a plantear la noche misma del cierre electoral. Recuerden soldados: dijimos ‘ni vencidos ni vencedores’, aunque como cualquier cosa debió haber gente que no le gustó. Todo es opinable. (…) Desde el año 1985 sentimos gente que, con razón o sin ella, reclama que hay que dar vuelta la página y, al mismo tiempo, gente de nuestro pueblo, tan válida como la otra, que grita por justicia, también con razón o sin ella. Unos y otros son parte de nuestro pueblo (…). Las guerras generan llagas permanentes, que solo puede suturar la alta política. La alta política, que es, en este terreno, el arte de persuadir, sublimando el dolor en causas comunes que nos identifiquen, construyendo, desde luego, caminos comunes. El camino que les vengo a proponer, al fin de cuentas, ya lo ensayó este país. ¿Qué fue nuestra historia nacional de conflictos de blancos y colorados? Décadas de tensión y de guerra terminaron cuando tuvieron la inteligencia de construir ciudadanía en común. ¿Qué pasó en Europa con el conflicto eterno de Francia y Alemania? Solo terminó cuando encontraron el camino común, de una construcción común: la lucha por la unidad de Europa. ¿Qué pasó en Sudáfrica, desgarrada por el racismo? ¿Cuál es el triunfo de Mandela? El haber logrado un camino común de convivencia para blancos y negros (…). Yo no veo otro camino, soldados, que encontrar causas comunes como nación que nos identifiquen en construcciones comunes, participar en procesos superadores, juntando pasados distintos a los que no se les impone ni renuncias ni olvidos. Respetar lo diferente, pero ser capaces de construir: construir cosas que se terminen priorizando en hechos del porvenir. No vivir con razones del pasado, vivir con razones del porvenir. Nuestra común causa, soldados, sería la lucha contra la pobreza y la miseria por todo lo que encierra de justicia social, pero por todo lo que propone de unidad nacional (…). Trato de que salgamos de la trampa del dolor. Por eso no queremos que los soldados de hoy carguen con la historia como un fardo. Si acaso, como una lección, y que los niños que crezcan y palpiten otro tiempo vean otras Fuerzas Armadas”.

    El 26 de febrero pasado, a dos días de terminar su mandato constitucional, Mujica firmó un decreto en el que resolvió la construcción de una escultura con metal originado en la fundición de miles de armas que en los años 60 y 70 fueron empleadas por los tupamaros por un lado, y por los militares por otro, para pelear en la guerra interna que hubo en Uruguay entre 1963 y 1972.

    Por medio de ese decreto, que lleva el número 4039 y fue también suscrito por el entonces y actual ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, el Poder Ejecutivo aceptó una donación de la empresa Gerdau Laisa SA consistente en tres “palanquillas” de metal, producto de la fusión de las armas.

    Las tres “palanquillas” —que pesan 500 kilos cada una y se mantienen actualmente en custodia en el Servicio de Material y Armamento del Ejército, en la Avenida de las Instrucciones— “tienen su origen en la fundición de armamento vinculado a las fuerzas de seguridad del Estado y a los movimientos armados que se vieron enfrentados en nuestro país entre los años 1960 y 1970”, dice el decreto presidencial, al que accedió esta semana Búsqueda.

    La resolución de Mujica y Fernández Huidobro establece que “el especial origen de las referidas palanquillas inspira a asignarles una finalidad que —alejada de su primer destino— supere el sentimiento vivido en dicha oportunidad”. La palabra clave parece ser “superar”; “procesos superadores” del pasado en el discurso de Mujica de 2010 y “finalidad que supere el sentimiento” de guerra en el decreto de 2015.

    El gobierno de Mujica, en el final de su mandato, manifestó en ese decreto que correspondía “la aceptación de la donación ofrecida, con la finalidad de destinar el material de referencia a la realización de una escultura que refleje el espíritu que la fusión de los elementos de la palanquilla ha alcanzado”.

    Consultado esta semana por Búsqueda, el presidente Tabaré Vázquez dijo que se enteraba por el periodista acerca de la existencia de ese decreto. “No tengo la más mínima idea. No me informó el ex presidente Mujica y tampoco el ministro Fernández Huidobro”, declaró el mandatario a este semanario.

    Luego, después de hablar con Fernández Huidobro sobre el asunto, el presidente confirmó a Búsqueda la existencia del decreto, dijo que el ministro había olvidado ponerlo al tanto “en medio del torbellino de la transición” (Vázquez asumió el 1º de marzo, apenas dos días después de la aprobación del decreto) e informó que el secretario de Estado le aclaró que la decisión no había sido puesta a consideración del gobernante Frente Amplio.

    El presidente dijo no tener “opinión formada” sobre el decreto. “Me acabo de enterar y no tuve arte ni parte en el proceso que llevó a su aprobación”, se disculpó.

    Un largo camino.

    El decreto suscrito por Mujica es el producto final de un largo proceso que se inició hace años y en el que participaron, además del ex presidente, otros actores.

    Quizá el origen pueda ser rastreado en la relación de confianza que, durante el anterior gobierno, construyeron el presidente Mujica y el general del aire José Bonilla, ex comandante de la Fuerza Aérea, ex jefe del Estado Mayor de la Defensa y, hasta el 28 de febrero de este año, coordinador de los servicios de Inteligencia del Estado.

    En abril de 2010, el entonces ministro de Defensa Nacional, Luis Rosadilla, encomendó a Bonilla en su carácter de comandante de la Fuerza Aérea, realizar un análisis sobre el discurso que Mujica había pronunciado el 16 de marzo en Durazno.

    Bonilla entregó el análisis pedido al ministro Rosadilla el 16 de abril. En el documento, rescató la invocación de Mujica a la frase “ni vencidos ni vencedores”, una “expresión oriental que data del 8 de octubre de 1851, final de la guerra grande”.

    “Cuando el señor presidente de la República hace mención a esta cita, trae a la memoria la atmósfera de unión de los partidos participantes de aquel conflicto: blancos del interior y colorados de Montevideo. Ofrece e invita con la idea del respeto al pensamiento diferente e intereses opuestos pero válidos”, opinó Bonilla.

    En el documento, en poder de Búsqueda, el ex comandante concluyó que Mujica había convocado “a superar las marcas o cicatrices de las heridas recibidas de los militares actualmente en situación de actividad con respecto a los efectivos que actuaron en ese pasado, hoy la mayoría en situación de retiro, a la vez que desafía a evitar que se condicione el futuro común de toda la nación”.

    Según Bonilla, Mujica reforzó su discurso de Durazno “con ejemplos del mundo, positivos, de quienes lograron superar su pasado y negativos, de quienes no lo han logrado”.

    Poco después de entregar ese análisis, el 23 de abril, Bonilla recibió al ex presidente en el Comando de la Fuerza Aérea, en Boiso Lanza, y le devolvió una vieja bandera de los tupamaros incautada en uno de los operativos realizados por esa fuerza durante la guerra interna de los 60 y 70, en un gesto de hondo simbolismo. La bandera había permanecido durante 40 años guardada en la caja fuerte del Comando.

    Bonilla fue muy criticado por muchos de sus camaradas de armas por haber hecho eso. “La sangre de nuestros muertos caiga sobre estos personajes”, decía un correo electrónico que —entre muchos otros— circuló en esos días entre los militares, fuertemente crítico hacia la conducta de Bonilla. Los coroneles retirados Ademar Pérez y Eduardo Ferro, el teniente coronel Héctor Varela y el capitán Álvaro Moreno manifestaron en una carta pública su “profundo sentimiento de indignación” por la decisión del jefe de la Fuerza Aérea. “Usted (...) fue insensible con aquellos que dieron sus vidas” para combatir “a la organización terrorista”, escribieron. El general retirado Iván Paulós, ex jefe de Inteligencia de la dictadura, dijo que la conducta de Bonilla va “de la audacia al servilismo” y reclamó un desagravio “a la familia militar y en especial a la memoria de los camaradas muertos en la guerra”.

    Pero Bonilla se defendió. “Las nuevas generaciones (de militares) no deben ser rehenes del pasado”, dijo el 29 de abril durante una asamblea general ordinaria en el Club de la Fuerza Aérea, donde explicó su decisión. (Búsqueda Nº 1.558)

    En el momento más caliente, Bonilla recibió el respaldo de sus homólogos de las otras dos fuerzas, el general Jorge Rosales (Ejército) y el almirante Óscar Debali (Armada). Incluso fue apoyado por el ex presidente Julio María Sanguinetti, de quien fue edecán militar durante su segunda presidencia (1995-2000). “Correo de los Viernes”, el medio que responde a Sanguinetti, opinó en aquel momento que “en silencio, sin ningún aspamento, en ceremonia privada, el comandante en jefe de la Fuerza Aérea entregó al presidente Mujica una bandera del MLN que se conservaba en sus archivos como viejo remanente del estado de guerra que en su tiempo sufrió el país”.

    “Estoy convencido de la decisión tomada”, repetía Bonilla ante sus interlocutores todos los días desde aquel 23 de abril.

    En setiembre de 2010, Bonilla fue designado por Mujica jefe del Estado Mayor de la Defensa. En una entrevista con Búsqueda, Bonilla declaró entonces que se había tomado “muy en serio las palabras del presidente cuando dijo, en referencia a los conflictos del pasado, que era menester mirar hacia adelante con el espíritu de ‘ni vencidos ni vencedores’”.

    “Yo estoy muy orgulloso de lo que pasó hasta 1973, cuando se le dio una lucha frontal a la sedición por mandato de un gobierno legítimamente elegido por el pueblo y con apoyo del Parlamento en su momento. Esa ‘mochila’, para utilizar un término que emplea el presidente, yo la llevo con muchísimo honor. No llevo con honor lo que pasó después de 1973”, agregó. (Búsqueda Nº 1.577)

    La escultura.

    Cuando dejó la jefatura del Estado Mayor de la Defensa, Bonilla siguió al lado de Mujica, ahora como coordinador de los servicios de Inteligencia del Estado. Trabajaba en una oficina ubicada en la Torre Ejecutiva, muy cerca del ex presidente.

    Entre ambos, empezaron a concebir la idea que se plasmó en el decreto del 26 de febrero pasado.

    Mujica dijo varias veces durante su gobierno que prefería que los militares procesados por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura mayores de 70 años guardaran prisión domiciliaria, en lugar de permanecer en la cárcel de Domingo Arena.

    Pero, además, tanto el ex presidente como el ministro Fernández Huidobro son partidarios de evitar las revanchas y dejar el pasado atrás. En una declaración pública, Bonilla dijo que si se quería la “verdad” sobre lo que ocurrió en el período dictatorial, entonces no se podía pretender también “justicia”, puesto que quienes tuvieran algún dato se negarían a revelarlo ante la certeza de que, después, terminarían en la cárcel. Mujica opinó que eso era evidente.

    Ya en el último año del gobierno, Mujica dio luz verde a Bonilla para que averiguara con los comandantes dónde estaban guardadas las viejas armas de los tupamaros. Lo hizo y recibió como respuesta que estaban todas en el Servicio de Material y Armamento del Ejército.

    Entonces se dispuso fundir las miles de armas tupamaras con otras tantas de las Fuerzas Armadas en desuso. Esa tarea la cumplió la empresa Gerdau Laisa SA.

    Durante un almuerzo en la estancia presidencial de Anchorena, el ex presidente le pidió a su coordinador de Inteligencia que planteara la idea de construir una escultura que reflejara el espíritu de reconciliación implicado en la fundición de las armas al renombrado artista Pablo Atchugarry.

    Bonilla se trasladó hasta la Fundación Atchugarry, en Manantiales, y le explicó la propuesta al escultor. Atchugarry aceptó de inmediato y dijo que debía ser una escultura para cuya construcción tenían que ser convocados muchos artistas. Bonilla también habló sobre el tema con Ricardo Pascale, artista plástico y ex presidente del Banco Central. Tanto Atchugarry como Pascale le dijeron al ex comandante que le transmitiera al presidente que el trabajo sería sin costo porque “a la patria no se le cobra”.

    Mujica le llegó hacer saber a Bonilla que quería que la escultura fuera erigida mirando al mar, en la plazoleta que está detrás de la Torre Ejecutiva.

    Entonces, cuando todo parecía sobre ruedas, el general Wile Purtscher, furioso con la muerte en prisión de su camarada Miguel Dalmao, envió una carta a Búsqueda prometiendo “venganza” y todo el proceso se frenó. La carta fue publicada el 8 de enero.

    Luego de un impasse, las cosas volvieron a ponerse en marcha y llegó el decreto del 26 de febrero, pero Mujica se fue del gobierno 48 horas después, aunque quedó su ministro Fernández Huidobro.

    Ahora la decisión sobre la escultura la tiene el presidente Vázquez.

    Contratapa
    2015-05-21T00:00:00