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En Uruguay no hay reelección presidencial inmediata; el presidente José Mujica, lo desee o no, no puede ser candidato. Por eso su imagen pública (popularidad personal, juicio sobre su gestión) no es directamente relevante para las elecciones de 2014. Sin embargo, las imágenes de los presidentes pueden tener consecuencias electorales incluso cuando no aspiran a la reelección, porque están vinculadas a los juicios sobre la gestión del partido de gobierno (aunque no sean idénticos), que sí influyen en las decisiones de los votantes. Esa influencia puede ser modesta y afectar solo a una minoría relativamente pequeña del electorado. Pero en una elección que enfrenta a dos mitades de tamaño similar, el comportamiento de minorías incluso pequeñas puede llegar a ser decisivo. En suma: aunque no se sepa exactamente cuánto, la imagen de Mujica afectará de alguna manera el desempeño electoral del FA. La imagen del presidente es buena para las tradiciones uruguayas de los últimos 25 años, pero no es buena comparada con la de Vázquez a la misma altura de su mandato, y es mediocre comparada con las imágenes de los jefes de gobierno del continente. La comparación con los juicios sobre Vázquez y su gestión recogidos exactamente cinco años atrás sugiere que las causas de las ventajas de Vázquez son estrictamente políticas.
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En la encuesta de Cifra de fines de abril, el 44% de los uruguayos expresa simpatía hacia el presidente Mujica y el 25% expresa antipatía, con un balance (% de simpatías menos % de antipatías) claramente favorable de 19 puntos porcentuales. En todos los grandes grupos sociales de uruguayos (según género, edad, educación, lugar de residencia, nivel de ingresos) la mayoría expresa simpatía hacia el presidente; los balances son siempre positivos. Pero la política, como de costumbre, divide más las opiniones (Cuadro 1). Entre los votantes del FA en 2009 el balance es muy positivo (68 pp.), pero entre los votantes de la oposición se vuelve negativo (-37 pp. entre los blancos y -26 pp. entre los colorados). Los juicios de blancos y colorados son similares entre sí, y muy distintos a los juicios frentistas.
En la misma encuesta el 42% aprueba la gestión de Mujica como presidente y el 35% la desaprueba, con un balance todavía positivo pero mucho más ajustado de 7 pp. (Cuadro 2). El balance se achica porque aunque las aprobaciones son casi iguales a las simpatías (apenas 2 puntos por debajo), las desaprobaciones son 10 puntos más altas que las antipatías. Consecuentemente, entre los grupos sociales arriba indicados, que en todos los casos simpatizaban con Mujica, algunos desaprueban su gestión: los uruguayos de 60 y más años de edad (balance de -1 pp.), los de mayores ingresos (-4) y los más educados, con al menos alguna educación terciaria (-16). Las preferencias partidarias tienen un impacto similar al ya observado para la popularidad personal: entre los votantes del FA en 2009 el balance sigue siendo muy positivo, pero claramente más bajo que el anterior (51 pp.), y entre los votantes de la oposición es un poco más negativo que el de la popularidad personal (balances de -41 pp. entre los blancos y -32 pp. entre los colorados).
Como se ve, el balance de la popularidad personal de Mujica entre los que lo votaron es 68 pp., pero el de las aprobaciones es 51 pp., 17 puntos más bajo. Los balances de simpatías y aprobaciones entre blancos y colorados, en cambio, son muy semejantes. En suma: Mujica recibe menos aprobaciones a su gestión que simpatías personales básicamente porque sus propios votantes de 2009 expresan mucha simpatía hacia él, pero no son tan entusiastas con su gestión.
¿Cuán “buenas” (o “malas”) son estas actitudes hacia Mujica?
En el sentido contable del término tanto la popularidad de Mujica como la evaluación de su gestión como presidente son positivas, puesto que las opiniones favorables son más numerosas que las desfavorables. En términos comparativos, depende de con qué se compare. Si estos resultados se comparan con el promedio de las mediciones uruguayas difundidas públicamente desde que hay encuestas profesionales regulares (unos 25 años), son buenos: los balances de Mujica en los dos planos (popularidad personal, evaluación de la gestión) son mejores que esos promedios. Si se los compara con los resultados de su predecesor inmediato a la misma altura de su mandato (Tabaré Vázquez en abril de 2008), los de Mujica no son buenos: Vázquez recibía un 54% de simpatías (10 puntos más que Mujica) y el 55% aprobaba su gestión como presidente (13 puntos más que Mujica).
Si se comparan los juicios sobre su gestión con los recibidos por el conjunto de los jefes de gobierno del continente a principios de 2013 según el informe de Consulta Mitofsky de abril ppdo., el resultado es mediocre (el informe se puede consultar en su página web). Mujica estaba en el lugar 13 entre 19 jefes de gobierno (12 estaban mejor que él y solo 6 estaban peor), por debajo de la media y la mediana continentales (ambas, 55%). Mujica estaba un lugar más abajo que el presidente de los EEUU, Barack Obama, cuya aprobación era 48% (en los dos casos según las encuestas disponibles a la fecha, de marzo de 2013; la aprobación de Mujica era 47%).
A pesar de las diferencias evidentes en casi todos los aspectos imaginables, la comparación con Obama es sugestiva, no porque sus evaluaciones sean similares, sino porque EEUU y Uruguay tienen los dos sistemas de partidos más antiguos e institucionalizados del continente, y en los últimos años ambos están muy polarizados. Aunque sus formatos son diferentes, porque el sistema de partidos de los EEUU siempre ha sido bipartidista, y en sentido estricto el sistema uruguayo ya no lo es, la mayoría de los observadores piensa que para muchos fines es útil examinar la política uruguaya “como si siguiera siendo” bipartidista. Esto es lo que hacen los análisis enfocados en “las dos mitades políticas” del país.
La última medición disponible de la aprobación de Obama según Gallup (principios de mayo) es 49% (7 pp. mejor que la de Mujica a fines de abril, 42%). El promedio de las aprobaciones de Obama durante su gestión es también 49% (el de Mujica es 47%), algo menor que el promedio de las aprobaciones a todos los presidentes de los EEUU medidas por Gallup desde 1938 (54%), porque la elevada polarización de los últimos años en los EEUU tiene efectos semejantes a los que se pueden apreciar en el Cuadro 2 en las aprobaciones de Mujica. En ambos casos los votantes del partido del presidente lo aprueban vigorosamente, y los opositores lo desaprueban. La amplitud de las oscilaciones que se observan en los juicios sobre la gestión de los dos presidentes a lo largo del tiempo también es sorprendentemente similar: el valor mínimo de la aprobación a la gestión de Obama, 38%, es casi igual al de Mujica (36%), y el valor máximo también lo es (67% Obama, 66% Mujica).
La evolución de las simpatías y de las aprobaciones de Mujica desde el comienzo de su mandato según los datos de Cifra muestra que sus valores máximos se registraron en su primer año de gobierno: las aprobaciones, 66%, en abril de 2010, y las simpatías, 67%, en noviembre del mismo año. Pero los valores mínimos son recientes: las simpatías, 43%, en setiembre de 2012 (hoy, apenas un punto mejor: 44%), y las aprobaciones, 36%, también en setiembre de 2012 (hoy están mejor: 42%). En los dos casos la tendencia es declinante, y diferente a la observada durante el gobierno de Vázquez. Las cifras de Vázquez fueron al principio casi iguales a las de Mujica y también cayeron durante la primera mitad de su mandato, pero luego se recuperaron claramente, para terminar con valores muy positivos, similares a los del comienzo. Con Mujica, que ya está en el cuarto año de su mandato, aún no ha comenzado una recuperación comparable a la de Vázquez. Naturalmente, no se sabe cómo evolucionará esta situación durante el próximo año y medio, ni si finalmente habrá o no una recuperación al menos parcialmente comparable a la de Vázquez.
Política y pan con manteca.
Los uruguayos ven favorablemente la situación económica actual del país (el 48% la ve buena o muy buena; el balance es 33 pp., Cuadro 3). Estos juicios son aún más favorables que la popularidad personal de Mujica (44% de simpatías, balance de 19 pp.) y que su evaluación de la gestión del presidente (42% de aprobaciones, balance de 7 pp.). El electorado ve más favorablemente “el pan con manteca”, luego simpatiza con el presidente, y por último, y ya con poca convicción, aprueba la gestión del presidente.
En conjunto, todos estos resultados se vuelven significativos cuando se los compara con los datos de Vázquez en exactamente el mismo momento de su mandato, abril de 2008 (Cuadro 4). En 2008 la situación económica del país llevaba años de mejoría, pero solo el 28% de la población la consideraba buena (o muy buena). Cinco años después ese porcentaje ha aumentado 20 puntos: casi la mitad de los uruguayos (48%) piensa hoy que la economía del país “anda bien”. Sin embargo, en 2008 el 54% expresaba simpatías hacia Vázquez y el 55% aprobaba su gestión. Las “virtudes” de Vázquez cinco años atrás se ordenaban así: gestión, popularidad personal, situación económica. Los juicios sobre Mujica están ordenados de manera exactamente opuesta a los de Vázquez: situación económica, popularidad personal, gestión. Los 20 puntos de mejoría de los juicios sobre el “pan con manteca” garantizan que sean cuales fueren las razones por las que Mujica está 10 puntos más abajo en popularidad personal y 13 puntos más abajo en aprobación de la gestión no pasan por el estado de la economía. Los problemas son políticos. Esto no significa que la situación económica sea irrelevante: probablemente es la que evita que los juicios críticos sobre el presidente y su gobierno se acentúen.