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    El gobierno de Venezuela “definitivamente no es de izquierda” y solo está buscando “mecanismos para mantenerse en el poder”

    Washington DC. A un año de haber asumido la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el ex canciller uruguayo Luis Almagro no descansa. Con un e?stilo completamente opuesto a su antecesor, el chileno José Miguel Insulza, Almagro interviene directamente en las crisis migratorias de los países, critica duramente a los gobiernos que considera violan la Carta Democrática y enfrenta severos problemas económicos que afectan no solo a la organización, sino fundamentalmente al Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos, integrado por la Comisión y la Corte Interamericana.

    Después de su duro intercambio con el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, Almagro recibió a Búsqueda en su oficina en Washington y avanzó en sus cuestionamientos al régimen “bolivariano”, afirmando que el gobierno de Caracas “definitivamente no es de izquierda”.

    “No puede haber un régimen de izquierda con presos políticos”, declaró Almagro, antes de agregar que las dramáticas circunstancias políticas y económicas que vive hoy el país caribeño “sacaron completamente de la izquierda al gobierno de Venezuela. Toda la dinámica social del país se fue hacia el populismo facilista. (…) El gobierno de Venezuela solo se está preocupando hoy de conseguir mecanismos para mantenerse en el poder”.

    Almagro considera que su batalla pública con el presidente venezolano forma parte de “una campaña” en la que han participado uruguayos que, cuando llegan a Washington, le preguntan si es “traidor” o “agente de la CIA”, como manifestó Maduro. El ex canciller dijo que durante meses “bancó” esa ola de rumores y que cuando Maduro “oficializó” la acusación, le respondió.

    Ante la sorpresa que su posicionamiento respecto a Venezuela ha causado tanto dentro del oficialismo como de la oposición, Almagro dijo que no se ha analizado bien cuál fue su conducta como canciller del ex presidente José Mujica. “Fui muy duro con el gobierno venezolano y llegué a decir que me daba vergüenza lo que estaba pasando” mientras era canciller, argumentó.

    Almagro dijo, por otra parte, que sigue siendo miembro del Movimiento de Participación Popular (MPP), que no ha renunciado y que nunca lo expulsaron de ese sector, por el cual fue electo senador en las elecciones de 2014.

    —Se cumple un año desde que asumió la Secretaría General de la OEA. ¿Qué evaluación hace de estos primeros 12 meses?

    —El principal logro es el fortalecimiento del compromiso de la OEA con la defensa de la democracia y los derechos humanos. Siento que hay una OEA más activa en la agenda regional. No le hemos rehuido a los problemas que tiene la región, tanto a nivel de la democracia, de los derechos humanos, como de los derechos en sentido amplio (civiles, políticos, culturales, económicos y sociales). Esto supuso una gestión permanente que nos llevó a involucrarnos directamente en los principales problemas del continente. También hemos trabajado fuerte en temas complicados, como la lucha contra la corrupción o los flujos migratorios.

    —Es evidente que usted ha tenido un papel mucho más activo que su antecesor, el chileno José Miguel Insulza, involucrándose en discusiones públicas sobre el estado de la democracia y los derechos humanos en algunos países, últimamente en Venezuela. ¿Qué lo llevó a asumir esa conducta?

    —Mucha gente pensaba que la OEA había cedido a otras organizaciones regionales como la Unasur o la Celac la defensa de la democracia y los derechos humanos. Pero el involucramiento actual de la OEA en los principales procesos electorales de la región y en las dinámicas de funcionamiento de los sistemas políticos y de los contenidos de la democracia, le han dado una visibilidad muy importante al trabajo que hemos hecho.

    —Esta actitud de opinar frecuentemente sobre realidades de distintos países le ha generado muchos apoyos y, también, durísimas críticas de gobernantes en funciones. ¿Por qué lo hace?

    —Lo hago porque tengo que hacerlo. Es parte del trabajo del secretario general. La Carta Democrática Interamericana le da al secretario general un compromiso de hacer un seguimiento de los temas institucionales en los países e incluso tomar acciones al respecto. Tengo la responsabilidad de seguir esos temas. Eso fue lo que hice cuando participé en la discusión de la elección parlamentaria en Venezuela en 2015. Porque la dimensión del fenómeno electoral no es solamente el día de la elección y el voto en la urna, sino también todas las condiciones previas para llegar a ese punto con legitimidad, transparencia e igualdad entre los ciudadanos. Es muy importante el monitoreo permanente de todo esto por parte de la Secretaría General, porque la experiencia enseña que las malas prácticas son mucho más contagiosas que las buenas prácticas y tienden a copiarse muy rápidamente. Hay que parar las malas prácticas de entrada.

    —¿Y cómo ha caído en los estados que integran la OEA esta conducta proactiva suya, muy diferente a la de su antecesor, que era notoriamente más pasivo?

    —Cae bien y cae mal. En general, cae bien que uno asuma un compromiso con estos temas fundamentales y que apueste a que los países perfeccionen sus sistemas democráticos. Los instrumentos jurídicos están para sacarlos del papel y llevarlos a la práctica; los mecanismos están para ponerlos en acción. Eso es tener responsabilidad política. Porque no es lo mismo mirar para otro lado que tomar acción cuando algo funciona mal. Los que crecimos en dictaduras en el sur de América, sabemos lo fundamental que es que la democracia sea defendida desde afuera para recobrar los derechos civiles y políticos.

    —Usted es diplomático desde hace muchos años. Pero alguien podría opinar que decirle “dictadorzuelo” a un presidente en funciones, como usted lo hizo con Nicolás Maduro, no es, precisamente, algo muy “diplomático”. ¿Qué es lo que lo lleva a ser tan directo en sus manifestaciones públicas, particularmente en el caso de Venezuela?

    —Desde que entré en 1987 como aspirante en el Ministerio de Relaciones Exteriores, siempre fui igual.

    —¿Al pan, pan y al vino, vino?

    —Siempre consideré que tenía la obligación de juzgar las situaciones adecuadamente, con la responsabilidad de que el juicio sea acertado. Probablemente, el mejor elogio que recibí en este trabajo me lo hizo el premio Nobel de Literatura, el sudafricano John Maxwell Coetzee, cuando estuvo en Uruguay y yo era ministro de Relaciones Exteriores. Una noche cenamos y al otro día me lo crucé, conversamos un rato más y la representante de él me dijo: “¿sabe lo que dijo ayer Coetzee? Que es la primera vez que conoce a un ministro de Relaciones Exteriores que habla desde el corazón”. Y él me lo repitió enseguida. Mi idea es seguir hablando desde el corazón, desde la razón y desde los hechos. Voy a tratar de que eso no se corrompa ni se pierda.

    —¿Está convencido de la “razón” que le asiste en su última carta al presidente Maduro?

    —Desde ya. Porque lo que yo planteé en esa carta son principios fundamentales. No es “quítame de ahí esas pajas” ni un inútil intercambio de insultos. Ahí manifesté lo que significa la probidad republicana, la honestidad, la defensa de la democracia y el respeto a que el pueblo sea el que se exprese y resuelva cuando tiene esa facultad constitucional. El referéndum revocatorio no pertenece ni a Capriles ni a Maduro; pertenece al pueblo de Venezuela. Definitivamente, el pueblo de Venezuela tiene que poder expresarse sobre la continuidad de Maduro en el gobierno, sin ninguna coerción, sin ninguna coacción, sin ponerle fechas: tienen que dejar que se exprese. Punto. No le pueden robar esa posibilidad.

    —Diosdado Cabello dijo en estos días que “ni aunque venga Obama” lo van a permitir…

    —…pero no es Obama el que viene. ¡Es el pueblo de Venezuela el que viene! Esa es una respuesta facilista. El pueblo venezolano quiere decidir sobre su futuro porque ve a su sistema político polarizado. Cuando el sistema político está polarizado, el pueblo es el que tiene que decidir.

    —Maduro, Cabello y otros gobernantes venezolanos dicen que está en marcha un “golpe de Estado” contra ellos. ¿Usted qué opina?

    —Mire, la democracia no puede evaluarse solamente por cómo uno llega al poder; debe evaluarse luego por cómo uno se mantiene en el poder. Si usted se mantiene en el poder de una manera ilegítima, quitándole a la gente la posibilidad de decidir, entonces se transforma en un poder ilegítimo. Es una cuestión de principios. Al Uruguay le ocurrió también un autogolpe: el que estaba gobernando siguió gobernando, pero terminó con las demás instituciones. Si usted se mantiene en el poder porque le arrebata a la gente la posibilidad constitucional de resolver, decididamente se deslegitima. Y no es Obama, ni el Comando Sur de Estados Unidos los que deslegitiman al gobierno; es el pueblo.

    —Y si hay un gobierno que está ejerciendo el poder ilegítimamente, ¿cuál es el rol que corresponde a la OEA y al secretario general?

    —Aplicar el artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana. Se lo leo: “En caso de que en un Estado Miembro se produzca una alteración del orden constitucional que afecte gravemente su orden democrático, cualquier Estado Miembro o el Secretario General podrá solicitar la convocatoria inmediata del Consejo Permanente para realizar una apreciación colectiva de la situación y adoptar las decisiones que estime conveniente.El Consejo Permanente, según la situación, podrá disponer la realización de las gestiones diplomáticas necesarias, incluidos los buenos oficios, para promover la normalización de la institucionalidad democrática. Si las gestiones diplomáticas resultaren infructuosas o si la urgencia del caso lo aconsejare, el Consejo Permanente convocará de inmediato un período extraordinario de sesiones de la Asamblea General para que esta adopte las decisiones que estime apropiadas, incluyendo gestiones diplomáticas, conforme a la Carta de la Organización, el derecho internacional y las disposiciones de la presente Carta Democrática.Durante el proceso se realizarán las gestiones diplomáticas necesarias, incluidos los buenos oficios, para promover la normalización de la institucionalidad democrática”.

    —¿Y usted va a hacer eso?

    —Cuando terminemos las conclusiones, entre el viernes y el lunes próximos, las pondremos a consideración del Consejo Permanente.

    —El presidente Maduro ha dicho que conoce los “secretos” suyos, además de haberlo tildado de “traidor” y “agente de la CIA”. ¿A qué “secretos” puede estar refiriéndose?

    —La parte más importante de mi carta al presidente Maduro es esta: “no soy agente de la CIA y tu mentira, aunque repetida mil veces, nunca será verdad. De todas formas conviene aclararlo aunque esto sea denegar el absurdo. Mi conciencia está limpia, presidente. Y mi conducta, mucho más”. Eso es así: no tengo nada. Nada, nada, nada. En esta vida, no tengo nada. No hay secretos. Por eso le puedo contestar como le contesto. No tengo techo de cristal. Y no tengo absolutamente nada para esconder. Nunca me quedé con un peso de nada y aquí lo saben todos, desde los norteamericanos para abajo: nadie me puede dar ninguna instrucción para que haga algo porque probablemente, si eso ocurre, haga todo lo contrario.

    —La diatriba de Maduro ha sido replicada y, a veces, apoyada en Uruguay por parte de gente vinculada al Frente Amplio. ¿Cómo evalúa esa circunstancia?

    —Creo que lo de Maduro forma parte de una campaña. Desde hace meses yo vengo escuchando gente que viene del Uruguay y me dice: “se dice que vos sos traidor y agente de la CIA”. Algunos editorialistas, como Leandro Grille, lo escribió en “Caras y Caretas”. Se preguntaban cómo, siendo “traidor” y “agente de la CIA”, había logrado llegar tan cerca de Mujica. ¡Pero por favor! Entonces, durante meses iba escuchando y bancando. Cuando Maduro oficializa la acusación burda, entendí que era el momento de aclarar los tantos.

    —En Uruguay, hay gente en la izquierda, en el centro y en la derecha que se pregunta: “¿y a este qué le pasó? ¿Por qué cambió Almagro?”. Las preguntas se basan en el hecho de que usted fue canciller de un gobierno que presidió Mujica, quien era amigo de Chávez y de Maduro, hasta que lo declaró la semana pasada “loco como una cabra”. Da la impresión de que todos esperaban que usted, desde la Secretaría General, fuera una suerte de aliado de los gobiernos “bolivarianos”. ¿Qué puede decir sobre esto?

    —Que no analizaron mi actuación ni los posicionamientos que tomé cuando era ministro. Y eso que fue bastante público y me costó bastante. Durante siete meses del 2014, el gobierno de Venezuela hizo campaña en mi contra para la Secretaría General de la OEA, siendo yo canciller. En 2014 —y eso está contado en un artículo del diario argentino “La Nación— durante una reunión de la Unasur, un grupo de venezolanos que denunciaron la situación de su país reconocieron que yo había tomado la palabra para repudiar toda forma de violencia y destacaron mi postura contundente para detener la violación de los derechos humanos. Eso, decía “La Nación” en 2014, “todavía rechina en Miraflores”. Fui muy duro con el gobierno venezolano y llegué a decir que me daba vergüenza lo que estaba pasando.

    —Viniendo usted del Frente Amplio y de la izquierda, ¿usted considera que el gobierno de Maduro es de izquierda?

    —El socialismo, en su construcción, debe ser de igualdad. Y la igualdad solamente existe si hay libertad. Si hay cualquier esquema de opresión en el cual la opinión de determinados ciudadanos no puede ser expresada, esa sociedad no es igualitaria. Si hay cualquier mecanismo que impida a las personas su más pleno desarrollo intelectual y de conocimiento, esa sociedad no es igualitaria. Ni que hablar, si no permite expresarse políticamente, ni asociarse. No es un buen ejemplo para la izquierda lo que ha pasado en Venezuela en los últimos dos años. La cantidad de pobres en Venezuela creció más que en ningún otro país del mundo. Los niveles de corrupción en Venezuela están hoy arriba de todos los países latinoamericanos, de acuerdo con Transparencia Internacional. No puede haber un régimen de izquierda con presos políticos. Todas esas variables acumuladas —y podríamos mencionar más— sacaron completamente de la izquierda al gobierno de Venezuela. Toda la dinámica social del país se fue hacia el populismo facilista. No se pueden morir niños en los hospitales, como está ocurriendo. El gobierno de Venezuela solo se está preocupando hoy de conseguir mecanismos para mantenerse en el poder. Y eso definitivamente no es de izquierda.

    —¿Entonces usted considera incorrecto evaluar que durante los últimos 15 años hubo una oleada de izquierda en América Latina, con todos los gobiernos en la misma bolsa?

    —Sí, es incorrecto, porque hay muchas diferencias entre cada experiencia. No es lo mismo la izquierda chilena que el gobierno de Evo Morales en Bolivia, que a su vez es diferente al Ecuador de Rafael Correa; el PT en Brasil tiene sus particularidades diferentes al Frente Amplio en Uruguay y al “bolivarianismo”. Algunos tienen formación marxista, otros no tienen formación marxista y otros no tienen ninguna formación. Si se pone todo en la misma bolsa, los análisis resultantes serán necesariamente de mala calidad. Dicho esto, sí creo necesario resaltar que uno de los grandes resultados de estos últimos 15 años fue que en América Latina —que sigue siendo el continente más desigual del mundo—, por primera vez la cantidad de personas de clase media fue superior a la de los pobres. Eso fue un logro continental.

    —Usted también le ha hincado el diente a las crisis migratorias en América. ¿Qué resultados ha obtenido?

    —Durante este primer año, nos hemos ocupado seriamente de los graves problemas de migración que hay en el continente: República Dominicana y Haití, Colombia y Venezuela, los cubanos que van sin visa a Ecuador y tratan de llegar a Estados Unidos entrando por Centroamérica y los niños migrantes que salen solos del “triángulo norte” de Centroamérica para llegar a Estados Unidos. ¿Por qué hay tantos problemas con los emigrantes? En primer lugar, por la violencia: 15 de las ciudades más violentas del mundo están en este continente. Hay bandas criminales con un poder muy grande dentro de los países, que es absolutamente transnacional. En segundo lugar, hay situaciones de pobreza muy fuertes. Y ahí nomás, al lado, la gente ve que tiene a uno de los países más ricos del mundo que es, además, la primera potencia económica del planeta. Es un imán inevitable. Además, como se sabe, en estas migraciones masivas, muchísima gente muere y está expuesta a los traficantes de personas. Y todo esto sin olvidar que un candidato a la Presidencia de Estados Unidos tiene posiciones respecto a este tema totalmente contrarias al derecho internacional.

    —Se refiere a Donald Trump. ¿Qué cree acerca de la posibilidad de que Trump acabe siendo el próximo presidente de Estados Unidos?

    —Si uno ve que es una preocupación mundial quién será el futuro presidente de Estados Unidos —porque de acuerdo con lo que han venido diciendo los candidatos es muy diferente que gane uno u otro—, nosotros también tenemos una preocupación severa sobre los problemas migratorios y sobre la vigencia de los derechos de los migrantes. No es que sigamos las campañas electorales de cada candidato que hay en el continente, pero cuando se transmiten mensajes de intolerancia, tenemos que marcar la cancha y hacer saber que hay obligaciones que trascienden las palabras sueltas que se pueden decir en una campaña electoral.

    —La OEA ha sido criticada como una organización casi “inútil” porque se la ha visto como alejada de los intereses de los ciudadanos de a pie. ¿Puede interpretarse que usted ha querido cambiar eso?

    —Sí. Estoy en la posición opuesta a dirigir a una OEA con las características que usted describe. Por eso hemos trabajado basados en el convencimiento de que nuestro papel es contribuir a reducir la brecha entre el cuerpo doctrinario de la OEA, su Carta fundacional, la Carta Democrática, las magníficas convenciones y la realidad del día a día donde hay mucho derecho pisoteado, libertades conculcadas, presos por luchar y opinar, procesos democráticos reducidos y con limitaciones. La Secretaría General se basa, por cierto, en los consensos que los estados miembros generaron en el papel, pero entiende que esos consensos no fueron alcanzados solamente para quedarse en el papel. La tarea de los facilitadores judiciales es un ejemplo de cómo hemos llegado a los niveles más micro, habilitando el acceso a la justicia en comunidades pequeñas de Centroamérica y países sudamericanos, como Paraguay. Si alguien deja de pagar una pensión alimenticia o el buey de al lado le come las acelgas al vecino, en vez de arreglar esos problemas por mano propia, los facilitadores de la OEA pueden conciliar a las partes o facilitar a esas personas los medios para que puedan accionar ante los tribunales de justicia.

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    2016-05-26T00:00:00