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La historia es fascinante. Aunque decir que es solo una historia no es precisamente lo más justo. La historia de Stephania Mirza es la de una mujer trans de origen nicargüense que trabaja como cuidacoches en Montevideo y que emprende un viaje dentro de otro viaje. Es también una historia de amor y desamor. Una historia de autodescubrimiento. Dividida en dos partes, una en Montevideo, donde se ve la rutina de la protagonista y se repasa su pasado —ella misma se ve en imágenes del documental Yo la más tremendo, en registros de Garay, en fotografías de distintas épocas—, y otra en Managua, Nicaragua, donde va a reunirse con su familia, la película es, además, una historia incompleta, en tránsito, que se termina de armar en la mente del espectador.
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El poder emocional de las películas de Garay —uno de los cineastas más sólidos del panorama uruguayo, realizador de, entre otros, El círculo y La espera—, proviene de su capacidad para retratar a los personajes con un grado de respetuosa intimidad. En el filme se ve una mujer dibujada en el cuerpo de un hombre. En otros tramos ocurre lo contrario. La calvicie, la barba —incluso la voz— sobresalen ante los trazos femeninos de Stephania. Y entran en conflicto. Es la exteriorización de un intenso combate interior. Para cuando llega a Managua, Stephania lo hace para encontrarse con su familia, pero también con Roberto, el otro. Su hermano, su madre, su familia entera tiene anclada en la memoria la imagen de una persona que ya no es. Dice el padre: “De pequeño él ya tenía eso. Le gustaba recitar poesía”. Stephania recorre calles estrechas y soleadas que recorrió Roberto, con árboles que regalan sombra, pequeñas casas de techo de chapa, motos tuneadas y niños en la vereda, y a su paso la rodean ladridos, cacareos, el ahogado ronroneo de motores viejos, y en cada paso va camino a encontrarse con el otro. Va por un sendero de barro que la crecida vegetación transformó en algo parecido a un pasadizo. Y por calles más amplias, de adoquines, lee: “Solo el pueblo salva al pueblo”. Pasaron muchos años. Volvió a la ciudad, al barrio, a casa, “el hombre que ya no es más hombre”. Garay registra el reencuentro con el hermano mayor, Winston, con su cámara 100% libre de efectismos. Luego vendrán más reencuentros y diálogos. Con la madre, con el padre, con el hermano menor. Años de televisión, de cine documental, de realities han formateado el estilo de mostrar y de ver esa clase de interacción. Agradecemos que Garay no tiene el más mínimo interés en seguir esa línea.