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    El álbum de una rara

    Marosa, de Ana Inés Larre Borges y Alicia Torres

    Está sentada a una mesa del Sorocabana de la plaza Cagancha con su figura enigmática de cabellera rojo-fuego y lentes de gato. O está leyendo sus versos con voz grave, vestida con túnica larga, descalza y con flores en la mano, mientras el auditorio la escucha hechizado. Está la Marosa sensual y erótica. O la niña mimada. O la mujer solitaria y excéntrica. Todas ellas se reúnen en el libro Marosa (Cal y Canto, 2019), de las investigadoras Ana Inés Larre Borges y Alicia Torres, que reúne a través de poemas, fotografías, entrevistas, correspondencia, recorte de diarios y semblanzas la vida y obra de Marosa di Giorgio (Salto, 1932-Montevideo, 2004), la poeta de los jardines, de las flores y los pájaros o de las vírgenes que copulan con animales y plantas.

    Para acercarse a la riqueza de esta mujer que observaba con un asombro ingenuo el devenir de la vida, del sexo y de la muerte, las autoras recurrieron al formato álbum: “Un lugar que no solo combina registros —imágenes y palabras— sino que puede albergar textos de distinto origen y formas de lo inacabado, fragmentos y piezas nimias o díscolas. Se trata de un discurso coral bastante democrático que yuxtapone perspectivas y géneros”, explica Larre Borges en el prólogo.

    El delicado diseño de Pablo Uribe ayuda a componer este álbum en el que se intercalan voces y colores. En letras magenta sobre fondo rosa aparece la voz de la propia Marosa. “El día de mi nacimiento estaban todos los frutos. Las manzanas, rojas y picudas como estrellas, peras de alabastro, cruzadas por jazmines, nísperos en forma de joyas, anillos o pendientes (pero se les reconocía por el aroma), tandas de lirios y claveles, uvas y rosas en todos los colores”, escribió en Los papeles salvajes, que reúne su obra poética. Otros aspectos de su vida aparecen a través de las entrevistas recopiladas en No develarás el misterio.

    En negro sobre blanco están las “otras voces”: la de su hermana Nidia, quien brindó material del archivo de Marosa para este libro y fue entrevistada por sus autoras en 2018, o la del periodista Ramón Mérica, a través de la entrevista que le hizo a la poeta en 1981, y que ahora se rescata. También están los comentarios o recuerdos de otros escritores, entre ellos, Alicia Migdal, Hugo Achugar, Milton Fornaro, Alfredo Fressia, Teresa Porzecanski, Luis Bravo, Roberto Echavarren o Inés Bortagaray.

    Marosa nació en una zona rural de Salto con el nombre María Rosario. Fue la hija mayor de Pedro di Giorgio y Clementina Médici, inmigrantes italianos. Su padre y abuelo materno administraban una quinta de árboles frutales, y allí transcurrió la infancia de Marosa, de su hermana y de sus primas, bajo la mirada atenta y sobreprotectora de sus padres. “La infancia es todo. El valle de la gracia y las cumbres borrascosas”, escribió la poeta.

    En la extensa entrevista que le hizo Mérica, que con ingenio tituló Las alas de los zapallos, Marosa habló de sus miedos, de su soledad, de su creencia en Dios y en los ángeles, de sus inicios como actriz de teatro (su primera vocación) y de su amor por el cine registrado en postales y recortes con fotos de sus actores admirados. También habló de su relación con la sociedad salteña: “Me llamaban ‘la rara’ (…) Y yo entonces decía: ¿por qué? ¿Será por el pelo muy largo, por los collares muy largos, porque me ponía caravanas muy largas? No sé… Pienso que es algo de mí, no tanto de la gente”.

    Marosa escribió sociales para La Tribuna Salteña, y le encantaban las bodas, los vestidos de novia, los gladiolos que adornaban el altar. Pero mucho antes de esas crónicas ya escribía poesía. “A los nueve años escribí un poema a la Virgen María: me fascinaba esa silueta blanca y azul, que parecía salirse de las estampas y volar y volar, por la noche, como un paloma en torno a la casa. A los quince empecé a publicar y ya era Los papeles salvajes”, dijo para una entrevista recogida en No develarás el misterio.

    En un arranque de pudor o de rabia, quemó sus primeros poemas. Solo se conservan algunos que escribió a los 14 años, y tres de ellos se publican por primera vez, gracias al archivo de Nidia. Su primer libro apareció en 1953, cuando tenía 17 años. Se llamó Poemas y tuvo una edición sin tapas, de 16 páginas unidas por una grampa. Esta austera publicación llamó la atención de un crítico anónimo que publicó una buena reseña en la Revista Nacional. Así comenzó la carrera literaria de Marosa, que se extendió hacia el exterior. Como señala Larre Borges, sus siguientes libros, Visiones y poemas, Druida y Magnolia, fueron publicados en la revista Lírica Hispana de Caracas. Luego vinieron Humo, Historial de las violetas y cerca de 20 títulos que se compilaron en la versión definitiva de Los papeles salvajes (2008).

    Marosa nunca se casó ni tuvo hijos ni pareja conocida, pero hubo un “Mario” en su vida, un amor misterioso a quien le dedicó su libro La flor de Lis. En el artículo que Luis Bravo le dedica a este poemario, relata que Mario fue un hombre real, pero del que Marosa nunca quiso hablar.

    Al contrario de su vida amorosa discreta, hizo explotar su erotismo con los relatos poéticos de Misales (1993). “Mi temperamento es el de una persona erotizada, y eso aparece en la escritura. Escribirlo es para mí un placer inmenso, mucho más que tener una sucesión de hombres. Hago lo que quiero, alivio lo que quiero y como quiero. En la vida las cosas son diversas y muchas veces frustrantes, tristes, pero escribir es la felicidad”, respondió en una entrevista a propósito de Misales y de Camino de las pedrerías (1997).

    A Montevideo se mudó en 1978, donde vivió con su madre. Con ella mantuvo una relación estrecha y cómplice, aunque en algunos de sus escritos deslizó una visión ambigua: “Mi madre era una sensitiva: una extraña poeta que no intentó escribir, una bailarina inmóvil que dibujó una finísima, extraña, perturbada danza”.

    En este libro-álbum hay un relato que es tan atractivo como el de las palabras: el que narran las fotografías. Allí está la abuela de riguroso negro y el abuelo de grandes mostachos; sus padres en los años 30; la tía Ida, primera mujer que manejó en Salto, o la tía Josefa, gemela de su madre. Y está Marosa joven, siempre seria y con su larga cabellera negra, y la Marosa sensual, posando como una miss en ropa interior, y la Marosa-druida y admirada.

    Lejos de la biografía tradicional, Marosa se acerca a algo inasible y misterioso que, con la suavidad del rosa sobre magenta, es tan salvaje como angelical.