A continuación, un resumen de la entrevista.
—Pasado un tiempo después del balotaje. ¿Qué balance hace de los resultados de las elecciones nacionales?
—Es un ciclo electoral que termina, en cuanto al resultado general, dentro de lo esperado. Durante muchos momentos de la campaña analizamos que el clima de opinión era más proclive al cambio que a la continuidad. Había ciertos desgastes, algunos más estructurales y algunos más puntuales, con el período de gobiernos frenteamplista, quizás más acentuados con el último gobierno. Todo esto mostraba mayor probabilidad del cambio que de la continuidad. El resultado de la segunda vuelta quizás no fue tan esperado.
—¿Porque terminaron muy cerca?
—Claro. Fue un poquito sorprendente. Creo que la pregunta que queda en el aire luego del ciclo sería cuál es el mensaje de fondo. ¿Fue un mensaje de cambio más contundente, o de cambio matizado o moderado? En el balance, mi sensación es que fue más de cambio que de continuidad. Mi interpretación, en términos de analizar la psicología colectiva, es que hubo dos preguntas subyacentes distintas en la primera y la segunda vuelta, fueron dos elecciones plebiscitarias donde se plebiscitaron cosas distintas. Y, obviamente, a preguntas distintas a veces hay respuestas distintas. En la primera vuelta se plebiscitó la continuidad o no del Frente Amplio. Una vez laudada esa pregunta, la que se instala en segunda vuelta es más sobre la coalición multicolor que sobre el Frente Amplio: ¿La coalición multicolor sí o la coalición multicolor no? Eso produce algunos matices significativos en las respuestas, emergen algunas dudas sobre la coalición, que no estuvieron presentes en primera vuelta, y que se traducen en el comportamiento electoral.
En definitiva, creo que si leemos solo el resultado de primera vuelta como el mensaje que nos deja la elección, quizás estamos exagerando el tono de cambio. Si nos quedamos solo con el mensaje de segunda vuelta, quizás estamos minimizando demasiado el tono del cambio. Creo que lo razonable es considerar ambos resultados.
—¿Qué lectura debe hacer Lacalle Pou?
—Hacia el gobierno creo que hay un mensaje que es más de cambio que de continuidad.
—Pero ganó por poco.
—Sí, es un mensaje matizado en segunda vuelta, es un cambio a la uruguaya. De hecho, no llegó a ser electo por el 50% de los uruguayos.
—¿No llegar al 50% lo hace un gobierno débil?
—No. No creo que la fortaleza del gobierno dependa mucho del haber pasado esa barrera o no. En todo caso, las fortalezas o debilidades del gobierno pueden venir por otro lado. Porque, reitero, no nos podemos olvidar del resultado de primera vuelta, que dio un mensaje de cambio: el 54% de los uruguayos votaron a los partidos que después formaron la coalición. Como dije, si bien mirar solo el resultado de primera vuelta puede ser exagerado, también creo que mirar solo el resultado de la segunda vuelta es subestimar el nivel de apoyo a la idea de cambio.
—¿Qué solidez puede tener un gobierno con cinco socios? ¿Cómo vio las primeras decisiones de Lacalle Pou?
—Podía causar un montón de dudas, dadas las circunstancias de que es una coalición inédita y con algunos jugadores muy nuevos en la política, pero la coalición viene funcionando bien, con un liderazgo claro del presidente electo. Entre la primera y la segunda vuelta electoral hubo movimientos muy rápidos en términos de la consolidación de una plataforma, de acuerdos básicos comunes. Podría haber habido mucho empantanamiento y demora en la conformación del gabinete, pero hubo un rápido anuncio de los cargos de gobierno, por supuesto que con las dificultades naturales de cualquier negociación. La dinámica con la que funciona la coalición es esa, con un liderazgo fuerte de Lacalle Pou y eso me parece una de sus fortalezas.
Desde el punto de vista de lo actuado en este período, el futuro gobierno se ha movido bien, se ha movido rápidamente, está transmitiendo mensajes de solidez y de tener un rumbo claro. Por supuesto, después a algunos les gustará el rumbo y a otros no. Además, no me parece nada menor que el rumbo establecido en el proyecto de ley de urgente consideración sea el que se había planteado en el programa de gobierno, eso habla de las mejores tradiciones de la política uruguaya, de que hay compromisos electorales que después los gobiernos intentan plasmar.
—¿No cree que había una agenda oculta, como dicen algunos dirigentes del Frente Amplio?
—No. Realmente no vi nada en el borrador que no diera por descontado que el próximo gobierno iba a intentar poner encima de la mesa.
—La parte de seguridad es la más amplia del anteproyecto. ¿Es el tema con el que más están de acuerdo los votantes de la coalición multicolor?
—Había varios puntos que los unían, pero obviamente que uno de los principales es la seguridad pública. Hablando ya del gobierno electo, creo que allí hay un mandato fuerte de la ciudadanía. En términos de prioridad y en términos de expectativas sobre logros, hoy el gobierno tiene un mandato fuerte en esa materia, más fuerte incluso que en el tema empleo, que es el segundo. Estas temáticas son las dos grandes demandas, pero sobre seguridad, además de ser una demanda, hay expectativa de concreción. En el tema empleo hay demanda, pero quizás hay más dudas sobre en qué medida la economía logrará promover más empleos.
Dicho esto, también debo mencionar que estamos en sociedades con ritmos cada vez más acelerados y con menos tolerancias a los tiempos. Me parece que el gobierno entrante tiene desafíos importantes en mostrar concreciones en periodos de tiempo relativamente cortos, ya sea en términos de resultados, de comunicación o relato que le permitan ir gestionando su credibilidad. En el manejo de la seguridad pública el gobierno entrante tiene las mayores expectativas de parte del público, lo cual es un desafío fuerte y también es una doble oportunidad, en términos de resultados y de comunicación. El Ministerio del Interior saliente hizo muchas cosas muy buenas en términos de gestión, pero la gente entiende que hubo un déficit de resultados. Además, donde sí hubo un déficit en el ministerio probablemente fue en materia de comunicación. Y esa es otra oportunidad para el gobierno entrante: si logra concretar rápido resultados moderadamente mejores y logra mejorar sustantivamente la comunicación, eso puede darle un cierto plus en legitimidad y credibilidad para enfrentar otras áreas tan o más complicadas.
—Usted destacó las muestras de liderazgo que dio Lacalle Pou durante estos meses. ¿Han hecho estudios acerca de su imagen pública?
—Hoy por hoy hay una expectativa positiva sobre el futuro gobierno. La evaluación de lo actuado hasta el momento es mayoritariamente positiva, tiene muy poca desaprobación. Hay una carta de crédito por casi la totalidad de los votantes de la coalición multicolor, pero también por una parte importante de los votantes del Frente Amplio, que por el momento no están manifestando fuertes niveles de desaprobación a la gestión del presidente electo. Esto es habitual. Esto seguramente va a continuar durante los primeros meses del gobierno entrante y hay expectativas de que el gobierno sea bueno. Los uruguayos sienten que el gobierno de Lacalle Pou puede ser un buen gobierno. También hay mucho de, como dicen los norteamericanos, wishful thinking. Hay mucho deseo en esto. El gobierno no va a asumir en un clima de opinión negativo.
—¿La luna de miel no se está quemando ahora?
—Por lo pronto no hemos visto indicios de que eso suceda. Cuando preguntamos cuánto tiempo está dispuesto el público uruguayo a conceder al nuevo gobierno para exigirle resultados, vemos que el clima de opinión que hoy tiene Lacalle Pou es un poquito más tolerante que el que tenía Vázquez al inicio de su segundo período. Cuando Vázquez asume en el 2015, las exigencias de los uruguayos en términos de inmediatez para responder a ciertas demandas era mayor que las que tiene Lacalle Pou. Eso también tiene que ver con que Vázquez venía con una presidencia. Creo que hay cierta sensación entre los uruguayos de que dadas las características inéditas y noveles del gobierno, puede haber cierta mayor tolerancia para exigir resultados.
—El primer año se juega mucho el gobierno y hay anuncios de conflictividad sindical. ¿Tiene con qué generar relato?
—En este momento preasunción encontramos que los ciudadanos tienen, quizás, un poco más de dudas sobre cómo va a ser el gobierno en términos de expectativas en comparación con el 2015. Vázquez era una figura más consolidada y nadie esperaba que fuera un mal presidente. Quizás a Vázquez le jugó en contra tener expectativas tan altas sobre lo que la gente esperaba de su gobierno. Sobre Lacalle Pou puede haber más dudas y eso puede llevar a que la gente esté dispuesta a darle un poco más de tiempo. Pero también le puede dar oportunidad de sorprender. Es muy importante en la gestión pública y en la construcción de legitimidad el manejo de las expectativas, a veces no tener expectativas tan altas es una oportunidad.
Lacalle Pou ha tenido que lidiar con esto a lo largo de su trayectoria política, porque es una figura que ha tenido que cargar con muchos prejuicios desde sus inicios en la política y que, de una forma o de otra, siempre ha logrado sorprender. Si uno analiza el contexto de expectativas quizás más moderadas, y analiza lo que ha sido la trayectoria de Lacalle Pou con esta capacidad de generación de sorpresa, creo que sí es un gobierno que tiene el potencial de generar legitimidad a partir del manejo de agenda.
—¿Hay riesgo de que la conflictividad sindical lleve a un nivel de parálisis del gobierno?
—A veces es muy difícil discriminar la retórica pública de la sustancia que hay por debajo. En general tiendo a pensar que, si bien los niveles de conflictividad pueden ser un poco mayores que en años anteriores, no creo que haya incentivo para nadie en esta primera etapa para que los niveles de conflictividad social y sindical se eleven como en otros países de la región. Creo que sería un escenario de perder-perder, porque el clima actual de la opinión pública es más bien propicio a dejar que el gobierno electo pueda realizar la agenda por la cual se sometió al plebiscito de los ciudadanos. Más avanzado el gobierno es más difícil de imaginar, pero no creo que estemos viendo en 2020 un escenario de conflictividad extremadamente alta.
—¿Lacalle Pou tiene un socio incómodo en Cabildo Abierto?
—¿Por qué centrar la pregunta en Cabildo Abierto? El manejo de la coalición va a ser uno de los desafíos importantes. Es una coalición de cinco, no recargo las tintas sobre ninguno en términos de complejidad. Creo que en los primeros años va a haber incentivos fuertes para que todos actúen cooperativamente dentro de la coalición, porque sería muy poco inteligente para cualquiera de sus integrantes poner palos en la rueda al inicio del gobierno. Pienso que es una coalición que va a durar un tiempo importante y que, evidentemente, a medida que nos acerquemos a la siguiente elección sí va a haber más incentivos para perfilismos y para marcar posiciones personales.
En el tema de desarrollo y manejo de alianzas políticas heterogéneas también hay que reconocer en la trayectoria de Lacalle Pou habilidades importantes ya desde sus inicios. En 2019 volvió a mostrar esta capacidad de creación de alianzas, ya no solo dentro del partido, sino en coalición con otros partidos. Estamos, quizás, ante una de las principales virtudes de Lacalle Pou como político, que es esta capacidad de liderar y articular corrientes políticas heterogéneas. Entonces, creo que sí va a haber complejidad, pero en este punto hay una fortaleza de la coalición en tener un liderazgo claro de Lacalle Pou.
—¿Los socios de esta coalición tienen que tener claro que el éxito del gobierno que viene también pone en juego su futuro político?
—Sin duda. Desde una mirada general, el escenario en términos políticos quedó claramente dicotomizado: el Frente Amplio por un lado y lo que está a la derecha del Frente Amplio por otro lado. Entonces, la lectura de continuidad y cambio va por esa línea. Falta mucho para 2024, pero imagino que en esa elección se plebiscitará la continuidad o no de la coalición multicolor. Siempre la mayor responsabilidad, por supuesto, es del partido de gobierno, en este caso el Partido Nacional, pero en términos generales creo que el peor negocio para todos los socios es que en 2024 los uruguayos concluyan que fue mala idea el cambio o que piensen que la coalición fracasó.
—Destaca que la “coalición multicolor” está funcionando bien, pero les costó mucho conseguir un nombre para candidatear a Montevideo.
—El problema de los partidos que integran la coalición en Montevideo —porque está claro que la coalición acá tiene una lógica nacional y no departamental— es que no han dado prioridad en términos de agenda a la capital y eso es lo que se ve hoy en términos de emergencia de candidaturas. Además, se dan otros problemas de articulación política. El hecho de que haya tenido que aparecer Lacalle Pou, finalmente, intentando solucionar el problema es otra muestra de su fortaleza. Hoy por hoy el liderazgo de la coalición está en Lacalle Pou.
—Pero hubo cruces entre futuros ministros, líderes de partidos coaligados.
—Es natural. Cooperación y conflicto. Eso lo vamos a ver también en el tono del gobierno en los próximos años.
—Usted decía que la sociedad está más acelerada. ¿Cómo puede complicar eso al nuevo gobierno?
—La gente tiene menos paciencia. El escenario actual de inmediatez es mucho más desafiante para los liderazgos, es mucho más difícil mantener liderazgos de largo tiempo. La capacidad de manejo de agenda es importante y en eso la sociedad cambió mucho. Lacalle Pou ha tomado, aparentemente, la decisión de gestionar activamente la agenda pública incluso sin esperar a asumir el cargo. Posiblemente reacciona teniendo presente esta característica de la sociedad, que necesita efectivamente una gestión muy intensa de liderazgo. Hoy la creación y el mantenimiento de la legitimidad pública de un gobernante es un insumo fundamental para la concreción de los programas de gobierno. A un presidente o gobiernos débiles les resulta cada vez más difícil implementar sus agendas en tiempos que corren. Entonces, la gestión de la confianza pública pasa a ser una de las tareas esenciales para cualquier gobernante del siglo XXI.
—¿Es una sociedad más volátil?
—Sin duda. El sistema institucional que tenemos, armado hace siglos, establece un reconocimiento formal a la opinión pública: cada cinco años te dejo ejercer tu voz, delegás el poder en mí y en cinco años me juzgás. Hoy ya no funciona así, nadie está dispuesto a esperar cinco años para incidir sobre el estado de las cosas. La opinión pública es un actor que, apoyado en cambios culturales y en cambios tecnológicos, incide cada vez de manera más intensa e instantánea sobre la agenda pública, y eso se transforma en un desafío fuerte para los gobernantes en todo el mundo. Entonces, la gestión de la credibilidad pública es una línea central para los gobiernos en la era que vivimos. Incluso en Uruguay, te diría, donde las cosas siempre llegan tarde.
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2020-02-06T00:00:00
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