Nº 2192 - 22 al 28 de Setiembre de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa economía del comportamiento es una rama reciente de la economía que combina conceptos de economía y psicología. Se fundamenta en la observación de que los individuos muchas veces tomamos decisiones que no son óptimas bajo el influjo de emociones, cortadas cognitivas (procesos heurísticos) o errores sistemáticos en nuestros procesos de decisión. Como estos errores pueden predecirse, hay formas de promover mejores decisiones a través de “empujoncitos” (nudges, en inglés) o, como se conoce en la jerga de la economía comportamental, a través de una modificación en “la arquitectura de la decisión”. Las propuestas de política que surgen de la economía comportamental no cambian las opciones disponibles ni la libertad del individuo de elegir cualquiera de ellas; lo que cambia es la forma en que esas opciones son presentadas.
Hay varios sesgos comportamentales que tienen que ver con el marco en que se nos presenta la información al momento de tomar una decisión. Por ejemplo, yo puedo saber qué tipos de alimentos me ayudan a mantenerme más sana. Pero cuando tengo que elegir si consumir fruta o un alfajor es altamente probable que mi elección se vea influenciada por la forma en que viene presentada cada opción: si estuve expuesta a publicidad o el lugar en que cada producto está ubicado en la cantina de mi trabajo, por ejemplo. Mi decisión también va a estar condicionada por el contexto en que tengo que decidir: si estoy con demasiada hambre o si tengo demasiadas preocupaciones. Las funciones ejecutivas de nuestro cerebro no responden de la misma manera cuando estamos expuestos ya a una alta carga cognitiva o, lo que es lo mismo, cuando tenemos nuestro “ancho de banda” saturado. En un experimento conocido, los participantes debían elegir entre pedazos de torta y ensalada de fruta luego de tener que memorizar un número de varios dígitos. Los que tenían su mente ocupada teniendo que recordar un número de siete dígitos tenían una probabilidad mayor de elegir el pedazo de torta (la elección impulsiva), en comparación con los que tenían que memorizar un número de menos dígitos.
La carga emocional y cognitiva de nuestras decisiones se ve afectada además por las etiquetas sociales con las que nos identificamos a nosotros mismos y a los demás. Hay sesgos de decisión vinculados a nuestra historia y a nuestras identidades. Un estudio realizado por el economista de Harvard, Roland Fryer, mostraba que para muchos estudiantes afroamericanos tener buenas notas en el liceo era muy costoso en términos psicológicos, ya que se los etiquetaba como “actuando como blancos”. Para mantener su identidad afroamericana los estudiantes debían tomar decisiones que no eran las que necesariamente maximizaban sus oportunidades de progreso en el mediano y largo plazo.
Finalmente, y sin pretender ser exhaustiva en la enumeración de sesgos que han sido estudiados en la literatura, hay algunos que afectan especialmente las decisiones de inversión, es decir, las que implican un desfasaje temporal entre el momento en que incurrimos en los costos (hoy) y el momento en que recibimos los beneficios (en el futuro). Muchos de nosotros hemos hecho el propósito de empezar a comer más sano o de hacer más ejercicio. Cuando nos proyectamos hacia el futuro, estamos convencidos de que un estilo de vida de comida sana y ejercicio es lo mejor para nosotros. Sin embargo, cuando llega el momento de empezar con esa vida sana, los beneficios futuros parecen más difusos y los costos enormes. Mi yo presente no se puede resistir a comerse el alfajor o a quedarse mirando la serie sentada en el sofá. Este cambio en las percepciones de los beneficios y costos cuando nos toca tomar la decisión se conoce como inconsistencia temporal. Y nos lleva en general a subinvertir en opciones con resultados netos beneficiosos en el mediano y largo plazo.
El entendimiento de que hay formas de promover mejores decisiones cuando se mejora el marco o la arquitectura de la decisión nos llevó a diseñar en 2017, junto con un equipo de psicólogos y economistas, el programa Crianza Positiva. El objetivo del programa era mejorar la frecuencia y la calidad del involucramiento parental en la crianza, de modo de favorecer el desarrollo infantil. En una investigación preliminar sobre estas familias con niños menores de tres años, observamos que las que estaban sujetas a una mayor carga cognitiva debido a problemas económicos recientes, problemas de empleo, o muertes recientes de familiares tenían una menor frecuencia de involucramiento en la crianza de sus hijos. En el mismo estudio, encontramos que los padres más pobres tenían una identidad más negativa sobre su rol y sus fortalezas como padres; mostraban un menor sentido de eficacia parental y esta percepción se correlacionaba con competencias parentales descendidas. Y también encontramos menor inversión parental en aquellos padres con una valoración muy baja del futuro.
A partir de esta evidencia, diseñamos un programa basado en un ciclo inicial de talleres para padres, seguido por mensajes de texto y audio al celular durante seis meses, que llegamos a implementar con familias de más de 50 centros CAIF. Las premisas del programa de mensajes fueron minimizar la carga cognitiva de la información, hacer más salientes los beneficios futuros de un ambiente basado en el buen trato, seguro y estimulante, y reforzar las identidades positivas de los padres. Entre los temas tratados figuraba cómo ejercitar la mirada y respuesta sensible al niño, asegurar un ambiente del hogar seguro y predecible, estimular el lenguaje y el juego y promover el autocuidado y la reflectividad del cuidador. Los mensajes se mandaban tres veces a la semana y buscaban “empujar” a los padres a tomar acciones concretas (leerle al bebé, hablarle más, crear rutinas o separar tiempo para el autocuidado, entre otros). La clave del diseño estuvo en hacer mensajes cortos, simples y fáciles de recordar que resaltaran los beneficios de la inversión parental y que empujaran a los padres a llevarlas a cabo.
Evaluamos la intervención de mensajes con un diseño experimental, comparando familias tratadas con familias de un grupo testigo. Los resultados, recientemente publicados en dos revistas internacionales, Behavioral Public Policy y Review of Economics of the Household, muestran que el programa aumentó la frecuencia del involucramiento parental en juegos físicos con el niño, actividades didácticas y actividades de socialización y que mejoró también la calidad de dicho involucramiento, medido a través de un índice de crianza positiva. Los padres expuestos al programa mostraron una mayor capacidad de reflectividad acerca de su rol parental y reportaron una mayor búsqueda de apoyos en la comunidad. A través de la filmación de una propuesta de juego libre entre la mamá y el niño, encontramos, además, que las mujeres que pasaron por la intervención empleaban un mayor número de vocalizaciones y un mayor rango de entonación al dirigirse al niño, condiciones necesarias para una comunicación eficaz y un desarrollo óptimo del lenguaje.
¿Operó nuestro programa sobre los sesgos cognitivos identificados en el diseño? Encontramos que el programa tuvo efectos más importantes en las familias que enfrentaban más problemas al inicio, sugiriendo que el ofrecer la información de una forma dosificada y simple, que invite a la acción y redirija la atención hacia alternativas con mayor retorno, ayuda a facilitar la toma de decisiones cuando la carga cognitiva es alta. Los mensajes impactaron más, además, sobre las familias con un menor sentido de eficacia parental al comienzo, lo que nos habla de la importancia de empoderar a los padres y las madres en su rol y de reforzar sus capacidades e identidades positivas.