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Desde hace más de diez años, la literatura nórdica exhibe un progresivo éxito de la mano de la novela negra, y hoy son varios los autores del género que publican obras con diferente grado de originalidad. Pero hay un nombre que impulsó el policial con calidad literaria y posiblemente quien logró su explosión editorial: Henning Mankell.
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Creador del inspector Kurt Wallander, uno de los personajes más recordados de la literatura, Mankell murió el lunes 5 a los 67 años en Copenhague. En 2013 le habían diagnosticado cáncer, y sus seguidores recibieron con pesar la noticia, pero también con la esperanza de que se pudiera recuperar. Por eso su muerte se sintió como un golpe demasiado precipitado.
Había nacido en Estocolmo en 1948. Abandonó los estudios siendo muy joven, vivió en París, trabajó en un taller de instrumentos musicales y de nuevo en Suecia empezó a colaborar con el Teatro Nacional Sueco. Desde entonces, la narrativa y el teatro serían una constante en su producción literaria, así como lo fueron los escenarios de su país y de África.
En 1972 viajó por primera vez a Mozambique, y fue entonces cuando su vida y su literatura adoptaron una doble vertiente. Años después, Mankell diría que aquella primera visita a África lo convirtió en un “europeo mejor”.
A partir de 1985 dividió su vida entre Suecia y Maputo, en Mozambique, donde dirigió el teatro nacional, además de escribir y denunciar la situación que vivían las víctimas de la guerra y del sida. “Si oímos a alguien gritar en las escaleras pidiendo ayuda, podemos hacer dos cosas: subir el volumen del televisor o prestar auxilio. Henning Mankell prefiere morir antes que subir el volumen del televisor, y nos enseña que esa elección depende exclusivamente de nosotros”, escribió Desmond Tutu, arzobispo africano y premio Nobel de la Paz en 1984, en el prólogo de Moriré, pero mi memoria sobrevivirá, un libro de Mankell con sus reflexiones sobre el sida.
África también es el escenario de su trilogía protagonizada por Sofía, una niña que Mankell conoció personalmente en aquellas tierras. A los 12 años, Sofía perdió sus piernas al pisar una mina. En la misma explosión murió su hermana María. “Sabe que hay algo peligroso en la tierra. Soldados armados que nadie puede ver. Enterrados, invisibles. Que esperan y esperan a que un pie los pise”, dice el narrador en las primeras páginas, para describir los sueños que atormentaban a la protagonista. La trilogía se editó en español en un solo volumen con el título La ira del fuego (2009).
La obra de Mankell sobre el sufrimiento en África tiene sus momentos poéticos y de hermosas descripciones a pesar del horror, pero no es allí donde está su mejor literatura. Hay que detenerse en Asesinos sin rostro (1991), la novela que inicia la serie protagonizada por Wallander, para encontrar su genio literario y entender su éxito. Allí el inspector de Ystad, pequeña localidad al sur de Suecia, investigará el brutal asesinato de una pareja de ancianos: “La habitación del viejo matrimonio estaba llena de sangre. Hasta la lámpara de porcelana que colgaba del techo estaba salpicada. Encima de la cama yacía bocabajo un hombre mayor con la parte superior del cuerpo al descubierto y los calzoncillos largos bajados. Tenía la cara destrozada, irreconocible. Parecía que alguien había intentado cortarle la nariz. Le habían atado las manos detrás de la espalda y destrozado el fémur izquierdo. El hueso blanco relucía entre todo aquel rojo”. Después de esta escena ya se sabe: Wallander se enfrentará con una realidad que dista mucho del idílico bienestar de la sociedad nórdica.
La evolución vital y profesional de Wallander puede seguirse a través de cada título que protagoniza. Este inspector un poco malhumorado y melancólico, con tendencia a la obesidad y diabético, va creciendo en angustia vital, por eso es tan humano y tan querible. Amante de la ópera y el jazz, se lleva mal con su padre y progresivamente con su esposa Mona, de quien se termina separando. Al mismo tiempo, se va acercando cada vez más a su hija Lisa, también policía.
Es un inspector de la vieja escuela, de esos que manejan con dificultad la computadora, pero que son capaces de interpretar con precisión los rostros de los sospechosos o los detalles en la escena del crimen. Wallander se parece bastante a su creador, por su visión del mundo y su solidaridad con los que sufren, aunque Mankell en algunas entrevistas dijo que si lo hubiera tenido enfrente se hubieran peleado.
Con los años y con cada uno de los 12 títulos, en Wallander fue creciendo una angustia vital que el personaje apenas puede controlar y que se fue desgranando en las historias de Los perros de Riga, La leona blanca, La quinta mujer, entre otras, hasta llegar a la última, El hombre inquieto (2009), con el que Mankell decidió ponerle fin a su personaje y terminar la saga.
En ese momento, los millones de lectores que conocían al inspector como un viejo amigo que cada tanto reaparece, y que ya tenía 60 años, hicieron su primer duelo literario. Mankell no mató a Wallander, pero pensó un destino más cruel para su personaje: el deterioro mental. “A veces se me van de la memoria períodos de tiempo enteros, como si fueran bloques de hielo derretidos”, le confiesa el policía a su hija.
El personaje y sus historias tenían todo el condimento para una serie televisiva, y así surgieron dos con el nombre del inspector: una sueca protagonizada por Krister Henriksson, y otra de la BBC en la que Kenneth Branagh le pone rostro a Wallander. Las historias del famoso inspector también se llevaron al cine, y su papel lo interpretó en 2011 el actor sueco Rolf Lassgård.
El último libro de Mankell se llama Arenas movedizas. El propio escritor explicó su título en una reciente entrevista que mantuvo con el diario español ABC: “El título me pareció la imagen perfecta. (…) Ese sentirse arrastrado hacia el abismo, el agitarse inútilmente. La impotencia”. En el libro habla de su enfermedad y de su vida, pero curiosamente muy poco de Wallander, el personaje que lo hizo conocido en el mundo.
Mankell estaba casado con Eva Bergman, hija del cineasta Ingmar Bergman. “En una pareja, si uno tiene cáncer, lo tienen los dos”, respondió el escritor en la misma entrevista sobre la actitud de su esposa, con quien aprendió a “hablar del tema”.
Al final de El hombre inquieto, Mankell dejó anotaciones y agradecimientos, y en un fragmento dice: “Como la mayoría de los escritores, escribo para que el mundo resulte más comprensible”. Es discutible si con sus novelas se puede entender mejor la realidad, pero lo cierto es que con su muerte el mundo perdió un poco más de felicidad.