Las causas de la “casi” extinción del ganado criollo en el país tuvieron que ver con la necesidad de “refinar” el ganado vacuno, generada principalmente por las exigencias de los mercados de exportación de fines del siglo XIX.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMientras el destino de la carne fuera únicamente para el consumo local y los saladeros, el ganado disponible no ofrecía ningún problema, no se exigía mucho, ni en calidad ni en cantidad.
Alrededor de 1884, en tiempos de paz y orden, donde los campos ya empezaron a alambrarse y donde los lanares predominaban con 16 millones, frente a ocho millones de vacunos, la mayor exportación la constituía la lana, ya que los ovinos estaban muy avanzados en cuanto a su mestización.
Pero llegó el momento en que los mercados “tasajeros”, con el brasilero como el más influyente, comenzaron a exigir carne con más grasa, y no la carne fibrosa y magra que producía el ganado criollo.
Se imponía la necesidad de empezar a mejorar la calidad del stock ganadero nacional, para atender los requerimientos de una industria exportadora que generaba cada vez mayor tráfico.
Una de las soluciones que empezaron a prosperar fue la invernada de novillos, liderada por algunos estancieros que reservaban potreros con buenos pastos para el engorde, algunos incluso con forrajes.
Esta nueva técnica, si bien se utilizó y se utiliza, no fue suficiente en aquel momento. Se necesitaba más. Argentina competía muy fuertemente, y para peor, en 1888 y 1889, según registros, llovió prácticamente todos los días del año provocando también gran mortandad de ovinos, estimada hasta en un 30 % del total de las majadas. Luego llegó la seca del 90, dejando una gran mortandad de animales, y obligando al frigorífico Liebigs a suspender las faenas un 10 de enero por falta de animales con una mínima condición para ser faenados.
En los años 1892 y 1893, otra gran sequía, en la cual se estima una pérdida de 800.000 cabezas, el 10 % del rodeo vacuno.
Con rodeos diezmados y de baja calidad, el horizonte no era bueno, pero ya desde 1887 estaba sembrado el germen de lo que sería la incorporación de una mejor genética en la ganadería nacional. En ese año se presentó un proyecto de apertura de los registros genealógicos de la Asociación Rural del Uruguay para vacunos y equinos, y su aprobación fue inmediata. Antes había algunos productores aislados, más bien visionarios, que ya habían importado tiempo antes algún reproductor. Pero a partir de entonces, comenzaron a figurar los primeros reproductores puros de las razas que hoy conocemos.
Fueron años difíciles para muchos de los tradicionales productores acostumbrados a trabajar para los mercados poco exigentes del cuero y el tasajo.
Esos productores, por ejemplo, capaban a los animales a una edad cercana a los tres años y buscaban cueros gruesos de hasta el 10 % del peso del animal.
La realidad se imponía, y como en otras etapas, ya una forma de producir no tenía razón comercial de existir, y comenzó la evolución.
A los rodeos generales de vacas criollas se los empezó a “servir” con toros de razas puras, luego a las mestizas producto de estas hasta llegar a los puros por cruza y así se fue eliminando, generación tras generación, la raza criolla.
Los productores arriesgaron, ganaron, evolucionaron, y así lograron un producto atractivo para los mercados internacionales.
La vieja raza criolla nunca despareció del todo. Uno de los únicos rodeos que persiste está en una región caracterizada por bañados, arroyos, zonas bajas y sierras muy rocosas, donde hay aproximadamente 600 cabezas.
Estos “criollos”, que fueron la base de nuestra economía, tienen, como hace muchos años, llamativas guampas y multicolores variaciones de pelaje.
Durante varios siglos, aquel primer ganado introducido a la vaquería del mar adquirió características adaptativas de importancia económica: tolerancia a infecciones, a parásitos internos y externos, rusticidad, habilidad para soportar condiciones extremas de temperatura y humedad y para utilizar forrajes fibrosos. A fines del siglo pasado comenzó la introducción de razas europeas (Hereford, Holando) en nuestro país, creándose un proceso de absorción (introgresión genética) que condujo lentamente a la pérdida de variación genética que, originalmente, tenía nuestro ganado productivo. El trabajo perseverante y tesonero de don Horacio Arredondo permitió rescatar para nuestra generación y las futuras lo que hoy es el único rodeo de ganado criollo uruguayo existente. No fue tarea fácil rescatar individuos puros, habiendo encontrado los primeros en las sierras de Aiguá, departamento de Maldonado; a los pocos años, con intenciones de evitar la consanguinidad, se encontraron nuevos individuos en Arroyo Malo, departamento de Treinta y Tres, pertenecientes a un hacendado llamado Rivero. Dicho plantel no fue sometido a ningún tipo de selección, siendo la naturaleza quien obrara en la población, manteniendo su rusticidad, que tiempo atrás fue pilar importante de su supervivencia y que actualmente no intentan modificar en absoluto. Actualmente, el único rodeo criollo se encuentra cercano al fuerte de San Miguel y depende del Servicio de Veterinaria y Remonta. La aspiración es poder caracterizar a esta población como el ganado criollo del Uruguay y así poder transferir su potencial genético al medio productivo.