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La música uruguaya ha alimentado en las últimas décadas una interesante bibliografía que año a año se vuelve más voluminosa, con obras de gran calidad como las biografías de Mateo, Zitarrosa, Rada y Osiris Rodríguez Castillos, investigaciones como De las cuevas al Solís o antologías como 111 discos uruguayos. La lista es larga y la incorporación de nuevos nombres a este canon literario-musical es permanente. No ocurre lo mismo en el rubro audiovisual documental, donde al factor económico se suma la escasez endémica de material de archivo. De todos modos, la videoteca guarda un puñado de títulos valiosos y recientes producciones de fuste, de la envergadura de Fattoruso. Lo que se salvó de la borrada nutrió a la notable serie Historia de la música popular uruguaya, una quijotada de Juan Pellicer emitida en 14 capítulos y hoy disponible en Youtube. Programas de TV como La Púa enriquecieron la lista con especiales sobre discos y artistas clave. Y ciclos como Americando, de Juan Carlos López o Cuerdas y vientos, de Claudio Taddei rescataron a decenas de artistas del interior profundo con intención musicológica en línea con la obra fundacional de Lauro Ayestarán.
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Internet resucitó piezas malguardadas en VHS, como Los músicos por la tonada, relato de la movida del fermental boliche La Barraca. Por ahí están los viejos documentales de La Tabaré —Sabotaje, Ni estrellas ni fugaces—, los de Jaime —A las 10, Concierto Aniversario, Hermano te estoy hablando y Otra vez rocanrol—, y producciones más recientes como Hit, de Claudia Abend y Adriana Loeff, los carnavaleros de Sebastián Bednarik —La matinée y Cachila—, los testimoniales de Buitres, La Vela y NTVG —Periplo, Normalmente anormal y El verano siguiente—, rarezas como La cocina, un retrato íntimo de Gustavo Príncipe Pena en sus últimos meses de vida, Montevideo Unde, que escarba en las bandas que se deslizan por los sótanos a altas horas de la madrugada, y hasta filmes de carretera como El camino de siempre que repasa la vida de Jorge Nasser en un viaje rumbo a Nashville en un descapotable.
Pero vayamos a lo que nos convoca: esta película sobre una de las familias protagonistas de la música uruguaya es un acontecimiento importante. El estreno de Fattoruso (Coral Cine, 2017, 90 minutos) el sábado 6 en el Auditorio del Sodre, acompañado de un inédito concierto familiar, con Hugo al piano junto a una prole de hijos y nietos, fue ovacionado de pie por las casi dos mil personas que colmaron la sala Fabini. Se podría interpretar tal reacción como un gesto apasionado propio del seguidor incondicional, pero lo cierto es que esta ópera prima de Santiago Bednarik —hermano de Sebastián, quien aquí oficia como productor, junto a Andrés Varela— es una obra contundente y redonda por donde se la mire. Para empezar, porque es fruto de una enorme investigación con el presupuesto necesario como para rodar en las ciudades donde vivieron los protagonistas y obtener el testimonio de las principales figuras que los acompañaron, especialmente a Hugo, el protagonista excluyente de esta historia. Desde Chico Buarque, Hermeto Pascoal, Djavan y Milton Nascimento, a Fito Páez, León Gieco y Lito Nebbia, con el aporte local de Jaime, Rada, Lobo Núñez, su hermano Osvaldo y Jorge Galemire.
Fattoruso, que se exhibirá en Movie y Sala B del Sodre (Auditorio Nelly Goitiño) desde el jueves 18, se nutre de un cuantioso material de archivo, que incluye algunos testimonios de Hugo y Osvaldo para la antes mencionada serie de Pellicer, y de las fotografías y documentos del propio Osvaldo y de otros personajes que en algún momento fueron muy cercanos, como Lito Nebbia. Aparecen piezas fílmicas nunca antes vistas como los registros de la shakermanía en Buenos Aires y otras ciudades argentinas, que incluyen imágenes de Rada en su breve incursión por el grupo. La influencia y el carácter casi fundacional de Los Shakers en el incipiente rock argentino es destacada con vehemencia por Páez, Gieco y un Charly García rescatado en una declaración ochentosa, en la que afirma que Los Shakers fueron la primera banda de la que se hizo fan.
El filme se detiene en la etapa setentera de Hugo y Osvaldo en Estados Unidos, cuando iniciaron una prodigiosa escalada creativa que se plasmó en discos de alta factura como Fingers, del brasileño Airto Moreira, del cual fueron la base instrumental junto al bajista Ringo Thielman, con quien luego formaron el trío Opa, que se estableció como banda residente en varias ciudades norteamericanas y llegó a ser considerada en la élite mundial del jazz fusión. El notorio desinterés por el negocio que manifestaron estos muchachos durante la primera mitad de su carrera los llevó a vivir al día, con frecuentes dificultades económicas y hasta carencias básicas, como cuando Hugo vivió con su pareja en una cabaña en las afueras de Las Vegas y explica que “el baño era el bosque”. El benjamín Bednarik administra con sapiencia las emociones y las hace jugar muy bien con la banda sonora para crear momentos de gran factura cinematográfica, como el pasaje donde Hugo recuerda la muerte de su padre, Antonio, ocurrida en Estados Unidos, con elocuente economía verbal. El documental balancea el Fattoruso músico con el Hugo íntimo que retratan su madre Josefina, sus cuatro hijos y una de sus parejas, la brasileña María de Fátima, cuyo rostro denota un caudal de información similar a la que verbaliza.
El archivo entrega otros momentos de alto impacto emocional, como el mítico show de Opa en el Plaza en 1981, donde se traduce en imágenes grisáceas el fervor tantas veces evocado a nivel testimonial. La etapa brasileña de Hugo, como sesionista de capos de la MPB como Djavan, Milton y Chico Buarque, es ilustrada con imágenes de gran calidad técnica y elogios proverbiales de los músicos brasileños. Su dimensión virtuosa se traduce en el rostro admirado de Hermeto en una foto y cuando Djavan describe “el modo en que comprende cada género que interpreta”. Otro momento cumbre es la recepción en Carrasco de una cuerda de tambores cuando Hugo regresó definitivamente a Uruguay en 1990, luego de más de 20 años en el exterior.
El repaso final de sus últimos 25 años de carrera solista es una secuencia vertiginosa de canciones, discos, giras y conciertos como el de 1997 en El Galpón o un poderoso pasaje instrumental del trío Fattoruso. Si hay que apuntarle algo, llama la atención la ausencia de la incursión de Hugo en Japón, a dúo con el percusionista Yahiro Tomohiro.
Fabini, Zitarrosa, Mateo, Rada, Cabrera, Jaime, Viglietti, Dino, Drexler, Canoura, Los Mockers, Amalia de la Vega, las familias Ibarburu, Magnone y otros tantos aún no tienen su documental. Hay trabajo de sobra, y con Fattoruso, Bednarik dejó la vara en donde debe estar.
Fattoruso, la gira continúa. Guion, dirección y montaje: Santiago Bednarik. Fotografía: Ramiro González. Producción: Andrés Varela y Sebastián Bednarik.