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    El trato razonable

    Envuelto en una ruidosa polémica, el lenguaje inclusivo ha despertado una férrea defensa en quienes lo impulsan, en general militantes por los derechos de la mujer y de las minorías, y cuestionamientos de investigadores y trabajadores del lenguaje o de los simples hablantes que no lo comprenden. Por eso es bienvenido un libro que analiza el tema sin fanatismos y propone un acercamiento de las partes. Su título es Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo (Taurus, 2019), y su autor el periodista español Álex Grijelmo.

    Director de la agencia EFE (2004-2012), donde creó la Fundación del Español Urgente (Fundéu), Grijelmo ha hecho del lenguaje una materia de estudio. Fue director adjunto del diario El País y elaboró su Libro de estilo. Hasta hoy sigue publicando en el diario y su último trabajo recoge el contenido de algunas de sus columnas y amplía conceptos que aparecen en El estilo del periodista (1997), sobre la ética de las palabras, el uso de eufemismos y el sexismo en el lenguaje. El resultado es un libro por demás informativo y ameno, que reconoce los usos discriminatorios y ofrece la manera de solucionarlos, a la vez que aporta documentación, ejemplos y trabajos de variadas investigaciones que muestran tanto las incoherencias como los excesos en los que ha caído el lenguaje inclusivo.

    En Propuesta de acuerdo…, Grijelmo vuelve a demostrar que es un apasionado del idioma español, como ya lo hizo en La seducción de las palabras (2000), El genio del idioma (2004) o La gramática descomplicada (2006). La diferencia es que este nuevo título se presenta en un ambiente tenso, con posturas radicales, a veces hasta violentas, en torno al lenguaje inclusivo. Por eso en varios pasajes el autor reitera que sus afirmaciones las hace “con todo respeto”, como una especie de bandera blanca en medio de la batalla. “Todo el texto se ha concebido con tono conciliador, sin que ello suponga dar por buenos algunos tópicos que se han ido imponiendo a fuerza de repetirse y que sin embargo no responden a bases ciertas”, dice en la introducción.

    El idioma español no es el enemigo

    Los reiterados “tópicos” de los que habla Grijelmo se relacionan con los “mitos” en torno al masculino genérico, a su supuesto origen patriarcal y, como consecuencia, a su responsabilidad en que la mujer quede oculta o “invisibilizada” a través del lenguaje. En español, el masculino es el género no marcado, esto quiere decir que con los sustantivos masculinos se designa a todos los individuos de la misma especie sin distinción de sexos. Entonces, en la frase “los niños juegan en el parque”, la palabra “niños” no se refiere solo al sexo masculino, sino que incluye a los niños y a las niñas.

    Al contrario de lo que piensan los grupos que promueven el lenguaje inclusivo, Grijelmo plantea, a través de un estudio de los orígenes del español, que el masculino genérico “no se creó como fruto de la dominación de los varones, sino como consecuencia de la visibilidad femenina”. Primera aseveración que despierta curiosidad y ganas de seguir leyendo.

    Su análisis se remonta a la Antigüedad y a la procedencia indoeuropea del español. En ese mundo primitivo se distinguía entre lo que se movía y lo que no se movía, sin diferenciación de géneros, hasta que se comenzó a nombrar de forma diferente a las hembras por su importancia, sobre todo reproductiva. Así surgió el género femenino. “A partir del genérico para seres animados que existió en el indoeuropeo se añadió una marca para el femenino, mientras que el masculino se quedó con la marca cero…”. En otras palabras, en su origen, el género femenino surgió para individualizar, no para generalizar, y en ese sentido aporta más información que el genérico masculino. “No se puede afirmar que el uso del genérico masculino provenga de un dominio de los hombres en la sociedad y que naciera para mayor gloria de ellos”, dice el autor.

    Su análisis también se dirige a otras lenguas que no tienen distinción de género, como la turca o el farsi hablado en Irán, donde las sociedades son indudablemente machistas. “El primer paso para llegar a un acuerdo sobre el lenguaje igualitario debe consistir quizá en mirar al idioma español sin prejuicios, como expresión cultural, como un amigo íntimo dispuesto a ayudarnos y no como un enemigo que nos oprime”.

    El contexto importa

    “Uno de los problemas del análisis sobre el lenguaje que se aborda desde el feminismo consiste precisamente en que se prescinde a menudo de la existencia del contexto. Se analizan las oraciones como si se hallaran en un tubo de ensayo y se les aplican técnicas de laboratorio”, dice Grijelmo, y da ejemplos.

    En la frase “Martínez es representante de España en la ONU y una estrella de la diplomacia”, se pregunta, “¿Ha pensado usted en un hombre o en una mujer?”. Es difícil que, sin contexto, alguien piense en una mujer. Quiere decir que el “sesgo sexista” no está en el lenguaje, porque la frase en ningún momento se refiere al género masculino, ni en quién lo recibe, sino en la realidad que influye en quien la escucha o lee. Por eso el autor cuestiona a las guías que han aparecido en la administración pública española por afirmaciones de este tipo: “El sexismo lingüístico se produce cuando es el uso de la lengua lo que hace evidente la discriminación; en este caso lo que ocurre es que se utiliza el lenguaje ignorando la presencia o visibilidad de las mujeres”. Grijelmo se vuelve a preguntar si no sería mejor actuar sobre la realidad y no sobre el lenguaje.

    Uno de los consejos de estas guías es el de la duplicación como “los trabajadores y las trabajadoras”. Eso trae un primer inconveniente que es el cansancio. En el “acuerdo” que propone Grijelmo plantea que podría usarse en forma simbólica, “siempre que esto no implique considerar machista a quien prefiera emplear el genérico masculino por creerlo igualmente inclusivo y además económico”.

    Entre otros problemas menciona lo que él llama “la duplicación selectiva”: “Se suele decir en la lengua cultivada de la política ‘los ciudadanos y las ciudadanas’, ‘los militantes y las militantes’ (…). Pero rarísima vez ‘los poderosos y las poderosas’, ‘los corruptos y las corruptas’, ‘los ladrones y las ladronas’ (…). La supuesta búsqueda de la visibilidad femenina se da entonces cuando el cañón de luz ilumina los méritos sociales, no cuando el foco destaca las miserias humanas”.

    En relación con estos ejemplos, Grijelmo también se refiere a la idea de que “lo que no se nombra no existe”. Él aclara, “depende”, y analiza el uso de eufemismos que históricamente se han usado en relación con el sexo, a las enfermedades, a la suba de impuestos. La conclusión es que el “truco” de no nombrar no dura mucho, porque los eufemismos van cambiando con el tiempo y, a la larga, quien escucha, por ejemplo, “reforma fiscal”, entiende que le van a subir los impuestos. A propósito de los eufemismos señala y propone que “no se debe censurar ningún uso del pasado a la luz de los criterios de hoy. Expresiones que hoy se repudian formaban parte hace años del lenguaje común y se pronunciaban sin maldad alguna”.

    Hagamos un trato

    Grijelmo sinceramente quiere llegar a un acuerdo. Entiende que con el lenguaje se puede discriminar y ser sexista, y por eso analiza refranes e insultos que lo son, igual que las “asimetrías” con las que se trata a hombres y mujeres, por ejemplo, en el periodismo. “No se deben plantear a las mujeres en las entrevistas preguntas que no se hacen a los varones”, afirma.

    También señala la necesidad de que se siga trabajando en el Diccionario de la RAE para actualizar definiciones que aún permanecen, como una de las acepciones de la palabra “forma”: “Configuración del cuerpo humano, especialmente el pecho, la cintura y las caderas de la mujer”.

    También está de acuerdo en que hay muchos genéricos masculinos que se pueden omitir con palabras abstractas, decir “profesorado” en lugar de “profesores y profesaras”. Pero no siempre sirve esa sustitución porque no es lo mismo “los niños y las niñas juegan en la plaza” que “la infancia juega en la plaza”. Incluso puede producir ambigüedades o cierta despersonalización porque “mis profesores” no es lo mismo que “mi profesorado”.

    En cuanto a otras soluciones, como usar el morfema “e” como sustitutivo del plural (“les niñes”) afirma que es casi como aprender una nueva lengua y, de nuevo, que no se puede imponer. “Las lenguas evolucionan, cierto. Pero lo hacen con suma lentitud y por abajo, no desde arriba. Y sin duda resultará más fácil conseguir por fin una sociedad igualitaria que imponer un nuevo morfema flexivo a millones de habitantes. Al menos, el año que viene”.

    Grijelmo hace un llamado a encontrar un espacio razonable en el que discutir todos estos temas, sin insultos ni ridiculizaciones. Ojalá que su propuesta de acuerdo se escuche porque es sensata, bien documentada y oportuna. Ojalá que su libro se lea.