El Herrerismo tiene que dar una “gran batalla cultural” para lograr que sus ideas sean mayoritarias en Uruguay

entrevista de Guillermo Draper 
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Los herreristas valoran el pragmatismo. Quizás por eso Luis Alberto Lacalle Herrera eligió no escribir una biografía, sino una trilogía que comienza con el nacimiento del Consejo Nacional Herrerista y no con el suyo propio. Evitar rodeos y entrar casi de lleno en la historia que lo tiene como protagonista de uno de los éxitos electorales del Partido Nacional.

La historia vivida, el primer libro del proyecto en el que está inmerso, cuenta “la historia de un puñadito de gente joven” que crea un sector dentro del Partido Nacional con el objetivo de sacudir una estructura casi mimetizada con el rol de oposición y demostrar que el poder es alcanzable, dice Lacalle Herrera. Y que lo logra.

En el libro, y también en una entrevista con Búsqueda, Lacalle Herrera reivindica la vigencia del Herrerismo, al que define como “nacional y popular”.

A espaldas del expresidente, en una mesa del living abundan las fotos familiares. En primera fila destaca un díptico que tiene dos fotos oficiales tomadas con 30 años de diferencia: Lacalle Herrera con la banda presidencial a la izquierda, Luis Lacalle Pou con la banda presidencial a la derecha.

En el diálogo, el exmandatario evita lo más posible hablar sobre la gestión que encabeza su hijo, aunque no elude otras preguntas sobre política. Lacalle Herrera discrepa con la idea de que el sistema político desembocará en dos grandes “familias ideológicas” y sostiene que blancos y colorados deberían mantenerse separados. “No somos lo mismo y creo que es un grave error mezclar”, dice.

A continuación, un resumen de la entrevista que Lacalle Herrera mantuvo con Búsqueda.

—¿Identifica una ideología asociada al Herrerismo?

—Justamente en el libro hay un párrafo en el que yo hago una distinción entre ideas e ideologías. Entiendo por ideologías, por poner un ejemplo, el que compra el CD y se lo mete entero en la cabeza. Son sistemas de pensamientos cerrados y completos. Y nosotros somos, más bien, y esto es un concepto bien liberal, un sector de ideas: libertad, separación de poderes, dar preeminencia a la actividad privada como motor de la dinamización del país... Pocas pero profundas e importantes. Y después es importante la capacidad de orientar el camino según las circunstancias. Centrarnos en la ejecución, el pragmatismo, que es un poco la lección de Herrera que nosotros seguimos.

—¿Cuánto tomó al crear el Consejo Nacional Herrerista del pensamiento original de Luis Alberto de Herrera?

—Primero lo nacional. Herrera es el que tiene la representación más clara del Uruguay internacional. Nacionalismo de aquí, que es la defensa de la soberanía, sobre todo frente a los vecinos, frente a quien fuera. Y luego lo popular. Lo gracioso es que Batlle y Herrera, siendo ambos pertenecientes a una clase dirigencial, podrían haber sido ministros, senadores, sin mover un pelo, son los dos que abren sus partidos. El Batllismo es la apertura popular del Partido Colorado, el Herrerismo es la apertura popular del Partido Nacional. Alguien los llamó traidores a su clase, porque les abren las puertas a los que antes las élites partidarias no consideraban que podían participar.

—Al escuchar “nacional y popular” puede venir a la mente más rápido el Movimiento de Participación Popular, o incluso Cabildo Abierto...

—Y el Peronismo de Argentina.

—Exacto.

—Bueno, pero yo no tengo por qué ceder a nadie mi opinión de que el Herrerismo es nacional y es popular.

—¿Popular por qué?

—Primero: ¿nos votó alguien o no? La popularidad en Uruguay se mide por votos; es decir, yo no fui presidente porque mi mamá me mandó con una cartita de recomendación. Y luego porque nos hemos ocupado de las causas populares; Herrera fundamentalmente y nosotros también. La obra social de nuestro gobierno nadie la ha hecho igual. La construcción de hospitales, escuelas, la baja de la inflación, la baja de la pobreza a la mitad. ¿Quién es dueño de lo popular? ¿Porque se llame MPP y una ‘p’ sea popular? No, esa es una visión de lo popular. Nosotros tenemos la nuestra, pero que somos populares, somos. ¡Por algo nos votan!

—O sea, popular asociado…

—Al pueblo. Al pueblo votando. Al respaldo popular. Lo que pasa es que algunos se escamotean la palabra. Yo no tengo miedo de decir que soy popular. Ahora, ¿todo el mundo me quiere? No. ¿El gobierno de Lacalle Pou es popular o no? Sacó la mitad más uno de los votos en el balotaje. Ahí se nota más que en la época mía, cuando regía la ley de lemas. ¿Es todo el pueblo? No, pero que no me digan que no es pueblo. ¿O lo votaron siete personas de acá, o me votaron a mí los de Pocitos? No, me votaron Artigas, Tacuarembó… Ganamos 16 intendencias.

—Hay dirigentes de izquierda que acusan a los gobiernos herreristas de favorecer a los más ricos y por eso no podrían ser considerados populares.

—Creo que no resiste la menor prueba. Es un gobierno popular, primero, porque tuvo apoyo popular. Segundo, si es por las causas que se llevaron a cabo, no hubo obra social mayor en los últimos tiempos que el gobierno 90-95. Y desafío al que sea que ponga enfrente los resultados respectivos.

—En el libro usted hace mención a la tradición judeocristiana como parte de los ingredientes del Herrerismo. ¿No existe una preeminencia católica?

—No, cristiana quizás sí. Soy católico práctico, Ignacio de Posadas es católico práctico, Tomás Teijeiro es católico práctico, yo qué sé, una gran mayoría. Pero nosotros somos laicos, el Partido Nacional es un partido laico. Ahora, que tiene una base cristiana, bueno, la tiene todo Occidente. Nosotros somos hijos de la civilización judeo-greco-romano-cristiana e hispánica. Siempre apelo mucho a esos valores porque es nuestra civilización y es un poco lo que Occidente a veces se avergüenza de esa raíz. Somos el Occidente y los valores son la libertad de la persona humana, el libre albedrío, la subsidiaridad del Estado; todo lo que la revolución norteamericana marcó, que para mí es la gran revolución. Y me siento muy cómodo con esa definición. Ahora, no es que tenga una cruz de Cristo en la bandera, es un partido laico, pero considera las religiones un fenómeno sano. Todas las religiones: judía, musulmana, católica, protestante. Siempre ha sido un gran defensor de las ideas religiosas cuando en Uruguay se confundió laicidad con laicismo. La laicidad es lo que marca la Constitución, lo que marca la Constitución de Estados Unidos. El laicismo es excluir a la religión, y la religión no se puede excluir como fenómeno humano y civilizatorio.

—¿Cuán vigentes están las ideas herreristas hoy?

—Creo que hay una muy linda siembra en gente joven de ideas del Herrerismo y de Wilson, que se han ido mezclando. Fuimos los que tuvimos la idea de las elecciones de jóvenes, pero cuando lo propusimos nos costó mucho convencer. Un argumento que decíamos nosotros es que ahí iban a surgir los diputados, los senadores, los ministros; es el almácigo, el invernáculo donde se van a ir creando. En diciembre del año pasado la gente joven que ocupa cargos en el gobierno, que son más de 30, me hicieron un homenaje y leyeron una lista, diciendo estos estuvimos todos en el invernáculo que Luis Alberto creó. Hoy hacés la lista y todos, desde Lacalle Pou para abajo, todos en cierto sentido son herreristas. Y wilsonistas también.

—El Herrerismo estaba muy asociado a la Lista 71...

—Sí, siempre confunden, no sé por qué. La 71 es Montevideo.

—¿No se desdibujó el Herrerismo al quedar la Lista 71 en alianza con otras?

—No, no, no. En este momento el Herrerismo tiene su Comité Ejecutivo, yo soy el presidente, el 22 de julio vamos a hacer una reunión ficta para renovar autoridades. Y el Herrerismo, dentro del partido, es una agrupación que existe y sacamos nuestra propia lista al Senado, acompañando a Lacalle Pou.

—Entre los colaboradores, escriben para el libro el actual ministro del Interior, Luis Alberto Heber, y el senador Gustavo Penadés. ¿Se le nota el aporte herrerista al gobierno?

—Creo que sí, porque hay muchachos como Juan Martín Rodríguez, un muy buen diputado, y él se confiesa herrerista. Tomás Teijeiro, que es un dirigente e inspector de Trabajo, es de los tipos que además tiene la filosofía. Es una manera de ver el Partido Nacional y una manera de actuar en política que tiene unas peculiaridades. ¿Cuáles? Conocer el país real. Pero conocerlo no porque te mande un informe estadístico o de ingenieros agrónomos, es conocer las chacras, es conocer al tipo que no tuvo trabajo hoy ni ayer, y entonces el desempleo tiene cara. En un país tan chico como el nuestro es posible una vida política de gran relación humana y eso nosotros lo ponemos por encima de todo. Por suerte el presidente actual también ha seguido eso y conoce a fondo el país.

—En su libro usted habla del concepto de libertad como algo central en el Herrerismo. En el discurso del 1º de marzo del 2020, el presidente Lacalle Pou también hizo foco en esa idea. ¿Hay ahí también una continuidad?

—El actual presidente le ha puesto más vestidura filosófica, si se quiere, a esa idea. Ha profundizado esa idea de libertad. La idea de libertad en todos los aspectos es esencial; la libertad responsable famosa, que si no es responsable no es libertad.

—¿El tema de la libertad estaba en el origen del Herrerismo?

—Cuando empieza Herrera es una visión totalmente nueva del partido. Haedo, en un libro muy interesante que se llama La caída de un régimen, dice: “Herrera adelantó el reloj del partido”. Herrera tuvo dos influencias muy importantes en su vida: la revolución de 1904 y Estados Unidos. El Estados Unidos de Herrera es el de Teodoro Roosevelt, que hacía las campañas en un tren. La parte de atrás del tren era un estrado, entonces cuando llegaba a un lugar hacía sonar una bocina, la gente se acercaba, él daba un discurso y seguía. El primer recorrido que hizo Herrera lo hizo en tren, el Tren Relámpago, después en el ómnibus. Lo importante era el contacto con la gente, un estilo que después en el partido se generalizó. Fue una novedad en el año 20 que rompió las estructuras, que eran muy montevideanoelitistas, y que llevó a que la gente y los candidatos se embarraran los zapatos.

—¿El Herrerismo puede ser mayoría en Uruguay?

—Dentro del partido, sí. Herrera nunca perdió dentro del partido, después de Herrera se desparramó un poco. Nosotros lo pusimos en el centro de la vida partidaria, fuimos mayoría. Se llamará Herrerismo o no se llamará, pero el estilo creo que es un estilo general dentro del partido.

—¿Pero dentro del Uruguay esta mirada del mundo que tiene el Herrerismo puede ser mayoría?

—Creo que tenemos por delante una gran batalla cultural, ¿no es cierto? Estas ideas, las pocas ideas muy profundas y muy fuertes, y su ejecución pragmática, creo que es algo que se va a abrir camino. Con respeto a los que piensan de otra manera, me parece que es una manera de ver la vida política muy bien asentada y al mismo tiempo muy práctica.

—¿Dieron esa batalla cultural en su gobierno?

—Creo que la dimos y marcamos un segmento. Sin pretensiones hegemónicas, pero es una manera de ver el mundo, la región y el país, que tiene un sello, para nosotros el sello herrerista.

—En un documental sobre Wilson Ferreira, Ignacio de Posadas cita una reunión que mantuvo con Julio María Sanguinetti, quien le habría dicho: “Ustedes no entienden al Uruguay. Solo dos inmaduros como Jorge Batlle y Luis Alberto Lacalle se les ocurre cambiar al Uruguay”. ¿Qué opina?

—Con Batlle tuvimos muchos puntos de contacto. Era bravo llamarse Batlle, ¿no? Tres presidentes anteriores le tenían que estar pesando. Hay un libro muy interesante sobre eso que se llama El viraje de la 15, porque Batlle en cierto sentido abandona toda la parte estatista de sus antepasados y del Batllismo, digamos, ortodoxo, y él tiene una visión más moderna, en la cual nos acercamos. Incluso, el debate famoso con Neber, dirigiéndolo, entre Batlle y yo, tuvimos muchas coincidencias; fue debate en un momento, pero fueron muchas coincidencias. Nosotros nunca temimos ser originales, pero siempre con fundamento. El análisis crítico del Estado, que es constante desde la fundación del Consejo Nacional Herrerista y llega hasta el programa y después al gobierno, no parte de un tema ideológico sino pragmático. En cuanto a las empresas públicas: su nacimiento se debió al impulso de Batlle y Ordóñez, la primera en 1911 fue la UTE, con el razonamiento de que no sea de los alemanes la generación eléctrica, porque si es del Uruguay, la plusvalía se queda en Uruguay y vamos a hacer servicios baratos y difundidos a todos. Hoy, mirando los entes autónomos vemos que no es así, se han convertido en servicios caros, pesados y a veces no son nada más que recaudadores para el Ministerio de Economía. Repito, acá no hay ideología, hay un análisis crítico sereno: no han cumplido aquella idea. Entonces, por eso proclamábamos su redimensión que después intentamos en el gobierno.

—¿Entonces sí intentaron cambiar al Uruguay?

—Creo que nunca nadie se anima a cambiar el Uruguay. Nosotros no tenemos veleidades fundacionales, el país es una continuidad en la que se incorpora el Batllismo, el Partido Colorado independiente, el viejo socialismo y ahora el Frente Amplio. Es decir, la existencia del país es una continuidad, por suerte en la mayor parte de las veces es democrática, y uno edifica sobre lo que hizo el otro, nos guste más o menos. Nuestro aporte ha sido importante, porque la agenda que planteamos en el programa La Respuesta Nacional es la que tiene el país hoy: fomentar la actividad privada, liberar de tramitaciones, reducir la burocracia, la apertura no solamente económica sino la apertura mental, no temerle a lo nuevo. Si hay algo que no somos es conservadores, a pesar de que nos dicen que no lo dicen. Hemos sido muy revolucionarios, si se quiere. ¿Nos atrevimos a meterle diente a qué? Bueno, al puerto lo transformamos y es la gran obra de nuestro gobierno, aunque eso es para el otro libro. Con las empresas públicas no lo logramos, pero siempre intentamos renovar, con espíritu abierto, no encerrados.

—Sanguinetti habla de la consolidación de “dos familias ideológicas”, una compuesta por blancos y colorados, y otra por el Frente Amplio. ¿Comparte ese análisis?

—No creo en las familias ideológicas. Creo que hay comunes denominadores que hasta son del Frente, blancos, colorados, batllistas, que son el mínimo común denominador que forma un país. Ahí hay ideas, no ideologías. Ahora, subiendo un poquito más, ¿familia ideológica? No creo. Lo que hay es una visión parecida que blancos y colorados, desde que nacimos, la tenemos. Éramos dos mitades de una misma realidad. Por eso, mientras los partidos tradicionales tuvieron su preeminencia electoral, hasta mediados de los 90, era una manera parecida de ver las cosas, pero para mí, no integramos una familia.

—¿No se está camino a dos grandes bloques?

—A dos grandes coaliciones. Recuerdo que el general Seregni, con quien siempre discutíamos ese tema —él, que en el fondo era muy colorado y batllista—, me decía: “Acá, presidente, va a haber el Partido Colorado y el Frente Amplio”. Bueno, a lo mejor no es así. Creo que hay dos coaliciones. Los comunes denominadores del Frente Amplio son mucho menos que los comunes denominadores entre blancos y colorados; ahora, no somos lo mismo y creo que es un grave error mezclar. Son dos caminos que pueden ser convergentes, pero son distintos.

Foto: Nicolás Garrido / Búsqueda

—¿La coalición llegó para quedarse?

—Esto está provocado por un episodio electoral y es que hay dos que definen al final. El hecho de que la elección sea binaria hace que uno trate de ganar al otro, entonces es la coalición de la izquierda o la coalición de los que no son izquierda. Son coaliciones las dos, una tiene una forma orgánica mayor, pero son coaliciones. Los que votaron en este último balotaje tienen un común denominador que es un documento, pero son separados y distintos y creo que es natural que sigan separados.

—¿Hay que mantenerlo así?

—Creo que sí, pero es una opinión personal.

—¿Le preocupa que el ala wilsonista del Partido Nacional esté debilitada?

—Suponemos que se va a rearmar porque hay muy buena sustancia ahí, hay muy buena materia prima. Wilson dejó muy buenas ideas. La descentralización, que es una idea indispensable para Uruguay, es el gran legado. El otro tema es la concordia nacional, que fue el discurso de la explanada de la intendencia. Ojalá eso se vaya consolidando.

Pero en el Partido Nacional como que se entreveró el mazo. Está Todos, está el grupo de Javier García, está el otro y el otro; han surgido otras agrupaciones que mezclan todo y eso es bueno. Es bueno que haya gente en Por la Patria que se sienta partícipe de ideas de Herrera y nosotros de las de Wilson, es una herencia común, no hay que poner antinomias.

  • Recuadros de la entrevista

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2021-06-23T22:07:00