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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl orden natural y cultural de las cosas. El Uruguay es un país muy pequeño en el que todos, absolutamente todos, se conocen y lo que no se conoce… se inventa. Aquí todos somos primos, algunos incluso hermanos, otros leones o numerarios, cooperativistas o correligionarios. La mayoría de los ciudadanos están colegiados o colectivizados, lo que impide la libre expresión del pensamiento y, a veces, la libertad en su más amplio sentido. Las seguridades que dan los colectivos se paga con la proporcional pérdida de libertad, esto es, la seguridad se paga con cuotas de libertad.
Por otra parte, el uruguayo es conservador, de modo que las simpatías se heredan, ya sea en materia de deporte como de política partidaria. El 90% de la población no elige ni siquiera el cuadro del que será hincha o simpatizante, pues dicha decisión es potestad de los padres. Así se transmite la “pasión” por dos equipos de fútbol como una cuestión de amor a los progenitores.
El Uruguay ha sido, con intermitencias históricas, un país caracterizado por su civismo y respeto a la ley; pero la ley necesita de aplicadores e intérpretes. Aquí es donde aparece la fuerza de los colectivos (donde las hermandades y los dogmas pueden más que la Justicia o la razón) y donde se desvirtúan los sistemas que formalmente parecen éticos y justos en apariencia. El mundo del fútbol es un reflejo de la sociedad uruguaya y, por ende, se aplican todas las variables de la vida pública. La historia indica que solo en 1976 se pudo romper (con mucho esfuerzo y rebeldía) el status quo que exigía un solo campeón salido de dos únicas opciones. En aquella época se aplicaba la política de influencias conocida como “cataldismo”, basada en el uso y abuso de las relaciones políticas, que tuvo su continuidad y superación con el “magurnismo”, asentada en los vínculos con el mundo empresarial y las fuentes de trabajo (valga como ejemplo, que durante el apogeo de un club de básquetbol, una gran cantidad de árbitros trabajaban para la misma empresa).
Estas políticas dominantes del “sistema fútbol” no eran cuestionadas, ya fuera por cuestiones relacionadas con la “fidelidad” o con la “necesidad” de mantener una fuente de trabajo. Aquella era una época cuasi amateur en la que se rivalizaba por quién acumulaba más títulos y se bloqueaba la posibilidad de que “terceras instituciones” pudieran acceder a las competencias internacionales (salvo en lo que atenía a las famosas liguillas que otorgaban un cupo posible para los equipos menores). Ese era el orden de cosas establecido y aceptado por todos los actores.
Hoy en día ninguna de estas dos políticas se impone en el mundo del fútbol, en tanto debemos hablar de una etapa de “Tenfield-clientelismo” en la que la gran mayoría de los actores son partícipes, directa o indirectamente, de esta política comercial, que solo viene siendo combatida por los jugadores de fútbol que lograron tener una espalda tan ancha como para soportar los ataques del Uruguay corporativo y luchar por sus “propios intereses” (el de los jugadores). En esta etapa Peñarol y Nacional no se enfrentan entre sí sino que coadyuvan en sus intereses comerciales. En este escenario, la AUF es controlada por Nacional en todos los puntos básicos de la “interpretación” y “aplicación” de las normas que directa o indirectamente terminan determinando la contienda deportiva.
Esto le da una amplia ventaja política frente a Peñarol, que se encarga de un modo por demás “visible” y hasta “grotesco” de intentar compensar la balanza que desde hace años se inclina hacia el otro bando. Hoy, como siempre, lo “político tiene gran influencia sobre lo deportivo” y cuando ello sucede la prensa nunca se atreve a llegar a las causas y se contenta con el comentario anecdótico.
Conceptos vagos como “a lo Peñarol” o “cultura Nacional” son utilizados para dar a entender que los beneficios recibidos por ambas instituciones dentro del “sistema fútbol” debieran ser aceptados por todos los actores como una cuestión sociológica, esto es, entendidos como un “conjunto de conocimientos y tradiciones que caracterizan a un pueblo o sociedad”.
En este panorama, poco lugar queda para la justicia, en cualquiera de sus acepciones (lo que incluye la deportiva). La justicia del fútbol solo se mide en cuanto a la relación de fuerzas en el marco o campo de acción de la contienda entre Peñarol y Nacional. Esto debería obligar a los demás clubes —que no son satélites o partisanos de aquellos— que compiten en un sistema “injusto” a preguntarse sobre el sentido de competir en un régimen que no los considera dentro de las variables posibles al final del campeonato. ¿Pero cuál sería la opción alternativa? ¿Dejar de competir? En el actual período de “Tenfield-clientelismo” no es viable en términos de ingresos económicos (para todos los actores del negocio) un campeonato que no se decida o defina entre aquellas opciones económicamente rentables. En este marco, los árbitros también son parte interesada y algunos de ellos (cuyos nombres se repiten) lo vienen demostrando desde hace mucho tiempo. No hace falta hablar de los casos más graves como el de Gustavo Méndez y sus constantes favores o contribuciones al sistema (quien incluso fue sometido a la Justicia penal por cuestiones relacionadas mediata o inmediatamente con el fútbol) durante el maquiavélico “reinado” de Eugenio Figueredo (hoy procesado por la Justicia penal por diversas cuestiones relacionadas con la corrupción y el fútbol). Baste tan solo el recuerdo de aquel campeonato del año 2005 en el que ni siquiera fue necesario jugar la final, en un campeonato que debió haber sido tachado de nulidad por la forma en que el árbitro mencionado influyó en los resultados deportivos o en el campeonato del año 2001 en el que descendió el club Frontera Rivera (http://www.lr21.com.uy/deportes/182107-frontera-pide-desarchivar-denuncia-penal-contra-arbitro-gustavo-mendez).
Como sucede con las graves violaciones a los derechos humanos o con las causas penales no resueltas por falta de interés en la investigación, la no elaboración del pasado y el desconocimiento de la verdad, repercuten negativamente en el presente.
En las últimas semanas se habla de las “ternas arbitrales” que han favorecido claramente a Peñarol, lo que ya ni siquiera la dirigencia aurinegra discute (muchos consideran, en el modo de pensamiento binario antes descrito, haber ganado una batallita interna en el “mundo AUF” ante Nacional). Sin embargo, lo que los uruguayos no se han puesto a pensar es que el “favor” recibido el último fin de semana por parte del “árbitro” Rojas y del línea Sebastiani, es que para favorecer a Peñarol y —como contrapartida— perjudicar a Defensor Sporting (lo que debe ser entendido como “matar dos pájaros de un tiro”) se termina beneficiando al Club Nacional y su cómoda situación en la tabla de posiciones. Siguiendo esta línea de pensamiento, en lo que refiere a los “errores arbitrales” (quienes son designados por miembros políticos y técnicos del sistema AUF, que responden también a determinados intereses en épocas de “Tenfield-clientelismo”) no estamos ante una victoria política de Peñarol (que tiene imperiosamente que escapar al descenso antes que concentrarse en una definición del campeonato) sino ante una estrategia compartida por las dos instituciones dominantes del sistema AUF en la que ambos clubes salen fortalecidos en relación con quienes no deben “inmiscuirse” en las definiciones de los campeonatos.
¿No sería conveniente que se utilicen los medios técnicos de los que ya dispone el básquetbol uruguayo para colaborar con la tarea de los árbitros en los casos dudosos? ¿Acaso no acabaría esto con gran parte de estas sospechas de injusticias deportivas? Aún hoy estamos lejos de aceptar reglas claras en el fútbol, porque la mayoría de los actores involucrados siguen estando obligados por “fidelidad” o “necesidad”.
Lo que se ha visto hasta el momento del campeonato uruguayo sugiere que por más que los árbitros beneficien en aspectos puntuales a Peñarol, la mesa está servida para un nuevo campeonato para el Club Nacional. Y contra ello, como sucede en la disputa filosófica entre el libre arbitrio y el determinismo, cuando el destino no depende de las acciones propias sino que ya está resuelto por otros, solo la obstinación de clubes como Defensor Sporting brinda una luz de esperanza para poder cambiar el orden de las cosas.
Dr. Pablo Galain Palermo