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    El paladín de la Justicia

    No es broma

    Hay una frase célebre que se le atribuye a Federico el Grande de Prusia, quien, tras haber discutido con un molinero que no le quiso vender su molino al rey porque lo consideraba una injusticia, dijo: “Hay jueces en Berlín”, sometiéndose así a que el diferendo lo resolviera la Justicia. Esta falló a favor del campesino y el rey aceptó la sentencia.

    Ahora también podemos decir: “Hay jueces en Montevideo”, aunque, debido a la necesidad de escribir esta columna antes de la instancia judicial de mañana miércoles (ustedes leen los jueves, pero yo escribo los martes…), es preciso que simplemente pueda tan solo especular con lo que pasará.

    Como sea, el juez Teagarrey les tiró con todo el código al gobierno y a Pfizer, y andá a saber lo que habrá pasado cuando estas líneas caigan bajo vuestros ojos. Como sea, un innovador jurídico, el magistrado. No sé por qué presiento que la audiencia va a ser un fiasco, pero no me quiero quedar en este episodio puntual de las vacunas, el ADN mensajero, el grafeno y la nanotecnología que podría haber significado que miles de orientales vacunados andemos con un chip circulando por el organismo sin saberlo y desde vaya uno a saber qué castillo de un ogro multinacional nos viene filmando nuestras vidas y costumbres para dominarnos por los siglos de los siglos. Mirá qué “amparo” el que se mandó el ignoto doctor Desentone, recogido como “maracanazo” por su colega antivacunista radical, el célebre doctor Lavalle, o algo así.

    Lo que puedo irles adelantando, para que vayan haciendo boca, es que el juez Teagarrey ya viene estudiando otras acciones de amparo que le han sido planteadas por ciudadanos ansiosos de que se haga justicia en este infame e injusto valle de lágrimas.

    El ciudadano Braulio Melocotoni ha solicitado se ampare su sed de reconocimiento ante una tremenda injusticia que se arrastra desde 1825.

    En efecto, este buen hombre alega ser descendiente directo de don Anastasio Melocotoni, quien estaba en la playa de la Agraciada el día que desembarcaron los 33 orientales al mando de don Juan Antonio Lavalleja. Melocotoni les había llevado los pingos a los valientes patriotas, que ni bien juraron por libertad o muerte se treparon a sus cabalgaduras y rajaron del lugar. Cuando don Anastasio subió a su flete y galopó para unirse al grupo, los “Treinta y Tres hombres que mi mente adora” (dijera don Juan Zorrilla de San Martín en La Leyenda Patria) ya estaban lejos y Melocotoni no los pudo alcanzar.

    Su descendiente, con pleno derecho al amparo (mucho más que el del Dr. Desentone y sus vacunas), le reclama ahora al juez Teagarrey que se modifique la composición lingüística “Los Treinta y Tres Orientales” sustituyéndose por “Los Treinta y Cuatro Orientales”. Todo ello con las lógicas consecuencias. Que se oficie a la Comisión de Patrimonio para que se rebautice la plaza de los Treinta y Tres por la plaza de los Treinta y Cuatro, así como a los posibles descendientes del pintor Blanes, para que alguno de ellos modifique el célebre cuadro, incluyendo, aunque sea en un segundo plano, a don Anastasio Melocotoni, patriota ignorado de la manera más injusta. También se oficiará a la Biblioteca Nacional para que se reescriba La Leyenda Patria modificando en todas las estrofas en las que aparece la mención errónea a solamente treinta y tres personas, cuando en realidad había una más. Flor de trabajo va a tener el gobierno, y sus oficinas dependientes, para salvar este tremendo error histórico y poner las cosas en su lugar.

    Se ha filtrado asimismo desde el juzgado del Dr. Teagarrey otra acción de amparo que habría presentado un ciudadano brasileño con residencia en Uruguay, llamado Claudimir Barbosa, quien se dice descendiente directo de Moacir Barbosa, que fue el arquero de la selección brasileña que cayó derrotada por Uruguay en el célebre match jugado en Maracaná en 1950. El reclamante ha ofrecido presentar una filmación del gol de Ghiggia, que él sostiene en su escrito que fue “injustamente atribuido al señor Alcides Edgardo Ghiggia”, de la que surge que, antes de entrar al arco, la pelota roza la mano izquierda de su tatarabuelo, en virtud de lo cual se solicita que se decrete la modificación histórica de ese gol, que en realidad según el reclamante del amparo, es un gol en contra. Pide que se oficie al Museo del Fútbol para que se modifiquen todas las fotos del famoso gol uruguayo, que en realidad fue un gol brasileño, aunque sea en contra. Y que se devuelvan las medallas y los trofeos que en vida recibió Ghiggia por su hazañosa conquista, cuando en realidad, si no fuera por el rebote en la mano de Barbosa, la pelota no habría entrado al arco impulsada por un jugador uruguayo, sino debido a la desgraciada intromisión de su malogrado antepasado. El demandante solicita asimismo que se oficie a la Ursec para que se vuelvan a registrar en forma correcta las grabaciones del gol de Ghiggia realizadas por don Carlos Solé, don Duilio de Feo y don Cheto Pellicciari, en las que se mencione correctamente que se trató de un gol en contra.

    Tengo algunas acciones de amparo más, que promoverán seguramente al estrellato al juez Teagarrey, pero vamos a ver primero qué pasa con la de las vacunas, la de los Treinta y Cuatro Orientales y la del gol en contra para seguir abundando en la maravillosa creatividad jurídica de algunos de nuestros curules, que ratifican día tras día que vivimos en un país generoso.