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El financiamiento de la investigación en Uruguay durante la Guerra Fría y el posible rol de la CIA dividió a la academia local
“La aguda politización de los debates sobre esos temas, fundamentalmente en andas del fervor antiimperialista de ciertos grupos estudiantiles, coadyuvó a la definición de políticas científicas”, dice la historiadora Vania Markarian
Universidad de la Republica, años '60. Foto: Centro de Fotografía de Montevideo
Los estudiantes irrumpen en los salones del quinto piso de la Facultad de Ingeniería y Agrimensura para distorsionar las clases. Es 23 de junio de 1965 y los miembros de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUU) habían resuelto interrumpir el comienzo de los cursos de un programa financiado por la Organización de Estados Americanos (OEA), preocupados porque lo veían como parte del avance del imperialismo yankee.
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En un ambiente de agitación política marcado por la Guerra Fría, el financiamiento de actividades académicas quedaba sospechado, a veces con buenos motivos, de ser parte de un movimiento mayor: un intento de alguna potencia extranjera de incidir en la ciencia y la cultura local. El manto de duda cayó no solo sobre el proyecto vinculado a la OEA, sino que también alcanzó a las ciencias sociales. En el último caso, con un condimento particular: la sospecha de injerencia llegaba hasta la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por su sigla en inglés).
Esas polémicas, no obstante, tuvieron efectos positivos para la Universidad de la República (Udelar). “La aguda politización de los debates sobre esos temas, fundamentalmente en andas del fervor antiimperialista de ciertos grupos estudiantiles, coadyuvó a la definición de políticas científicas, la institucionalización de diferentes disciplinas y la articulación de proyectos globales de reforma universitaria, seguramente los más audaces que conoció la institución en la segunda mitad del siglo XX”, concluye la historiadora Vania Markarian en su libro Universidad, Revolución y Dólares. Dos estudios sobre la Guerra Fría Cultural en el Uruguay de los sesenta.
La comisión
A mediados de la década de 1960, la discusión en torno a la posibilidad de recibir fondos extranjeros para financiar proyectos copó la agenda de la Udelar. La irrupción de los estudiantes de la FEUU para dificultar el inicio de los cursos vinculados a la OEA, cuya puesta en marcha había sido autorizada por las autoridades universitarias, causó mucho revuelo en la institución, al punto que los jóvenes fueron citados por el Consejo Directivo Central (CDC) de la Udelar para exponer su posición.
La delegación estuvo integrada por algunos estudiantes que luego harían carrera en la institución, como Rafael Guarga (rector entre1998-2006) y Mario Wschebor (decano de Ciencias entre 1987-1997). Wschebor preparó munición gruesa para la sesión extraordinaria del CDC el 1º de setiembre de 1965. En una larga exposición cargó contra la OEA y contra la “política imperialista llevada adelante no solo por el gobierno de Estados Unidos, sino también por otras organizaciones y fundaciones” que encarnaban sus intereses, describe Markarian.
El proyecto de la OEA tenía sus defensores en la universidad, entre ellos algunos decanos. De hecho, había sido aprobado y promocionado antes de que empezaran las clases. La discusión, además, era seguida con interés por la Embajada de Estados Unidos en Montevideo.
El desenlace de la polémica fue, según la autora, característico de cuando la Udelar prefería eludir los disensos: el CDC creó una comisión para discutir el tema. “La creación de comisiones solía ser una manera de dilatar la consideración de temas que creaban rispideces internas, asegurando que los procesos iniciados siguieran su curso, tal como le aseguró (Israel) Wonsewer al funcionario de la Embajada de Estados Unidos, que lo llamó en agosto de 1965 para saber en qué iba la discusión”, cuenta Markarian. “En ese sentido, fue en alguna medida un éxito para quienes, sin aceptar totalmente los términos de la OEA y compartiendo algunas de las prevenciones estudiantiles, como el propio Wonsewer, no querían incumplir lo asumido por la universidad”. Wonsewer era entonces decano de Ciencias Económicas y uno de los que confrontó los argumentos más duros de los estudiantes.
De acuerdo con Markarian, el debate sobre la OEA derivó en un movimiento interno en la universidad estatal, porque unió a grupos que tenían una perspectiva común. Así, “la asociación de un enérgico grupo estudiantil de encendida retórica antiimperialista con el sector docente más crítico de las autoridades de esa facultad (Ingeniería y Agrimensura) logró desafiar la hasta entonces preponderante orientación profesionalista de la Udelar”, describe en el libro editado por Debate.
El recelo
Las ciencias sociales uruguayas no estuvieron exentas de discusiones. De hecho, la organización de una actividad académica en el Paraninfo de la Udelar por parte del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC) desató una dura polémica por los vínculos de esa entidad con la CIA. El CLC, fundado en 1950, tenía entre sus cometidos “‘recuperar’ a los terceristas en los medios académicos y estudiantiles contrarrestando la ‘onda cubana’ y ‘castrista’”, escribió Louis Mercier Vega, uno de sus integrantes que vivió en Montevideo entre 1962 y 1965 y trabajó en la organización del evento académico.
El sociólogo Aldo Solari se convirtió, según Markarian, en una “pieza central de la estrategia” del CLC en Latinoamérica. Consiguió de esa organización financiamiento para sus publicaciones y también el apoyo necesario para llevar adelante un seminario sobre “élites latinoamericanas” en el Paraninfo. En aquel momento Solari estaba embarcado en un proyecto de “profesionalización de las incipientes ciencias sociales” en el país, de acuerdo con la autora.
El seminario despertó polémica en la intelectualidad uruguaya, pero en la universidad no provocó tanto debate como la actividad de la OEA.
La discusión sobre las tareas del CLC creció cuando en Chile fue divulgada la existencia del Proyecto Camelot, una iniciativa presuntamente desarrollada por el Ejército de Estados Unidos para “evaluar las causas de las revueltas sociales e identificar las medidas que los gobiernos podían tomar para evitar su propio derrocamiento”.
Solari quedó en la mira porque después de recibir apoyo para el seminario de élites, “despertaba recelo incluso en el rector por su posible apertura hacia proyectos como Camelot”, relata Markarian. Tanto es así que el embajador norteamericano evaluó llamar al rector de la época, Juan José Crottogini, para “aclararle que Camelot no afectaba a Uruguay en ningún sentido”, según documentos revisados por la autora.
La publicación en 1966 de una investigación de The New York Times en la que se mostraba el vínculo entre el CLC y la CIA, replicada en Uruguay por el semanario Marcha, provocó cruces duros en la intelectualidad local y ubicó en el centro de la tormenta el trabajo de Solari. La publicación del vínculo con la CIA fue, además, un golpe de muerte para el CLC.