El partido de los orejanos

El partido de los orejanos

La columna de Andrés Danza

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Nº 2181 - 7 al 13 de Julio de 2022

Los números también generan adicción. En especial en algunos lugares. En Estados Unidos, por ejemplo, hay estadísticas para todo. Hasta el simple acto de comprar unos pantalones puede estar precedido por porcentajes de satisfacción de los anteriores clientes y otros referidos a con qué combinaron esa prenda de vestir. Y así para todo. Es casi imposible escaparles a las mayorías o las minorías en cada una de las acciones de la vida cotidiana. Decidir pasa a ser en muchos casos solo tener en cuenta lo que hicieron otros.

Ocurre lo mismo con algunas profesiones. En realidad, con casi todas, porque las estadísticas siempre son fuente fundamental de conocimiento. Pero hay una de ellas que se alimenta especialmente de los porcentajes. Son su combustible, no puede funcionar sin ellos. Es lo que ocurre con la política y las encuestas. Más todavía al acercarse las definiciones electorales, aunque para los políticos siempre es tiempo de analizar lo que muestra la opinión pública, con base en las empresas especializadas.

Ahora, por más que faltan más de dos años para las próximas elecciones, parece que ya se inició la zafra de las encuestas de intención de voto. La última edición de Búsqueda es una prueba de ello. Dos artículos periodísticos, uno referido a la interna del Partido Nacional y otro a la del Partido Colorado, se centran en los porcentajes que obtendrían en las elecciones internas partidarias varios eventuales postulantes presidenciales, surgidos de un estudio de opinión pública realizado por la empresa Opción Consultores. Esas cifras circulan entre los despachos de los políticos como si fueran temas de Estado o de vital importancia. Pocas cuestiones generan tanto revuelo como la tabla de posiciones que ofrecen los sondeos.

No deja de ser una cuestión sintomática de esa enfermedad tan propagada en la colectividad política uruguaya: la electoralitis. Porque falta tanto para que llegue el día en el que se vuelvan a abrir las urnas, tantas idas y venidas, discusiones y reacciones, medidas, paros, despegues y caídas, que no parece tener demasiado sentido contentarse con lo que ahora muestran las empresas de opinión pública. Es cierto que son datos relevantes, a tener en cuenta, pero muchos de los políticos los viven como goles en la hora en una final del mundo y ese es el problema.

De todas formas, hay un dato mucho más importante que también incluye esa encuesta y que pasó desapercibido. Allí se concluye que el 56% de los uruguayos no se identifica con ninguna colectividad política y que el 43% sí lo hace. Esto significa, en otras palabras, que casi seis de cada 10 no tienen a priori ninguna camiseta puesta, miran con más simpatía al partido de los orejanos que a todos los demás. Un año atrás eran 48% los sin identificación partidaria alguna, menos de la mitad del total. Pero en los últimos meses ese guarismo no ha parado de crecer.

La independencia avanza, en especial entre los más jóvenes y más todavía en los que se están preparando para votar por primera vez. Es una señal muy positiva. Para todos los que dicen —y con una cuota de razón— que Uruguay atraviesa por una crisis educativa y de valores, las nuevas generaciones parecen estar mirando con más simpatía al modelo de los librepensadores, esos que votan en función de las propuestas y los candidatos que más los convencen en lugar de poner en el sobre solo lo que mandan las tradiciones partidarias.

Es un cambio significativo con respecto al pasado. El problema es que ese viento de independencia que sopla cada vez más fuerte ni siquiera despeina a muchos de los políticos, que siguen más concentrados en los porcentajes de sus internas partidarias. Hay excepciones, pero muchos, demasiados, no asumen que están como hipontizados en su pecera y que ni siquiera se percatan de que un mar en creciente les está tocando los pies.

No es a través de los los planteos radicales y maniqueos o de las trincheras de las redes sociales que van a convencer a ese inmenso partido de orejanos. Esos campos de batalla en los que se han convertido algunos intercambios políticos solo sirven para alejarlos aún más. La tarea por delante para los que realmente tienen pretensiones de ocupar los primeros lugares es intentar entender a ese 56% y hablarle con respeto y convicción de los temas que realmente le interesan. Eso se logra cambiando un poco la agenda y la manera de hacer política. Al menos así lo ven muchos de los que se han dedicado a estudiar estos asuntos.

La disputa para las elecciones nacionales de 2024 ya empezó. Negar eso sería muy tonto. Hace ya mucho tiempo que los políticos están midiéndose entre ellos como si estuvieran cerca de la recta final. Pero las mismas encuestas que encargan para hacerlo evidencian que el verdadero campo de batalla es el centro del espectro y que es mucho más amplio de lo que piensan. Sobre esa base, es la apertura la que debería primar y no la guerra.

Un agregado para terminar. Los principales partidos políticos uruguayos están en una etapa de recambios. Con la excepción de Cabildo Abierto, una colectividad muy nueva, los lemas tradicionales postularán para la próxima competencia a figuras que recién se encuentran construyendo sus liderazgos. Así ocurre en el Partido Nacional pero también en el Frente Amplio, y probablemente en el Partido Colorado, luego de que Pedro Bordaberry transmitiera que no quiere volver al ruedo. Ni en el Frente Amplio hay nadie aún como Tabaré Vázquez, José Mujica o Danilo Astori, ni en el Partido Nacional como Luis Lacalle Pou o Jorge Larrañaga, ni en el Partido Colorado como Julio Sanguinetti, Ernesto Talvi o Bordaberry. Ese espacio se lo tienen que ganar los nuevos postulantes y para eso también deben apelar a convencer y generar nuevas lealtades.

El asunto no menor en esa construcción de liderazgos son las elecciones internas. Es una instancia electoral no obligatoria y eso lleva a que voten principalmente los más convencidos, que, como muestran los números de la última encuesta de Opción, son minoría. Entonces, lo que puede pasar es que terminen decidiendo solo los que ya están envueltos en su bandera y los otros, aquel 56% de orejanos, no se sientan representados. En otras palabras: que elijan los que no deben y ganen los que después van a perder. Sería bueno tenerlo en cuenta.