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    El testigo olvidado

    —Estoy terminando mi libro de memorias. Lo que pasa es que la edad me está pasando factura. Pero ya va a salir.

    Así dijo Gabriel “Chula” Clausi, bandoneonista, compositor y director nacido en Buenos Aires el 30 de agosto de 1911, en un reportaje a pocos días de haber cumplido 95 años. Estaba, junto a su hijo Ricardo, en la casa de Flores que habitó durante más de siete décadas, en la calle Artigas frente a la plazoleta Carlos de la Púa, una casa llena de gatos, un bandoneón y partituras de un centenar de composiciones que siguen inéditas.

    No llegó a ver el libro. Clausi murió allí, cerca de llegar a los 99 años, el 17 de febrero de 2010.

    Con él se fueron un montón de testimonios valiosísimos de la historia del tango, que algunos, entre los que me incluyo, de tanto en tanto, revolviendo viejos papeles y hasta grabaciones, nos empeñamos en revivir.

    ¿Quién fue “Chula” Clausi?

    —El primer recuerdo que tengo del bandoneón es de cuando tenía tres años. Vivíamos con mis once hermanos en Mataderos, que entonces era casi todo campo, pobres de toda pobreza. Mi hermano Pascual, 18 años mayor, que es autor de Paja brava, Echando mala, grabado por Gardel y La viuda misteriosa, olvidado éxito de Tita Merello, venía por la calle Cosquín con una caja negra. Recuerdo que había caballos. Había comprado un fueye. Lo sacó y tocó Carasucia para mí. Ellos, tres de mis hermanos —Luciano y Gabriel también eran músicos—, fueron mis primeros maestros; más tarde estudié con Criscuolo, con Grossi y con otros.

    A los 11 años le regalaron el primer bandoneón y, de pantalones cortos, comenzó a tocar en un almacén próximo a su casa.

    No paró más.

    En 1923 tocó con José Martínez y con Andrés Dáquila, que fue maestro de Piazzolla; en 1925 integró una orquesta de señoritas y luego hizo sus primeras grabaciones de temas ajenos con el sexteto de Francisco Pracánico; después trabajó con Geroni Flores, Anselmo Aieta, Minotto di Cicco, Roberto Firpo, con su idolatrado Pedro Maffia y con Juan Maglio, quien le grabó sus tangos iniciales: En un rincón del café, Mi linda chirusa, Lluvia de penas y En capilla. En 1934 lo convocó Julio de Caro, etapa que, ya añoso, recordará como una confusión de emociones. Enseguida formó su propio grupo, que contó al principio con un precoz Piazzolla y, curiosamente, pasó la década de oro del tango, de 1943 a 1954, tocando en Chile. Al regreso creó su propio sello para grabar (Chopin) y dirigió un conservatorio musical entre cuyos docentes incluyó nada menos que a Osvaldo Pugliese, sin dejar de componer ni de sacar ese sonido de estilo inconfundible, preciso, aireado, cálido, de su bandoneón. En 2003, a los 92 años, se presentó en el Monumental de River Plate, ante 70.000 espectadores, con la agrupación roquera Los Piojos —que, entre otros tangos, entonó De puro guapo—; cinco años después, convocado por Gustavo Santaolalla, participó, acompañando a Alberto Podestá, en la película Café de los maestros, en parte de la cual se cuenta su propia época dorada.

    Ah… y sus anécdotas, sus testimonios.

    —Yo fui amigo de Gardel y de Corsini. Se respetaban mucho. Un día, Corsini me dijo: “Yo tengo mejores guitarras, pero Gardel tiene mejor voz”. Y el Mago rechazó cantar varios temas que había estrenado su colega: “No, son éxitos de él y yo no los podría hacer mejor”. Y eso que Carlitos mataba el hambre a varias familias. Solo por esa razón no se negaba a grabar ninguna canción.

    —Mi hermano Pascual me contó que Villoldo salía a vender El choclo y otras obras suyas en un charrecito, colgando los discos de un cordel y deteniéndose frente a las casas de “gente bien”, donde había jovencitas que aprendían piano.

    —¿De Caro? No me fui bien del todo de ahí. Con el tiempo me arreglé con Julio, más o menos. Eso sí: quedé muy amigo con Francisco, el hermano, el pianista. ¡Ese era el verdadero creador, el motor de la renovación que fue esa orquesta! Julio no, era un tipo muy difícil, más empresario, más hombre de negocios que otra cosa. ¡Y los tangos que firmó y se los hicieron Francisco o Láurenz! Con los años, este me dijo: “Mirá eso que regalé, qué bien me vendría ahora”. Y se refería a Tierra querida, El arranque y Boedo. Yo viví todo eso.

    Cierta vez la preguntaron a Clausi la razón de su apodo:

    —Cuando nací con pelo largo y flequillo, mi padre exclamó: ¡Parece un “chula”! Y me quedó. Es un pájaro de zonas rurales de Brasil, donde mi viejo había pasado unos años.