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    El Mundial empieza… y nadie sabe qué va a pasar en Brasil

    Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). José tiene 28 años, dos hijos y trabaja desde hace seis meses en las obras de acceso al estadio de Maracaná, a contrarreloj para acabarlas a tiempo antes del inicio del Mundial este jueves. Pero cuando le preguntan qué opina de la fiesta del fútbol a punto de comenzar, este carioca menudo con uniforme y casco de obrero comienza a hablar de asuntos de gobierno. “Invirtieron mucho dinero en estadios y policía, pero los hospitales y las escuelas están mal”, comentó el jueves 5, mientras decenas de turistas con camisetas y banderas de sus países pasaban entusiasmados a su lado para visitar el templo del balompié de Río de Janeiro.

    En realidad, José es un nombre ficticio, porque ese obrero evitó decir cómo se llama por temor a quedarse sin empleo por su opinión. Después de todo, la empresa que lo contrató temporalmente y él mismo trabajan en una de esas tan criticadas obras multimillonarias en los estadios mundialistas. Pero lo que importa, más allá de nombres, es que como José piensan buena parte de los brasileños en estos días.

    En el país que ha ganado más copas del mundo y ahora va en busca de la sexta, la clásica pasión por el fútbol parece estar siendo revisada. Tres de cada cinco brasileños creen que la organización del Mundial le quita dinero a servicios públicos cruciales como la salud o educación, según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew. Apenas uno de cada tres cree que el gran evento deportivo será beneficioso para la economía del país.

    La apatía y el descontento de una parte de la sociedad brasileña con el Mundial se percibe en las calles. Recién en los últimos días algunas cuadras de Río empezaron a ser decoradas tímidamente con los colores verde y amarillo de la Seleção. Se trata de una tradición semanas antes de cada Mundial, pero la fiebre copera está lejos de sentirse en los barrios. Tampoco han vuelto las manifestaciones masivas de hace un año contra los gastos del torneo, pero sí hay huelgas y protestas menores en las 12 ciudades sede. En São Paulo, la semana previa al partido inaugural de este jueves 12 entre Brasil y Croacia estuvo marcada por un paro de metro que causó caos en el tránsito y choques entre policías y huelguistas, 42 de los cuales fueron despedidos por el gobierno estatal.

    Que todo esto ocurra en “el país del fútbol” era algo inesperado hasta poco tiempo atrás. “Ningún observador en 2007, cuando Brasil fue escogido (para organizar este Mundial), podría imaginar que llegaríamos al punto que estamos llegando”, señaló Marcos Guterman, historiador y autor del libro “El fútbol explica a Brasil”.

    El gobierno brasileño, comenzando por la presidenta Dilma Rousseff, que el martes defendió el Mundial por cadena de TV y radio y criticó a los “pesimistas”, apuesta a que el entusiasmo popular crezca a medida que la pelota ruede y Neymar y compañía avancen en el torneo. Pero otros advierten que quizá ocurra todo lo contrario.

    “Cabeza del 50”

    El clima social de Brasil en estos días contrasta con la alegría que vivía cuando el país organizó su primer Mundial, aunque en aquel momento también hubo cuestionamientos a las inversiones realizadas en el Maracaná. Se trata de otra nación en varios aspectos. Hace 64 años, el gigante sudamericano tenía apenas un cuarto de los 201 millones de habitantes que tiene ahora, sólo la mitad de la población era alfabetizada contra 91% actualmente, y poco más de un tercio vivía en las ciudades, contra 85% ahora.

    Todo esto y los 42 millones de brasileños que se integraron a la clase media la década pasada, ha hecho que las prioridades de la población también cambien. De acuerdo a la encuesta de Pew, el aumento de los precios, la criminalidad, los servicios de salud y la corrupción figuran hoy entre las principales inquietudes de los brasileños. El estudio encontró que el descontento actual supera al de años recientes: 72% se declaran insatisfechos, un salto respecto al 55% de 2013.

    Así las cosas, los U$S 11.000 millones invertidos para organizar el Mundial se han vuelto un blanco predilecto de las críticas en un país con crecimiento económico débil y deficiencias graves en transporte, aulas y hospitales. La utilidad de estadios como los de Manaos o Brasilia después de la Copa está en duda, por la baja cantidad de asistentes al fútbol en esas ciudades y la falta de un equipo local en la capital.

    “El político actuó con cabeza del 50, creyendo que si entregaban los estadios la gente iba a estar contenta. Y no es lo que está ocurriendo, porque las demandas son otras”, explicó Guterman. “La insatisfacción es grande y encima de todo hay una entidad totalmente corrupta como la FIFA presidiendo el modo en que los brasileños se deben comportar durante la competencia”, agregó.

    Esto último aludía a las exigencias que el ente rector del fútbol global hizo a Brasil para construir los estadios o crear excepciones a la ley, por ejemplo admitiendo que se venda cerveza en las tribunas del Mundial para atender los intereses de uno de sus patrocinadores sobre las normas locales contra la violencia en las canchas. También se refería al escándalo que ha estallado con las denuncias de coimas y corrupción para la elección de Qatar como sede del Mundial 2022, que llevaron a algunos patrocinadores a pedir explicaciones y a dirigentes europeos a solicitar la renuncia del presidente de la FIFA, Sepp Blatter, en 2015.

    Muchos brasileños también creen que la corrupción ha sido la principal causa del aumento de los costos en la construcción de estadios en su país, cuyos precios a veces superaron hasta tres veces las previsiones iniciales. Brasil ha otorgado deducciones de impuestos a la FIFA por al menos U$S 250 millones según estimaciones oficiales, aunque la propia FIFA calcula que al final del Mundial habrá generado ingresos cercanos a los U$S 4.000 millones.

    Ganar o perder

    Pese a todas las críticas que recibe, el Mundial es un evento planetario que desata pasiones y puede cambiar el humor de todo un país en una simple jugada. Rousseff apeló precisamente al apoyo de los brasileños por su selección en la cadena televisiva que realizó el martes 10, que en cierto modo sustituyó el discurso que declinó pronunciar en el partido de apertura del jueves, después de haber sido abucheada en la inauguración de la Copa de Confederaciones hace un año.

    “Brasil venció los principales obstáculos y está preparado para la Copa, dentro y fuera de la cancha”, dijo la presidenta, que buscará su reelección en octubre. “En el partido, que empieza ahora, los pesimistas entran perdiendo”, sostuvo. Y dijo que quienes argumentan que las inversiones en el Mundial deberían haber ido a salud y educación plantean un “falso dilema”, ya que entre 2010 y 2013 Brasil destinó a esas áreas 212 veces más recursos que a la construcción de los estadios.

    Rousseff argumentó que las inversiones hechas en aeropuertos, transporte urbano y estadios quedarán en el país después de la Copa y advirtió contra los “radicalismos de cualquier especie” en las manifestaciones. También destacó el operativo de seguridad montado para el Mundial, que incluye 157.000 militares y policías movilizados —a un costo de U$S 860 millones.

    Muchos brasileños confían en que su país ganará la Copa, pero su selección tampoco ha logrado hasta ahora despertar la pasión de otros mundiales. Los dirigidos por Luiz Felipe Scolari se ganaron un crédito al vencer en la Copa de Confederaciones, pero en los últimos amistosos parecieron jugar a media máquina y dejaron varias dudas pese a haber ganado.

    Los analistas creen que el desempeño de la Canarinha durante el Mundial será clave para determinar lo que suceda fuera de la cancha. “Si Brasil gana la Copa, tal vez de cierta forma los cuestionamientos puedan ser minimizados e inclusive las protestas refrenadas”, comentó Marco Antonio Teixeira, experto en política brasileña de la Fundación Getúlio Vargas. Pero añadió que también “puede ser que una eliminación precoz intensifique las protestas, inclusive durante la Copa”.

    Claro que hay otros parámetros para definir si esta será “la mayor Copa de la historia”, como dijo Rousseff. Cualquier incidente con alguna de las 32 selecciones en disputa o cualquier episodio de violencia contra alguno de los 600.000 extranjeros que están llegando a Brasil tendría una repercusión negativa para la imagen del país y el torneo.

    Pero con todas las críticas que ha recibido la organización del Mundial por los atrasos en las obras y problemas de infraestructura, las expectativas son bajas. Si todo transcurre sin mayores inconvenientes, quizá Rousseff pueda decir que la misión fue cumplida. A partir de este jueves habrá unos 1.000 millones de personas mirando y sacando conclusiones, dentro de Brasil y alrededor del planeta.

    Fuera de Fronteras
    2014-06-12T00:00:00