N° 1864 - 28 de Abril al 04 de Mayo de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl hombre está solo, ubicado en uno de los asientos de clase económica de un avión de American Airlines que se dispone a salir de Buenos Aires con rumbo a Miami.
De pronto, una pequeña turba de pasajeros lo reconoce y comienza el “escrache”. Lo mandan a la “puta que lo parió”, le gritan “ladrón”, “hijo de puta”, “caradura”, “rata”, “sinvergüenza”, “cara de piedra”, “basura” y “la concha de tu hermana” a cinco centímetros del oído; le pasan las manos cerca de la cara varias veces para provocarlo; le hacen “cuernitos” detrás de la cabeza; corean “¡que lo bajen, que lo bajen!”; uno le dice “andá a decirle ahora a Cristina (Kirchner) que te defienda”; y continúan hostigándolo durante un buen rato. El hombre, incómodo y humillado, no reacciona y mira hacia adelante con la vista clavada en el respaldo del asiento que tiene enfrente. Uno de los pasajeros se inflama y grita a voz en cuello: “¡Lo tenemos que bajar, hermano! ¡Lo tenemos que bajar a este! ¡Si no, no nos sentamos! ¡Tomátelas, muerto de hambre!”.
Algunos filman el “escrache” con sus teléfonos celulares y lo suben a las “redes sociales”. Uno de ellos (¿o ellas?), escudado/a en el anonimato del nickname “@HacemeTuyaJoe”, pone en Twitter el videíto con la siguiente incitación: “Difundan el escrache a Zannini en pleno vuelo a Estados Unidos. La condena social es imparable”.
El “tuit” de “@HacemeTuyaJoe” —y los videos colocados en Internet por otros individuos— tienen decenas de miles de reproducciones en YouTube, miles de “retuits” y miles de “me gusta”.
Francamente, a mí no “me gusta” nada. Carlos Alberto Zannini, el ex candidato a la Vicepresidencia en la fórmula que integró con el ex gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, fue uno de los hombres claves del período kirchnerista. Fue secretario legal y técnico de la Presidencia argentina durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández entre 2003 y 2015. Y, por supuesto, es incuestionablemente responsable de muchos de los desastres del kirchnerismo mientras estuvo en el poder. También cohonestó, por acción y por omisión, todos los “escraches” que el kirchnerismo alentó en las calles, en la televisión y —desde ya— en las “redes sociales”, con militantes pagados con dineros públicos. Probablemente haya participado o, al menos, estado al tanto de los innumerables hechos de corrupción que marcaron la era kirchnerista. Tal vez haya abusado del poder que ejercía, amenazando a jueces, fiscales, empresarios o periodistas, como lo hicieron muchos otros gobernantes que pasaron por la Casa Rosada durante esos 12 años.
Con ese “pedigree”, es probable que haya quienes sientan que Zannini tiene “bien merecido” un buen “escrache”. Miles de víctimas de la prepotencia kirchnerista pueden gozar con esa pequeña venganza. Y la prueba de esto es, precisamente, el notable éxito que los videos mencionados están teniendo en Internet.
Sin embargo, los “escraches” llegan siempre ligados a una conducta de raigambre fascista. Vengan de donde vengan.
El “escrache” es la patota envalentonada que, integrada por personas que a nivel individual son esencialmente cobardes, se esconden en la comodidad del tumulto para avasallar a uno que está solo o en franca minoría. El “escrache” es la negación del Estado de derecho, del imperio de la ley, de las garantías individuales de las personas, de los derechos humanos y de la tolerancia hacia el diferente. El “escrache” es el fin de la civilización y el reino de la barbarie.
Por supuesto, “escraches” espontáneos como el del avión a bordo del cual viajó Zannini son mucho menos graves que aquellos promovidos desde el poder omnímodo de gobernantes autoritarios o totalitarios, como los Kirchner, los Castro, los Chávez, los Mussolini, los Stalin o los Hitler. Pero, aun pudiendo ser más comprensibles porque muchas veces dan rienda suelta a una bronca contenida luego de muchos años de opresión, no dejan de seguir la lógica de la patota. Y eso, aunque sea durante un rato, transforma a los protagonistas en lo mismo que repudian.
Aquí, en Uruguay, los “escraches” suelen ser parte del paisaje, para desgracia de la democracia y de la república. Ahora, la cúpula sindical del PIT-CNT ha anunciado “escraches” en los próximos días en las puertas de locales comerciales privados que, a su criterio, estén cobrando “precios abusivos” por los productos que venden.
Pero como los jefes sindicales son una suerte de “fuerza de choque” del gobernante Frente Amplio, no prevén “escraches” en las puertas de las estatales Ancap, Antel, UTE y OSE, aunque los “compañeros” frenteamplistas que las dirigen hayan resuelto fuertes aumentos en los precios de los combustibles, de la energía eléctrica, de los servicios de telefonía y del agua.
Cualquier persona sabe que si sube la nafta, la luz, el agua y el teléfono —y si los salarios continúan indexados a una inflación que pasó el 10% anual en una economía básicamente estancada—, eso es costo adicional que pesa decisivamente en toda la línea que va desde la producción primaria hasta la comercialización del producto terminado en los anaqueles de los almacenes y en las góndolas de los supermercados.
También lo saben los futuros “escrachadores” del PIT-CNT. Pero los datos les importan un bledo. La cuestión es apoyar al gobierno (antes, a eso se le llamaba “sindicalismo amarillo”), sacarle cualquier responsabilidad que pueda tener en el aumento de la inflación, mantener a como dé lugar las empresas públicas sin importar nada su eficiencia o ineficiencia porque “son nuestras” y, claro está, atacar por el lado del sector privado que es el verdadero “enemigo” a vencer para llegar a una sociedad completamente estatizada. Los gobiernos de Cuba, Corea del Norte, Venezuela y la cúpula del PIT-CNT son los únicos que en el mundo van quedando con ese pensamiento, probadamente fracasado y causante de las más fantásticas hecatombes económicas y sociales en la historia de la humanidad.
En cualquier caso, los “escraches” contra Zannini, los que programan los jefes sindicales uruguayos y cualquiera que se haya organizado o se esté por organizar en contra de personas o instituciones, son una regresión a lo peor del estalinismo, del fascismo y de todos los totalitarismos que han segado la libertad en nombre de la “voluntad popular”.
No; decididamente, no “me gusta”.