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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHace ya buen tiempo que los altos jerarcas de la Dirección Forestal se complacen en exponernos los estupendos alcances de su gestión en cuanto a la conservación del bosque nativo. Uno de los elementos esenciales en el estado saludable y el equilibrio del medioambiente. Y uno de los principales proveedores de limpieza de las aguas de nuestros ríos, arroyos y cañadas.
Cada vez que tienen oportunidad, nos anuncian que son unos fenómenos porque, gracias a su gestión incomparable, el monte nativo ha aumentado sensiblemente la superficie que ocupa. Lo que, evidentemente (según ellos), acredita lo extraordinario de sus actuaciones.
Para causar la admiración de quienes conocen poco del tema, elaboraron el documento pomposamente denominado Estrategia nacional de monte nativo. En el cual anuncian que durante su gestión el monte nativo ha avanzado sustancialmente, llegando ya a unas ochocientas cincuenta mil hectáreas.
Si no se conoce la verdad (como, estoy seguro, debe ser el caso de la mayor parte de la población), esa afirmación es un error. Si se conoce la verdad, como sucede con varios de aquellos que han estado al frente de la Dirección Forestal, esa es una mentira. Lisa y llanamente, una mentira. No tengo inconveniente alguno en así decirlo y en hacerme responsable de mis declaraciones.
Pues se repite, como un mantra, la afirmación de que el monte nativo está en expansión. Con la clara intención de arrogarse méritos inexistentes.
Eso se evidencia en una afirmación parcialmente errada que se funda en un clarísimo sofisma de non sequitur (provocado, como suele suceder, por algún vocablo polisémico).
Se parte de un hecho cierto e innegable: el bosque silvestre (o sea, el que no ha sido implantado en forma deliberada por el ser humano) está en expansión. Aunque no en todas sus variedades ni en todos los lugares.
Hecho que obedece, sin duda, a que hay más calor, más agua y menos ovejas. Y que está confirmado por las fotos aéreas, y, por la experiencia personal de quienes llevamos más de cincuenta años recorriendo nuestros campos a pie, a caballo y en jeep.
Esa es la premisa inicial de ese razonamiento viciado: el monte silvestre aumenta la superficie ocupada.
La segunda premisa es: monte silvestre es igual a monte nativo.
Y la conclusión surge muy clara: la continuada afirmación de que el bosque nativo está en expansión.
Pero la segunda premisa está viciada, porque el monte silvestre (ese cuya superficie está en aumento) comprende dos categorías que conviven en un mismo espacio: el bosque autóctono (nativo) y el bosque exótico invasor. Aunque usualmente se utilice el mismo vocablo (bosque silvestre) para designar dos objetos diferentes.
Y el que está avanzando fuertemente en superficie, y fagocitándose a la otra formación de bosque silvestre (el autóctono), es el bosque exótico invasor.
Es cierto que, en algunas categorías y en ciertos lugares, también el monte autóctono está aumentando su superficie (primordialmente, el bosque serrano).
Pero como, en forma simultánea, el bosque exótico invasor avanza en superficie con mucho mayor empuje y velocidad, y, además, va eliminando el monte nativo (autóctono), el resultado de ambos procesos es que el monte nativo está perdiendo superficie en forma veloz. Ya que lo poco que va ganando por un lado, lo pierde rápidamente por el otro. Y con creces.
Y eso solamente no lo percibe quien no quiere hacerlo.
Se nos dice que el bosque nativo ocupa hoy ochocientas cincuenta mil hectáreas.
Pero lo cierto es que, en esas 850.000 nos incluyen:
El bosque ribereño del arroyo Aiguá a la altura del puente (Ruta 13) a poca distancia de la calle de ingreso a Aiguá.
El bosque sobre el arroyo Solís enseguida de pasar el peaje de Ruta 8.
La picada Varela a la salida de San José.
Y cientos de otros ejemplos que todos conocemos. Muchos cientos. Demasiados.
Y en esos bosques (en los puntos indicados) no queda ya demasiado monte nativo autóctono. Quien no lo crea, que detenga su camino un par de minutos sobre estos tres puentes y venga luego a contar lo que vio. Sin embargo, los incluyen en el verso de las ochocientas cincuenta mil hectáreas. Lo mismo hacen con tantos otros lugares.
La afirmación criticada está lógicamente viciada y los hechos confirman la falacia
Y no creo ser pesimista en exceso si digo que tal vez no nos queden sino quince o veinte años.
Si en ese plazo no neutralizamos el hoy feroz avance del bosque exótico invasor, del monte nativo no nos quedarán más que relictos.
Sé bien que las invasiones biológicas vienen para quedarse: es imposible (más bien impracticable por su costo, ya que el hombre fue a la Luna que era más difícil que eso, pero costó lo que costó y nosotros no podemos pagar esas sumas astronómicas para salvar el bosque nativo).
Sin embargo, mucho se puede hacer todavía. Pero no estamos haciendo casi nada. Salvo hablar mucho de eso, hacer muchos planes, hacer muchos estudios, pagar muchos honorarios y viáticos a los “técnicos” y cosas similares. Pero de casi todas ellas (hay pequeñas excepciones), el bosque nativo no se entera. Porque no sabe leer ni español ni inglés.
La tarea es en el monte con las herramientas adecuadas. Y no frente a una computadora, dándole duro al “corte y pegue”.
Y ese vicio se percibe muy nítidamente en el apartado séptimo del plan denominado Estrategia Nacional de Bosque Nativo. Plan en el que tuve el disgusto de tener que participar mínimamente, por mi condición de integrante de la Comisión Directiva de la Red de ONG Ambientalistas.
Y digo disgusto porque la participación (algún nombre hay que ponerle a eso que llaman “participación”) se limitó, como siempre, a escuchar durante varias jornadas – tan tediosas como agobiantes– las lustrosas e inanes exposiciones de los “técnicos” universitarios, y luego a exponer nuestros puntos de vista (los de la “sociedad civil”) durante un extensísimo lapso de dos horas (sí, dos horas) ante un conjunto de técnicos que suelen dormir la siesta mientras nosotros perdemos el tiempo hablando sin que nadie nos escuche (es decir, mis compañeros desperdician sus esfuerzos, porque hace ya buen tiempo que yo, constatando la inutilidad de ese intento, me dedico también a dormir una siestita con el debido cuidado de aparentar que estoy despierto y muy atento. Al fin de cuentas, en esos casos siempre tengo al frente buenos maestros en esa técnica).
Ese capítulo séptimo (Anexo plan operativo para la Estrategia Nacional de Bosque Nativo. Año 2018-2020) es delicioso. Incluye un frondoso listado de “actividades” a realizar durante dos años. Incluye nuevos estudios, más planes (como si ya no tuviéramos planes y estudios para llenar un barco de cincuenta mil toneladas), talleres, monitoreos, trámites administrativos, reformas de normas jurídicas, digitalizaciones de cuanto tema se les pueda imaginar, reuniones con organizaciones, asociaciones, personas, etc., de todo el país, y cantidad de actividades similares. Todas con un mismo resultado final: muchos honorarios, viáticos y reintegro de gastos para los “técnicos”.
Y mientras ellos cobran buen dinero por todos esos rubros, la flora exótica invasora –que no sabe leer ni en español ni en inglés– continúa, impertérrita, fagocitándose el monte nativo.
Si alguno desea acompañarme hasta el monte nativo que está frente a la Fortaleza de Santa Teresa (entre el fuerte y la ruta nueve), podrá apreciar la verdad de lo que estoy manifestando.
Verá cómo ese otrora espléndido bosque nativo (que fue talado durante la segunda guerra mundial, pero que ya llevaba más de setenta años de excelente recuperación) ha sido fagocitado en más del cincuenta por ciento por el ligustro y el azarero. Sin que la Dirección Forestal haga nada más que planes y estudios para evitarlo (con lo que, por supuesto, no evita nada). Y también verá cómo esas dos especies están invadiendo –desde hace ya más de diez años– la actual Área Protegida del Cerro Verde, sin que el SNAP haga nada por evitarlo.
Y todavía, cuando los vecinos –en estricta ejecución del acuerdo de participación que habíamos pactado con la dirección de Dinama– intentamos poner coto a esa invasión, con nuestro trabajo personal y a nuestro exclusivo costo… nos echaron. Seguramente para que el azarero y el ligustro pudieran continuar con su depredadora expansión sin que nadie los moleste.
Es que la tarea es en el monte con las herramientas adecuadas. Y no frente a una computadora, dándole duro al “corte y pegue”. Pero si se trabaja en el bosque y con las manos, los “técnicos” universitarios pierden su protección financiera (porque esa tarea la realizan otras personas). Y, desgraciadamente, esa protección financiera es la verdadera función de “conservación” de tantos planes, estudios, monitoreos, talleres, reuniones, etc.
Sin dejar de reconocer que hay algunas honestas, pero escasas, excepciones.
Enrique Sayagués Areco