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Sobre fines de julio, a pocos días de que se sellara la fórmula frenteamplista, buena parte de Montevideo amaneció con sus paredes y veredas tapizadas con un stencil, un dibujo minimalista y sutil con apenas algunos rasgos característicos y reconocibles de los candidatos: la calva de Daniel Martínez, el pelo y los lentes de Graciela Villar. Las calles mostraban con orgullo a la pareja de aspirantes a presidente y vicepresidenta para un cuarto gobierno del Frente Amplio. Hoy, a menos de una semana para el balotaje de noviembre, esas imágenes lucen tan borroneadas en los muros como en la realidad.
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La dupla oficialista inició la campaña con resbalones. Martínez sorprendió con la designación de Villar, una mujer con trayectoria a nivel sindical y con experiencia en la política local de Montevideo desde su trabajo como edila en la Junta Departamental. Villar tuvo que hacerse conocer. Y ahí empezaron los problemas. Primero hubo una cierta aunque fugaz polémica sobre una supuesta usurpación de título en Psicología Social en su currículum. Luego, unas declaraciones algo incendiarias en una de sus primeras apariciones públicas durante un Plenario del Frente Amplio. “Dejen una semana o un mes hablar a Graciela y no va a haber un solo frenteamplista que no confíe en ella”, pidió Martínez en ese evento a mediados de julio en la Huella de Seregni. Villar habló. “Otra vez vuelve a ponerse sobre la mesa una opción entre oligarquía y pueblo. Nosotros defendemos y representamos al pueblo”, dijo. “Si volvemos al proyecto neoliberal de la década de los 90, va a ser terrible: un millón de pobres en un país de tres millones”, agregó en un discurso muy enfático y cercano al de comité de base. Era acaso lo que Martínez había ido a buscar. Pero el tono de Villar no solo crispó a la oposición; también puso en alerta al entorno del candidato, temerosos de alejarse demasiado del votante de centro.
La candidata a vicepresidenta del Frente Amplio ni siquiera había empezado a mostrarse ante la opinión pública y rápidamente tuvo que bajar su perfil. Pareció un viraje apurado y a destiempo. Villar hizo entonces una campaña en silencio. No tuvo demasiada exposición en los medios y cargó con una mochila de estereotipos creados en torno a su figura. Salió a trillar el interior del Uruguay.
El jueves 26 de setiembre, en plena recorrida por la ciudad de Minas iba saludando a militantes de otros partidos, pero un dirigente de Cabildo Abierto le negó el saludo: “Usted es una terrorista”, le dijo, según comentaron a Búsqueda fuentes del Frente Amplio. La candidata hizo un recorrido con menos luces encendidas a su alrededor. Pero distintos dirigentes frentistas consultados por Búsqueda evaluaron que así se fue consolidando como una mujer de diálogo y, sobre todo, con una gran capacidad de generar empatía con el frenteamplista promedio. Hubo una conexión con ese votante que no encontraba esa vibra militante en el discurso de Martínez, agregaron. También señalaron que en esa campaña en soledad logró finalmente estructurar el relato sobre su trayectoria personal.
Ese relato incluía a su abuela Manuela, peona rural y mujer sindicalista en la industria textil —que fue quien la vinculó a la política—, pero también a su papel negociador en la Junta Departamental de Montevideo. Estas cuestiones emergían en los pocos reportajes que daba, porque los focos no estaban sobre ella. Tampoco lo estuvieron la noche de las elecciones de octubre, cuando en la carpa montada para los invitados y la prensa el único que habló fue Martínez.
El tramo hacia el balotaje no la tuvo siquiera en la cartelería, en la que apareció un Martinez en primer plano, solitario y sonriente. Después del último domingo de octubre, en una entrevista en el programa Séptimo día, el flamante jefe de campaña del oficialismo, Yamandú Orsi, relativizó la figura de las candidatas a vicepresidenta en la segunda vuelta electoral. “Es una estrategia de campaña”, justificó. “En un balotaje la cuestión es muy simple: un presidente, otro presidente. Chau”. Nuevamente Villar en un segundo plano.
Y en la otra vereda, la candidata blanca a la vicepresidencia, Beatriz Argimón, se encargaba de articular con los dirigentes de la coalición opositora y recorría el país junto al candidato Luis Lacalle Pou. La fórmula del Frente Amplio trilló el interior por separado. Según pudo saber Búsqueda, fue una decisión del entorno de Martínez, contra la opinión mayoritaria en el oficialismo de que hicieran campaña juntos. Otras fuentes del comando de Martínez alejaron suspicacias y señalaron que con esto se trató simplemente de cubrir el terreno de forma más eficiente.
Lo cierto es que Villar pareció aprovechar el filón de esta campaña solitaria para posicionar su discurso de épica frenteamplista en horas bajas. El martes 12, en una reunión con el Conversatorio Sur que nuclea a jóvenes de izquierda que realizan encuentros itinerantes en boliches de Montevideo, esto quedó de manifiesto. Durante ese encuentro, al que asistieron unas 50 personas, se conocieron los resultados de las últimas encuestas, que posicionaban a Lacalle Pou en el entorno del 49%. Había una sensación de velorio instalada. Y Villar arremetió con su impronta de comité enumerando logros del Frente personalizados en gente común y con un toque emotivo. Al borde de las lágrimas, lanzó al final: “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.