Nº 2212 - 9 al 15 de Febrero de 2023
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCreo que a un artista se lo juzga por su obra y es ella —en la respuesta popular a través del tiempo— la que lo instala en la historia y evita que su nombre escape de la memoria de las gentes.
Si hablamos de tango, y sobre todo a partir de la Guardia Vieja, cuando a inicios del siglo XX se llenó de músicos y poetas en una etapa de evolución, se pronuncian nombres y todos saben de quienes se trata y hasta tienen una imagen bastante fiel de su trayectoria. Empero, dejando fuera de esta afirmación a historiadores y entendidos rigurosos, hay excepciones. Personajes esenciales, de extendida y valiosa obra, de los que se duda:
—¿Quién? Ah, sí… ¿Qué fue lo que hizo? No recuerdo bien sus temas… Contemporáneo de Gardel, ¿no?
Francisco García Giménez, poeta que influyó grandemente entre las décadas de 1910 y 1950, es, quizás, el ejemplo paradigmático. La reacción de cualquier tanguero al mencionarlo no es la misma —y estos nombres van como ejemplos aislados— que si se menciona a Celedonio Flores, Manzi, Discépolo, los Contursi, Expósito, Cátulo Castillo y tantos más.
Mi teoría es tal vez audaz, pero creo en ella. Tras décadas transcurridas, perduran en la memoria social aquellos autores que, además de sus creaciones, fueron, voluntariamente o no, personajes de cientos de anécdotas de noches de bohemia, alcohol, amores prohibidos o frustrados, situaciones graciosas o dramáticas, vidas poco comunes que alientan la permanencia de su recuerdo.
García Giménez fue —y tenía la pinta justa— un académico volcado a lo popular: ensayista, poeta, historiador, periodista, comediógrafo, guionista de cine y letrista de tango. Siempre vestía de traje, con moño de época o corbata, prolijo, bien hablado, con gruesos lentes que adornaban ese porte. Ciertamente, transitó boliches, compartió grupos con amigos bohemios y trabajó con ellos, tenía sentido del humor, pero nadie, hasta hoy, recuerda algo relacionado a su vida fuera del camino de la corrección.
En 1920, cuando todavía se discutía si Mi noche triste representaba la fundación del tango canción, compuso con música de Rafael Tuegols Zorro gris, según Julio Nudler: “Ambicionada prenda con que las muchachas del cabaré abrigaban el frío de su alma”. ¡Y se lo grabó Gardel!
“Fue un tango polémico. Tuegols había escrito la música y quería de apuro una letra para ganarle de mano a la Casa Brayer, discográfica que también tuvo problemas con Mattos Rodríguez. En épocas sin normas precisas, cualquiera conseguía una partitura y la registraba a su nombre. Yo hice los versos y supimos que ya habían presentado el tema instrumental. Nos salvó Gardel. Le llevé el tango de apuro. Ahí nomás, en mangas de camisa, tomó la guitarra y lo cantó. Como no conocía bien la letra, la rellenó con palabras de su cosecha. Pero le gustó y, aunque consideraba la poesía ‘un poco adelantada para la época’, la grabó e hizo destacar a los verdaderos autores”.
García Jiménez escribió decenas de tangos. Por lo que se sabe, solo Cadícamo fue más prolífico. Una recorrida por algunas de sus creaciones será, en la cabeza de muchos seguidores del tango, como la explosión de un redescubrimiento: Suerte loca, El huérfano, Príncipe, Mentirosa, Siga el corso, Carnaval, Bajo Belgrano, Alma en pena, Palomita blanca, Barrio pobre, Tus besos fueron míos, Ya estamos iguales, Lunes, La última cita, Malvón, Rosicler, Bailongo de los domingos, Fraternal, La misma calle y Mamboretá.
Además, escribió una treintena de obras teatrales, con Razzano hizo el libro Vida de Carlos Gardel y también publicó El tango, historia de medio siglo y Así nacieron los tangos, fue autor del guión del filme Se llamaba Carlos Gardel y colaboró con Lucas Demare en el de Mi noche triste —la vida de Pascual Contursi— y con Cadícamo en el de La historia del tango.
Hablando de este creador impar, señor en todo el sentido de la palabra, hombre culto, circunspecto y leal, me corrijo al final sin que signifique borrar con el codo nada de lo escrito con la mano.
Fue sorprendido partícipe de una anécdota insólita. Cuando Tuegols, que actuaba en un palquito del café La Paloma, lo llamó para que escuchara Zorro gris, la gente bailaba dando taconazos en el piso de madera, levantando polvo. Y los músicos, arriba, también sobre un precario piso, acompañaban a las risas. De pronto, el palquito se abrió al medio y, por fortuna, los músicos pudieron salir antes de que se derrumbara y fuese una tragedia.
García Giménez salió ileso, pese a un bandoneón que cayó a su lado.